André Comte-Sponville: “Mejor una democracia desigual que una dictadura igualitaria”

El filósofo francés André Comte-Sponville. Foto de Patrick Renou

El filósofo francés, autor del Pequeño tratado de las grandes virtudes, es un defensor de la libertad de expresión y contrario a las leyes que sancionan el negacionismo, como la indicación que se presentó en la Convención Constitucional referida a las violaciones a los derechos humanos: “Es un camino peligroso”, advierte.


La Ilustración designa un movimiento cultural y un período, la edad de la razón. Pero también un ideal, dice el filósofo André Comte-Sponvillle. “Es el ideal del conocimiento, del progreso, de la tolerancia, del laicismo, de la humanidad lúcida y libre. Ser un hombre de la Ilustración, explica Kant, consiste en pensar por propia cuenta, en servirse libremente de la propia razón, en liberarse de los prejuicios y de la superstición”, escribe en su Diccionario filosófico. De algún modo, es el ideal que ha perseguido Comte-Sponville.

Filósofo moral y uno de los intelectuales más influyentes de Francia, es columnista de la revista de economía Challenges y de Le Monde des Religiones del diario Le Monde. En 2015, poco después de los atentados terroristas contra la revista satírica Charlie Hebdó, el filósofo confirmaba su adhesión a los principios ilustrados: “La lucha sigue siendo la misma: por la Ilustración, por la libertad de conciencia y de expresión, contra el fanatismo y el oscurantismo”. Entonces, Comte-Sponville fue una de las voces más elocuentes en favor del derecho a la blasfemia: “La blasfemia es un derecho humano. El humor, virtudes del ciudadano”, escribió.

Durante la pandemia, el autor del Pequeño tratado de las grandes virtudes cuestionó el exceso de medidas sanitarias y la falta de libertad de movimiento, especialmente en relación a los niños y jóvenes. “Esta es la primera vez, me parece, que la educación de los niños ha sido sacrificada por la salud de sus abuelos. No lo veo como una victoria del humanismo. Lo veo como una victoria del miedo”, dijo.

Nacido en París en 1952, ateo y exmarxista, André Comte-Sponville se define como un izquierdista liberal. Entre el conjunto de valores humanistas, el que para él está por encima de todos es la libertad: “Prefiero contagiarme de Covid en una democracia, que no contagiarme en una dictadura”, afirmó durante los confinamientos.

Recientemente apoyó un proyecto que despenaliza la eutanasia. “La despenalización de la eutanasia no es una cuestión de dignidad, sino de libertad, frente a la propia vida o al sufrimiento. Por eso es tan importante. La dignidad no depende de nosotros. ¡La libertad, sí!”, afirmó.

Admirador de Epicuro, Spinoza y Montaigne, el filósofo y exprofesor de la Universidad de París I tiene una perspectiva poco favorable de las leyes de la memoria y que castigan el negacionismo: en Francia se prohíbe negar el Holocausto y el genocidio armenio. Una idea similar referida a las violaciones a los derechos humanos fue aprobada hace unas semanas en la Comisión de Derechos Fundamentales de la Convención Constitucional, por 18 votos contra 15.

Para André Comte-Sponville, las ideas se rebaten con ideas, no se persiguen con leyes.

¿La libertad de expresión puede ser considerada como un bien o un valor absoluto?

No existe un bien absoluto. Nada vale más que en proporción al deseo que lo persigue (Spinoza: “No es porque una cosa sea buena que nosotros la deseamos, es a la inversa, porque la deseamos es que nosotros la consideramos buena”). Todo derecho, del mismo modo, se refiere a una determinada sociedad, a una determinada cultura, a una determinada legislación. Sin embargo, la libertad de expresión es una de las cosas que más deseo, ¡y no soy el único! Es uno de los valores esenciales de nuestras democracias. ¡Tanto mejor!

En su opinión, ¿qué límites acepta la libertad de expresión?

Los límites que protegen la libertad, la seguridad o los derechos de los demás. Prohibir la calumnia, los llamamientos al asesinato o las declaraciones que incitan al odio racial limitan la libertad de expresión, pero son límites que se pueden considerar aceptables. ¿Quién decide? El pueblo soberano, por mediación de sus representantes. La libertad de expresión es mayor en Estados Unidos que en Francia. Esto no demuestra que los Estados Unidos sean más democráticos que Francia, ni que lo sean menos.

Para generaciones, en especial para las que han conocido dictaduras, la libertad de expresión es una gran conquista de la democracia. ¿Observa el mismo aprecio por la libertad de expresión entre las generaciones jóvenes?

¡La pregunta debería ser para los jóvenes! Sin embargo, en Francia se constata que los jóvenes suelen estar más comprometidos con la igualdad y el respeto que con la libertad de expresión. Por ejemplo, a menudo no soportan que se critique una religión determinada, y mucho menos que se blasfeme, como si fuera una falta de respeto a los creyentes. Creo que es un error. Que todos los seres humanos sean iguales en derechos y dignidad no significa que todas las opiniones sean iguales. ¡Creo que se tiene derecho a criticar a las religiones en general, y a una u otra religión (por ejemplo, el islam, que hoy plantea más problemas) en particular! Si Voltaire y Diderot se hubieran prohibido atacar el cristianismo, ¡la Ilustración nunca habría triunfado contra el oscurantismo!

"Las opiniones cuestionables deben ser combatidas, no prohibidas. ¡No dependamos del Estado para librar la batalla de las ideas en nuestro lugar!", dice el filósofo.

Hace dos años, un centenar de intelectuales y escritores americanos firmaron una carta por el derecho a disentir y advirtieron contra la intolerancia en ciertos sectores del progresismo. ¿Cree usted que la libertad de expresión está amenazada o que se han restringido los límites del debate?

En efecto, parece que el wokismo, que es una especie de corrección política exacerbada, tiende a veces, sobre todo en algunas universidades americanas, a reducir la libertad de expresión. En Francia también se empiezan a notar sus efectos. Es un verdadero peligro. ¡Toda dictadura es odiosa, incluso la dictadura de los buenos sentimientos, o tales supuestos!

¿Qué riesgos ve al limitar la libertad de expresión?

Que se limite la libertad misma. Se ataca primero a las palabras, luego a los actos, luego a los pensamientos... Ahora bien, por mi parte, pongo la libertad por encima de todo, al menos desde un punto de vista político. ¿Más alto que la igualdad? Sí. Mejor una democracia desigual que una dictadura igualitaria. ¿Más alto que la justicia? Sí. Mejor una democracia injusta que una dictadura justa. Por eso soy liberal. ¡Por supuesto, eso no es razón para renunciar a la justicia y a la igualdad! Vean a John Rawls. Las desigualdades sólo son aceptables si se garantiza la igualdad de oportunidades y si, en última instancia, benefician al conjunto de la sociedad, especialmente a los más pobres, a los más frágiles y a los más desfavorecidos. Estoy de acuerdo. Por eso soy, como Rawls, un liberal de izquierda.

Durante el debate constitucional en curso en Chile, se planteó la idea de prohibir por ley las negaciones y justificaciones de violaciones de los derechos humanos. ¿Está de acuerdo en sancionar el negacionismo?

Es un camino peligroso. No le corresponde al Estado decir lo verdadero y lo falso. ¡Dejemos trabajar a los historiadores!

¿Cómo han funcionado las leyes de este tipo en Francia?

En mi opinión, estas leyes de memoria han debilitado el campo de la verdad. Cuando nadie tiene derecho a cuestionar la existencia de la Shoah, los jóvenes pueden preguntarse: cuando un historiador dice que la Shoah ha existido, ¿es porque lo sabe o porque no tiene derecho a decir lo contrario?

Recientemente, en una entrevista con este periódico, el ensayista David Rieff dijo que el derecho a la libertad de expresión debe ser para todos, incluso para los malos. ¿Qué le parece esta idea?

Estoy de acuerdo, con los límites que he mencionado anteriormente. Por ejemplo, tenemos derecho a estar en contra de los derechos humanos y a decirlo. No tenemos derecho a violarlos. El pensamiento es libre. La acción está sometida a la ley. El Estado puede gobernar los cuerpos, en todo caso prohibirles esto o aquello. El espíritu no está sometido a nada. En Francia se llama laicidad, que no es más que la libertad del espíritu legalmente instituida. Así que sí, mis villanos tienen derecho a expresarse. Y tenemos tanto el derecho como el deber de combatirlos, pero preferiblemente a través de nuestras ideas más que por la ley.

¿Es posible llegar a un consenso sobre una idea moralmente buena o deseable, como el respeto de los derechos humanos, prohibiendo las opiniones cuestionables?

No. Las opiniones cuestionables deben ser combatidas, no prohibidas. ¡No dependamos del Estado para librar la batalla de las ideas en nuestro lugar!

Usted ha sido un defensor del derecho a la blasfemia, ¿por qué?

¡Porque estoy a favor de la libertad de expresión! Por eso apoyé a los dibujantes daneses y franceses que habían caricaturizado a Mahoma. ¡Tenían derecho a ello! Dicho esto, defender el derecho a la blasfemia para los demás no es practicarlo uno mismo. En el artículo “Blasfemia”, de mi Diccionario filosófico, concluyo escribiendo: “La blasfemia es parte de los derechos humanos, no de los buenos modales”. Mejor, entre gente de buena compañía, evitarlo, para no herir a otros. ¡Pero evitarlo no es prohibirlo!

La idea asociada a Voltaire “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero lucharé hasta la muerte para que tengas el derecho de decirlo”, ¿sigue vigente?

¡Sí, por supuesto! Pero esto solo se aplica a los discursos que no violan la ley. ¡No voy a luchar por el derecho a calumniar, a llamar al asesinato o al racismo! Pero lucharé por defender la libertad de expresión de los creyentes, aunque sea ateo, de las personas de derecha, aunque sea de izquierda, de los extremistas, aunque sea un moderado, de los totalitarios, aunque sea un liberal. Con la condición, sin embargo, de que unos y otros respeten la ley. De lo contrario, no es tolerancia sino debilidad. La democracia liberal acepta que se la critique, no que se la viole. ¡Tolera a los antiliberales, no a los criminales ni a los facciosos!

La verdad y la guerra

La invasión de Rusia a Ucrania ha devuelto la guerra a Europa más de 70 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué piensa de este conflicto?

¡Estoy en contra, por supuesto! No es solo una violación del derecho internacional. Es una guerra de invasión, que mata y matará a miles de personas, incluidos civiles. ¿Por qué esta guerra? ¿Porque Rusia le teme a la OTAN? No lo creo ni por un segundo. ¡Sino porque Putin no se resigna a la desaparición de la URSS, especialmente al hecho de haber perdido Ucrania, y también porque teme que un país democrático, tan cercano geográfica e históricamente a Rusia, no dé malas ideas a los rusos! Añado que esta agresión, por parte de un país poseedor de armas nucleares, desestabiliza Europa y pone en peligro al mundo entero. Por lo tanto, hay que apoyar a los ucranianos lo mejor que podamos, haciendo todo lo posible para evitar una guerra mundial. Eso es lo que Europa y los Estados Unidos intentan hacer, y todo el mundo ve lo difícil que es.

Como en todas las guerras, además de los costos humanos, la verdad se ve afectada. Recuerdo un manifiesto de Albert Camus sobre el periodismo libre, de 1939. Decía que sin libertad de prensa “no habrá manera de ganar realmente la guerra”. ¿Qué rol le asigna a la libertad de prensa en la democracia?

Sí, a menudo se dice, con razón, que la primera víctima, en tiempos de guerra, ¡es la verdad! Cada país tiene su propaganda, a veces su lavado de cerebro, y antepone sus intereses a los de una información objetiva. Por eso es tan importante defender la libertad de expresión en general y la libertad de prensa en particular. ¿Es necesario para ganar la guerra? Por desgracia, no estoy convencido de ello. Pero es necesario para salvar la libertad y para que la victoria sea la de la democracia. ¡Cada uno tiene su oficio! No se cuenta con los periodistas para hacer la guerra. ¡No dependamos de los militares, ni siquiera de los Estados, para informarnos honestamente!

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