Yo la cuido: las 104 guaguas que han pasado por las manos de Germania Silva

En los 24 años que Germania Silva lleva siendo familia de acogida, ha visto todas las caras del sistema de protección a la niñez: el aumento de lactantes con abstinencia a las drogas, el largo proceso de resolución de las causas de protección y la inminente necesidad de que existan más cuidadores como ella tras el nuevo decreto que prohíbe a menores de tres años vivir en residencias.


Nada en la biografía de Germania Silva (56) llevaba a creer que ella sería lo que terminó siendo.

La historia partió en 1999, cuando tenía 32 años y vivía en Lo Prado con su marido y los tres hijos de ambos, de 13, 10 y tres años. Juntos habían puesto una florería y una cerrajería, con las que lograban tener un buen pasar. Hasta que llegó el primer recién nacido a su casa.

Fue por una casualidad. La vecina de su madre, en Quinta Normal, quien ejercía como cuidadora de guaguas para la Fundación Chilena de Adopción y Familia (Fadop), salía de vacaciones y no podía llevarse al lactante de seis meses que tenía en su casa desde su nacimiento. Fue entonces que Silva lo recibió por dos semanas.

Lo que no sabía es que ese sólo sería el primero. A partir de entonces, el cuidado transitorio se volvería parte de su rutina. Germania Silva, en los próximos 24 años, se haría cargo de 104 niños más.

Por ese tiempo, no era sólo la vecina de Quinta Normal la que cuidaba a distintos niños que llegaban a su casa durante el año. La madre de Silva, al verla a ella, también se entusiasmó. Le preguntó cómo lo hacía y se acercó a la oficina de Fadop: una institución que desde 1985 llevaba trabajando en estos temas.

-Cada vez que llegaba una guagüita a su casa íbamos todo el choclón de los hijos y nietos a verla. Pero después ya no siguió, porque al final como ella ya era más de edad, le afectaba mucho cuando se iban -cuenta.

Podría decirse que Silva tomó la posta de su madre. Luego del lactante que cuidó por dos semanas mientras su guardadora estaba de vacaciones, le llegó otro favor: había un recién nacido de siete días en un hospital que necesitaba urgente de alguien que lo acogiera mientras se le buscaba una familia guardadora más permanente. Ella aceptó y terminó cuidándolo hasta que cumplió siete meses.

Así, Germania Silva comenzó a recibir a todos los niños que Fadop le confiaba en su casa. La razón, dice ella, era ciento por ciento altruista. Silva no recibía ningún tipo de remuneración por esto, salvo un ingreso que cubría leche, pañales y ropa. Entre 1999 y 2008 acogió entre cuatro y cinco menores por año.

-Eran niños de entre cero a 24 meses de todo Chile, extremadamente vulnerados en sus derechos: abandonados por sus padres que vivían en la calle, muchos de ellos alcohólicos o drogadictos, aunque la mayoría de ellos llegaban sanos.

Cuidarlos a ellos, además de sus tres hijos, implicó que Silva cambiara un par de cosas en su rutina: tuvo que instalar cunas en su dormitorio con su marido, Luis Galleguillos, y empezar a dormir con los recién nacidos que llegaban. También dejó la florería y puso a alguien más a cargo de ella, para dedicarse exclusivamente a ser cuidadora. Al principio, pensar en los padres biológicos de esos niños era algo que le afectaba. Le pasó con un lactante de una madre adolescente que, tanto ella como su abuela materna, decidieron darlo en adopción.

-Para mí no había justificación. No me cabía en la cabeza que hubiera gente que no pudiera hacerse cargo de sus hijos. Pero con el tiempo uno va a aprendiendo que en muchas situaciones es la mejor opción.

Cuando recibió al cuarto niño, Silva compró un álbum grueso, de tapa verde oscura, para ir dejando las fotos que les sacaba a todos cuando llegaban. Esa y otras prácticas, como presentar a cada uno de los niños que llegaban en la iglesia evangélica de su barrio, fueron cosas que se volvieron parte de la rutina.

En 2008 la llamaron por el caso de una lactante en el Hospital Luis Tisné que no era como los anteriores. Se trataba de Daiana, una niña con osteogénesis imperfecta: una enfermedad más conocida como el síndrome del niño de cristal, que hace que los huesos se fracturen con facilidad. Germania Silva dice que, por eso, se negó a recibirla al principio. Era la primera vez que rechazaba un caso, explicando que ella era incapaz de darle ese cuidado tan delicado que requería.

Daiana había sido dada en adopción por su madre en el hospital y estaba a la espera de que apareciera una familia adoptiva. Su madre biológica la visitó hasta que la dieron de alta. Silva, firme en su deseo de no recibirla, también la iba a ver. Eso hasta que cambió de opinión y decidió llevársela.

-Yo sabía que lo que se venía iba a ser largo, dada su condición de salud. Así que antes de que llegara senté a mis hijos y les dije: “Daiana se va a quedar con nosotros, pero quiero que sepan que si no le encuentran una familia adoptiva, no se va a ir de esta casa”.

Un año después, Germania Silva y Luis Galleguillos iniciaron el trámite para la adopción.

El vicio de cuidar

Las Familias de Acogida de Emergencia no eran una figura conocida en el 2000. La mayoría de los menores dejados en hospitales al nacer, o con una situación psicosocial compleja, llegaban a vivir a las residencias del Sename. El tema es que cuando estas colapsaban, había que recurrir a otras ayudas.

Las personas dispuestas a acoger niños institucionalizados por indeterminados períodos de tiempo, hasta que se les encontrara una familia adoptiva o sus padres biológicos estuvieran en condiciones de cuidarlos, era algo que se conseguía de boca en boca. A veces, incluso, eran favores que se hacían entre conocidos, como el que le pidieron a Germania Silva en 1999.

Los niños que llegaban a la Fadop a principios de los 2000, en general entraban directamente a los procesos de adopción. Por eso, cuando una familia de acogida los recibía, no alcanzaban a estar más de cuatro meses con ellas.

-Esa es la razón por la que el número de niños que recibía Germania en un principio fue tanto. Porque la situación de los niños se solucionaba rápidamente cuando se encontraban padres adoptivos -dice Daniela Pérez, directora del Programa de Familias de Acogida de la Fundación.

Pero después de 2010 eso cambió. Pese a que el modelo de acogida con familias transitorias ya se había regularizado, y ahora existían protocolos y requisitos a cumplir, empezaron a recibir más niños que necesitaban de estos cuidados. Ahora, ya no eran sólo quienes esperaban una familia adoptiva, sino que también casos con causas de protección: niños con situaciones familiares complejas que esperaban una resolución por parte de los tribunales de familia.

El problema era que, aunque aumentara la demanda por familias de acogida, en Fadop los 25 cupos que tenían siempre estaban llenos.

-El sistema desde siempre ha estado colapsado. De hecho, pasaba también que muchos niños tenían que quedarse en programas ambulatorios del Sename. Es decir, continuar viviendo con sus familias de origen, pese a que las condiciones no fueran las óptimas por falta de cuidadores o residencias que los pudieran recibir -explica Daniela Pérez.

Quien siempre estaba disponible era Germania Silva. Ella, de alguna forma, dice Pérez, era la que asumía toda la carga y las falencias del sistema. Incluso, cuando eso significaba tener a más de un niño bajo su cuidado, sumándole ahora a Daiana, quien ya era oficialmente su hija, y los cuidados que requería por su enfermedad.

Silva se dio cuenta de otra cosa que empezó a ocurrir: algunos de los lactantes llegaban con abstinencia a las drogas y enfermedades que heredaban por embarazos mal cuidados.

-Había veces que no dormíamos, porque teníamos guaguas tiritando porque su cuerpo pedía droga y alcohol. La única manera de limpiarlos, decían los doctores, eran dándoles leche.

Daniela Pérez cuenta que si antes los niños con abstinencia a las drogas eran por consumo de marihuana o pasta base, ahora han entrado sustancias químicas que agravan la condición de los niños.

-Desde un poco antes de la pandemia que empezamos a ver niños con síndromes de abstinencia al clotiazepam, morfina, codeína y, sobre todo, a esta droga nueva que es el tussi.

Germania Silva reconoce que el dolor que siente cada vez que parte uno de los niños que ha cuidado es un costo que, como familia, decidieron asumir. La única manera de sobrellevar la pena, dice ella, es recibiendo a otro.

Como eso se empezó a volver recurrente, los pocos días que Silva ha pasado sin ser guardadora no han sido fáciles. La última vez que le pasó fue en enero de este año, cuando iba a la playa con su familia después de cuidar a una niña chileno-dominicana durante un año. Era la primera vez que salía de vacaciones sin nadie a quien cuidar.

-Uno de esos días me desmayé y me llevaron a la urgencia. Yo lloraba, porque sentía una presión en el pecho. Cuando le expliqué a la doctora lo que hacía, me dijo que lo que me había pasado era porque no estaba acogiendo. Esto es como un vicio -dice Silva riéndose.

La ley que lo cambió todo

Con la creación del Sistema Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, promulgada en diciembre de 2020, se aprobaron una serie de decretos que reordenaron la manera en cómo se venían haciendo las cosas. Uno de ellos decía que, a partir de enero de 2023, los niños de entre cero y tres años no podrían permanecer en residencias.

Eso hizo a fundaciones como Fadop ampliar sus cupos y convocar a más familias temporales. El problema es que de 30 familias que se necesitan hoy, sólo tienen disponibles a 18. Actualmente existen 15 niños en lista de espera que deben ser recibidos por alguien pronto.

Parte de las razones de por qué se han ralentizado los procesos, explica Daniela Pérez, es por la desinternación de niños en residencias y porque los procedimientos legales se están demorando más.

-Hemos tenido casos que entre la audiencia preparatoria y de juicio han pasado ocho meses, tiempo vital en el desarrollo de todo niño y niña -dice Pérez.

Pasa que, a veces, después de meses de buscar, aparece una tía dispuesta a adoptar. O, incluso, padres que habían entregado a sus hijos que luego se arrepintieron.

Con algunos de los niños, Silva reconoce que ha mantenido el contacto con los padres adoptivos con los que se han ido, sobre todo con los últimos 15 que ha cuidado.

-Igual, uno ya sabe cuándo hay que cortar el lazo. Pasa cuando les hablas a los padres, les pides fotos de los niños, pero se demoran dos días en responder. Uno al final entiende que quizás nosotros seamos una amenaza para ellos, entonces ahí es el momento de retirarse.

Silva reconoce que no recuerda los nombres de los 104 que han llegado a su casa. Cada vez que olvida uno, saca el álbum que se compró hace más de 20 años, cuando estaba empezando como cuidadora, y revisa las imágenes que tiene de los niños: todas con su nombre al reverso de la foto.

Así como Silva no retiene el nombre de todos, entiende que ellos puedan no acordarse de ella tampoco. Aunque sí mantiene una esperanza: que algún día, alguno de los 104 toque su puerta y llegue a decirle que sí, que la recuerda.

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