El regreso de Lejderman al convento

Fidela Cortés es la portera del convento Casa de La Providencia, en La Serena. Ella fue quien, hace 40 años, recibió a un pequeño Ernesto Lejderman, tras el crimen de sus padres. Años después se reencontró con él en este lugar.




PESE a que su paso por el lugar duró menos de dos meses y ocurrió hace 40 años, en el convento Casa de La Providencia, de La Serena, aún recuerdan a Ernesto Lejderman Avalos, quien fue dejado allí cuando tenía dos años, por un entonces teniente Juan Emilio Cheyre, quien luego sería comandante en jefe del Ejército y esta semana renunció a la presidencia del consejo directivo del Servicio Electoral (Servel), tras los cuestionamientos públicos por el caso.

La llegada del Lejderman al lugar ocurrió luego de que sus padres, una pareja argentino-mexicana, fuera ejecutada en el Valle del Elqui, en 1973.

Fidela Cortés tiene 65 años. Ha vivido casi toda su vida en el convento de calle Justo Donoso. Desde antes de los 20 años se desempeña como portera del lugar y recuerda vívidamente el día en que el pequeño Ernesto Lejderman fue entregado a la Congregación de las Hermanas de La Providencia, para su cuidado. Un lugar al que Lejderman regresaría el año 2000, tras lo cual vendrían otros viajes a La Serena.

"Fui yo la que abrí la puerta (en 1973). Era de día. Venían estos señores y yo llamé a las religiosas para que los atendieran. Venía monseñor (Juan Francisco) Fresno, este señor Cheyre y otro militar que traía al niño. Dijeron que lo venían a dejar porque sus padres se habían suicidado. Nos contaron que lo habían ido a buscar a una cueva. Lo más salomónico era que los trajeran acá, que estábamos al lado del regimiento", recuerda.

El mencionado convento, construido en 1872, se ubica muy cerca del cerro Santa Lucía, donde estaba entonces el Regimiento de Infantería Arica Nº 21, hoy Regimiento de Infantería Nº 21 Coquimbo.

"Era chiquitito, ya caminaba pero hablaba poco. Fue muy regalón de todas, pues fue el único bebé que tuvimos aquí. La hermana Cecilia, que estaba en ese entonces, lo adoraba. Fue la única entretención que tuvimos. Las niñas del internado no estaban en esos días. Como fue en diciembre, ellas ya se habían ido a sus casas. Estábamos las hermanas y yo", relata la mujer.

Fidela Cortés aún tiene en la memoria la única vez que el menor salió del convento, durante su estadía. "Un día recuerdo que lo saqué con otra chica que había acá. Me acuerdo que lo bañamos, le echamos colonia y tenía un chalequito amarillo. Lo llevamos a comprar, dimos una vuelta, compramos un helado y nos regresamos. Había toque de queda, así que regresamos pronto", dice.

En cuanto al comportamiento de Lejderman en esos casi dos meses junto a las religiosas, lo describe como muy tranquilo, regalón y juguetón como todos los niños: "Había una señora a la que le decíamos 'la abuela' y con ella dormía. Le arreglaron una camita. Bajaba con él todas las mañanas".

Añade que "su vida era jugar. Me acuerdo que venía un curita a hacerles misa a las hermanas y jugaba con él a la pelota. Su vida era jugar y regalonear. Era el único bebé que teníamos y nunca dio problemas".

Otro capítulo que recuerda fue su reencuentro con Ernesto Lejderman, el que se produjo hace unos años. "Vinieron de la televisión argentina. Yo me lo imaginaba de otra forma. El no me conoció, pues cuando estuvo acá era muy pequeño".

Sobre ese episodio agrega que "me emocioné de verlo, lo único que le dije es: 'ésta casa lo único que te dio fue amor y cariño'. Creo que fue un don de Dios que lo hayan traído acá, porque lo pudieron haber llevado a otro lugar, como el Sename, donde hay más niños. En cambio acá recibió puro cariño y amor".

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