Sin camas ni ventiladores disponibles: norte de Siria enfrenta colapso sanitario por peor ola de Covid-19

En el Hospital Nacional de Raqqa, Abu Bakr, 60 años, sintió los primeros síntomas de Covid-19 una semana antes de ser hospitalizado. Foto: Florent Vergnes

En el noroeste del país, el sistema de salud ya no tiene capacidad suficiente para hacer frente al Covid-19, mientras que en el noreste el virus se propaga a un ritmo preocupante, según alerta Médicos Sin Fronteras. Los esfuerzos para contener la pandemia tropiezan con el escaso acceso a la asistencia sanitaria y la baja tasa de vacunación.


En un país donde numerosos hospitales han quedado destruidos y médicos y enfermeras han huido debido a la guerra civil, los casos de Covid-19 en Siria se han disparado hasta alcanzar niveles críticos en las últimas semanas. Aunque el número de contagios está aumentando en todo el territorio, las zonas más afectadas por la última ola de la pandemia son las del norte, que aún escapan al control del régimen de Bashar Assad.

El sistema de salud del norte de Siria ha colapsado ante la ola de Covid-19 más grave registrada hasta la fecha, lo que ha llevado a que las necesidades superen con creces los limitados suministros de oxígeno y los centros sanitarios empiecen a agotar las existencias de kits de detección, alertó Médicos Sin Fronteras (MSF).

En concreto, en el noroeste del país, el sistema de salud ya no tiene capacidad suficiente para hacer frente a la situación, después de que el número de casos de Covid-19 confirmados casi llegara a duplicarse en septiembre, hasta alcanzar en torno a 73.000 casos frente a los 39.000 registrados a finales de agosto. En el noreste, en tanto, el virus se propaga a un ritmo preocupante, detalla la organización médico-humanitaria internacional.

Una enfermero de MSF verifica el nivel de oxígeno de una paciente en el centro de tratamiento y aislamiento de Covid-19 de la ONG en el noroeste de Siria, en diciembre de 2020. Foto: Omar Haj Kadour/MSF

“Hasta ahora, el peak que se ha registrado en esta ola ha sido de aproximadamente 1.500 casos por día, a diferencia de las olas anteriores, que nunca superaron los 600 casos diarios”, explicó Francisco Otero y Villar, coordinador general de MSF en Siria.

En esta región de cuatro millones de habitantes únicamente siguen prestando asistencia 16 de los 33 centros de tratamiento de Covid-19 que existen dentro de la infraestructura sanitaria, ya de por sí limitada, que, sumado a los problemas de abastecimiento, se traducen en una detección deficitaria, haciendo imposible tanto evaluar el alcance real de la propagación del virus como responder de forma adecuada, lamentó la ONG.

Además, los esfuerzos para contener el virus tropiezan con el escaso acceso a la asistencia sanitaria y la baja tasa de inmunización en el noroeste, donde solo el 3% de la población está totalmente vacunada, debido a la reticencia a inocularse y al ritmo de distribución de los inmunizantes, señaló MSF.

“Somos testigos directos del alcance de este brote en las instalaciones que gestionamos y en aquellas a las que proporcionamos apoyo: las personas que necesitan oxígeno o cuidados intensivos con urgencia sufren largos tiempos de espera, porque no hay camas ni ventiladores disponibles, lo que está provocando una mayor tasa de mortalidad en comparación con las olas anteriores. En Afrin, el 44% de los pacientes que actualmente están ingresados en un centro gestionado por MSF tienen entre 16 y 40 años, lo que significa que incluso las personas que antes se creían relativamente a salvo de la enfermedad grave causada por el virus se están viendo seriamente afectadas”, señaló Otero y Villar.

MSF también ha observado un preocupante aumento de los casos de Covid-19 en el noreste del país durante las últimas semanas. Durante la última semana de septiembre se registró un promedio de 342 casos diarios, la cifra más alta registrada desde el inicio de la pandemia. Aunque las cifras habían empezado a menguar a partir de la primera semana de octubre, el único laboratorio con capacidad para realizar pruebas PCR de diagnóstico para Covid-19 en la región se está quedando sin material y afronta un posible cese de la actividad en las próximas semanas si las cifras no se mantienen a la baja.

Un paciente recibe atención en la sala de Covid-19 del Hospital Nacional de Raqqa, en el noreste de Siria. Foto: Florent Vergnes

El suministro de oxígeno también está bajo mínimos, ya que el centro de tratamiento de Covid-19 en Hassakeh debe abastecerse de tanques de oxígeno en las ciudades de Qamishli, Raqqa y Tabqa para poder satisfacer la demanda. “Nuestro suministro de oxígeno está al límite, y nos preocupa que si el número de casos positivos vuelve a aumentar o permanece a niveles tan altos, no podamos atender a todos los pacientes”, declara Hanna Majanen, responsable de urgencias médicas de MSF en Siria.

Vastas secciones de Idlib, en el noroeste del país, y de la provincia adyacente de Alepo están en manos de los rebeldes sirios, una heterogénea aglomeración que incluye grupos radicales afiliados con Al Qaeda. Allí, los casos del virus han estado aumentando en gran parte debido a la contagiosa variante delta y a las concentraciones de personas con motivo del feriado musulmán Eid al-Adha.

La situación en Idlib es tan grave que los Cascos Blancos -organización de rescatistas hasta ahora conocida por buscar a víctimas entre las ruinas de la guerra- ahora se dedican principalmente a llevar a los enfermos a los hospitales o a los muertos al cementerio, destaca The Associated Press. “Lo que está ocurriendo aquí es una catástrofe médica”, declaró el Sindicato Médico de Idlib al suplicar ayuda de grupos humanitarios internacionales.

La mitad de los hospitales de la región han quedado averiados por bombas, y el sistema de salud pública estaba al borde del colapso incluso antes de la pandemia. Una gran cantidad de profesionales de la salud ha huido del país, buscando protección y mejores oportunidades. Decenas de miles de sus habitantes viven en campamentos atestados, donde el distanciamiento físico o las prácticas sanitarias son casi imposibles. Y la violencia en la región amenaza con empeorar el panorama.

Un paciente recibe atención en la sala de Covid-19 del Hospital Nacional de Raqqa, en el noreste de Siria. Foto: Florent Vergnes

A la crisis del sistema sanitario se suma una grave escasez de agua en el norte de Siria, que afecta ya a cerca de tres millones de personas, en su mayoría residentes en campos de desplazados. “Creemos que el porcentaje de familias a las que no les llegará agua limpia aumentará rápidamente y, en consecuencia, aumentarán las enfermedades en los campamentos”, advirtió en declaraciones a EFE el gerente de logística de MSF para Siria, Moaath Deyab.

En un reciente comunicado de la ONG internacional, su coordinadora médica para Siria, Teresa Graceffa, destacó que solo entre mayo y junio las enfermedades transmitidas por el agua aumentaron en un 47% en la aldea de Deir Hassan, en la provincia noroccidental de Idlib. La escasez de agua potable dificulta la implementación de las medidas preventivas básicas para evitar la propagación del Covid-19, pero también de otros problemas como diarrea, sarna, leishmaniasis y demás enfermedades cutáneas, explicó Deyab.

Según MSF, solo el 4% de la actual inversión humanitaria en Siria está destinada a programas para el acceso al agua y el saneamiento, más de una década después de que comenzara el conflicto en el país árabe, que actualmente sólo permanece activo en el noroeste.

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