Las llamas en el Chile más profundo

Carrizal
31.01.17 Marcela Morales camina en el frontis de lo que dejo el incendio forestal que consumio su casa en la localidad de carrizal, region del Maule. Foto Juan Farias/ La Tercera. Juan Farias

Mientras la mayor parte de la ayuda privada y estatal se concentra en Santa Olga, en los poblados del sur más escondidos, de esos que no aparecen en el mapa y que tienen menos de cien habitantes, el aparato gubernamental no llega, salvo para recopilar fichas sociales. La emergencia la han sobrellevado gracias al apoyo de particulares, quienes pasan en sus vehículos repartiendo comida, ropa y enseres. Esta es la historia de pueblos como Carrizal, Forel, La Aguada y Carrizalillo, localidades que vivieron la emergencia solos, sin guías, y que a pesar de la paranoia post tragedia han optado por no culpar a nadie, concentrándose en la fe en Dios, quien creen, a pesar de todo, no les ha fallado.




Pensaron que habían muerto. Carrizal, un pueblo del Maule, que sale en algunos mapas y que desaparece en otros, había sido evacuado la misma noche en que Santa Olga desapareció por completo. Sólo dos personas habían quedado en Carrizal, que es más bien una suerte de L: una calle hacia arriba y otra que corta el cerro de manera horizontal. Todo el resto se había ido cuando ya no quedaban recursos y era evidente que las olas naranjas sobrepasarían los cortafuegos. Ese día se sabía desde mucho antes que el destino no sería favorable. Los incendios que azotaban la Región del Maule hacían que las 6 de la tarde de un día de pleno verano agarrara un disfraz y se convirtiera en noche. Literalmente de noche.

Al día siguiente volvió la gente. Treinta y siete casas, poco más de un tercio de las cien de Carrizal, se habían quemado. Y ellos, Omar Tobar y Etelvina Valdés, una pareja que está en la mitad de los 60 años, habían decidido quedarse para vencer las llamas o morir en el intento. "Vimos tanta destrucción que pensamos que habían muerto", cuenta Camila Valenzuela (20), casada, dueña de casa, un hijo de 4. "Los lloramos toda la mañana hasta que su hija se animó a ir a ver cómo estaba su casa. Y donde se había quemado casi todo, la casa de sus padres se había salvado y ellos estaban adentro". Tobar y Valdés pudieron salvar su vivienda mojándola con el agua que tenían dentro de un gran estanque de mil litros.

Carrizal queda media hora al sur de Constitución y es el inicio de un laberinto de caminos forestales que llevan a otros poblados aún menores. Que esa misma noche hubiese emergencias en tantos lugares de la VII Región, como en Santa Olga, hizo que sus habitantes reaccionaran por instinto. Hubo peleas, gente que, como los Tobar-Valdés, no quería dejar sus casas hasta el último momento. En lugares como Carrizal ni siquiera hay un retén para ordenar una emergencia. Por eso, a pesar del desastre natural, no lamentar muertes entre sus habitantes parece marcar el inicio de su recuperación.

Antes del 27/F, la localidad se caracterizaba por sus casas de adobe. Buena parte de ellas se fueron abajo, por lo que muchas de las casas que se quemaron la noche del 25 de enero eran viviendas entregadas por el gobierno. "Se demoraron cuatro años en hacerlas", dice Valenzuela. "Quizás no somos prioridad porque estamos lejos y somos pocos. Ojalá que ahora la solución llegue más rápido", remata. Valenzuela ya había perdido la casa de adobe en la que vivía junto a sus padres para el terremoto. Esta vez perdió la vivienda definitiva que le había entregado el gobierno en 2014. No alcanzó a completar tres años con su casa nueva.

Justo al frente de la casa de Valenzuela, está la casa de Marcela Romero (36), casada, dos hijos, quien también perdió su casa dos veces: la de adobe para el 27/F y, ahora, la que les entregó el gobierno. Ambas mujeres no tienen dudas de que los incendios fueron intencionales. "El fuego venía desde demasiados lados diferentes", comenta Romero, mientras Valenzuela dice que, al día siguiente de la tragedia, dos motoristas fueron sorprendidos en actitud sospechosa. "Los cabros los persiguieron en moto, pero se les escaparon", asegura. Ese mismo día, cuenta, una camioneta se paseaba en forma errática. "Le pregunte qué quería y me dijo que venía a dejar ayuda, que dónde podía estacionar. Mientras yo entraba a la casa, y él hacía como que se estacionaba, retrocedió y salió arrancando", dice Valenzuela.

Otro vecino, Hugo Albornoz (58), quien perdió su casa, pero a su espalda tiene una cuadrilla de trabajadores parándole una vivienda nueva de madera, cortesía de su jefe, dueño de un pequeño predio forestal, coincide en las motos y una camioneta Nissan blanca. Y agrega: "Los vieron con mecheros y petróleo". Albornoz, eso sí, tampoco se anima a decir quién pudo haber sido. "Gente muy mala no más", reflexiona.

A diferencia de lo que ocurre en Constitución, donde la gente más de izquierda teoriza con que la culpa es de las forestales, y los que se inclinan a la derecha responsabilizan a mapuches o grupos radicales, en lugares como Carrizal nadie se aventura a apuntar a responsables. "No sé qué pensar", dice Romero. "La gente habla mucho, pero no sé qué pasó. Quizás estábamos actuando mal y Dios quiso despertarnos con esto".

Por la calle de Carrizal se pasea un auto blanco que visita casa por casa. Son los egresados de kinesiología de la Católica del Maule Marcelo Ortiz (27) y Diego Vergara (23), quienes recorren ofreciendo ayuda. Ortiz y Vergara dicen que el apoyo del Estado en salud en localidades como esta ha sido nulo. "Aquí la gente ha sido atendida por gente de la salud que viene por su cuenta", dice Ortiz. "Ni siquiera hay alguien que coordine a los voluntarios, que entregue un registro de pacientes para facilitar las cosas", comenta.

hidalgo2942.JPG

Le gente de Carrizal coincide. Salvo para reunir fichas sociales, el gobierno no ha aparecido. Y la ayuda ha corrido por autos y camionetas particulares que pasan por las casas repartiendo sus cargas. En ese sentido funciona. Carrizal, como varios de estos pequeños poblados, está suspendido en el tiempo. Las mujeres son dueñas de casa y están disponibles a tiempo completo para recibir lo que llegue de ayuda. Los hombres, por su lado, son trabajadores forestales con sueldos que fluctúan entre los 400 y 500 mil pesos. Con los incendios, sus opciones de mantener esos trabajos en el futuro disminuyen. Entre 10 y 15 años tarda en recuperarse un bosque quemado. La tragedia es mucho más que perder una casa. Romero, por ejemplo, perdió 95 de sus 100 gallinas, todas sus fotos familiares, sus diplomas y certificados. Lo único que quedó fue una tina y un mate de cerámica que le regaló un compañero de colegio en octavo básico. Romero sonríe.

-Perdió su casa dos veces en siete años. ¿Se puede seguir teniendo fe después de eso?

-Yo a mi Dios le clamo por todo. Cuando pasan estas cosas, más confío y agradezco.

***

Ha pasado una semana desde que el fuego consumiera Santa Olga y una serie de poblados perdidos en el mapa de la Séptima Región. A diferencia de lo que ocurre en lugares como Carrizal, en Santa Olga hay una saturación de ayuda en la emergencia. La villa en la que unas 1.800 casas se consumieron ya tiene un hospital de campaña, varias carpas del SAMU, está el ejército de Salvación, tres ambulancias, un centro de atención de la PDI, cerros de ropa donada en las esquinas que nadie se ha querido llevar y decenas de voluntarios -y algunos curiosos- dando vueltas. La mano del Estado aquí sí se hace notar.

En medio de las calles devastadas, asoma lo inusual. La comisaría de Carabineros es el único edificio parado y en buen estado en cuadras a la redonda. Rafael Chandía, suboficial mayor a cargo de la comisaría, cuenta que la noche del incendio sus funcionarios se dedicaron a evacuar a la población cuando el fuego alcanzó el aserradero Corral, que está ubicado al costado oriente de Santa Olga. Con el agua que quedaba disponible rociaron el retén y se fueron alrededor de la 01.30 del pueblo. Cuatro horas más tarde logró pasar la primera patrulla a ver lo que había quedado en la localidad, pero también para encontrar su comisaría casi intacta en medio de la destrucción. Sólo la parte trasera presentaba algún tipo de daño: tablas revestidas en plástico que se habían chamuscado. Está eso, pero también el bajo número de víctimas para un pueblo de 5.300 personas. "Sólo se encontró a una persona calcinada en su casa", dice Chandía. "Para la magnitud de este incendio, cómo arrasó con todo, pudieron ser 15, 30 o 50 los fallecidos y habría estado en el rango de lo normal", señala.

A unos tres kilómetros de Santa Olga, en la ruta que lleva a Empedrado, está el sector de la Aguada. Sólo quedan los esqueletos y las planchas de zinc arrumbadas de las 12 casas que ahí existían. José Guillermo Jaque (65), quien tiene una parálisis en buena parte del lado izquierdo de su cuerpo, dice que tuvo que salir escapando por detrás de los mismos bosques la noche del incendio. La carretera ya estaba cortada por el fuego. A pesar de estar tan cerca de Santa Olga, a Jaque y a la mujer con quien lleva casado los últimos 40 años, Nélida Cárcamo (60), sólo le ha llegado ayuda de particulares. "De la municipalidad o el gobierno sólo apareció alguien para hacerme una ficha social", dice Jaque. La ayuda de quienes han viajado al sur a cooperar ha sido grande, eso sí. El matrimonio volvió a su predio recién el lunes, y un día después ya tenía cocinilla, refrigerador-para ocupar cuando llegue la luz-y un baño químico, además de gran cantidad de comida que tenían ordenada cuidadosamente bajo un toldo. A pesar de perder su casa, una camioneta que está unos metros más allá, calcinada, y una yunta de bueyes, Dios sigue intacto. "Estamos vivos y eso es por él", sentencia Jaque, duro, sin dejar espacio a contrapreguntas sobre el tema.

***

Carrizal es la puerta de entrada a muchos poblados aun menores, que nunca han llegado a un mapa, ni siquiera a esos mapas detallados que venden las bencineras. Lugares como Los Romeros, Huinganes, Carrizalillo, Maquehua y Forel, a los que se llega en 4x4 y, para los que no tienen todoterreno, solo tienen conexión a través del ramal Talca-Constitución, tren que pasa bordeando el Maule una vez al día de ida y una vez de vuelta. Hoy, la incomunicación es virtualmente total. El ramal estará fuera de servicio al menos por un mes debido al efecto incendio.

La dificultad para llegar a estos lugares es tal que en Carrizal nos dicen que mejor consigamos guía, que podemos estar horas dando vueltas por los caminos forestales. Letreros indicativos no hay, menos después del incendio. Hacemos caso y en el periplo, a cambio de algo de dinero, nos acompañan Patricio González (16) y Leonardo Garrido (15), estudiantes de media que hacían vida social en la única plaza del pueblo. Rápidamente nos damos cuenta de que no habríamos llegado demasiado lejos sin ellos. Entre Carrizal y Forel, la localidad más afectada de la zona en cuanto a viviendas entre los asentamientos más chicos, recorrimos una hora de caminos que se bifurcaban sin indicación. Y lo más impresionante: esa hora entera no paramos de ver bosques quemados a cada costado, además de un puente que conecta a Forel con la estación del ramal totalmente destruido. Para llegar, no quedó otra que cruzar un arroyo que en invierno debe transformarse en río.

Es en esta zona, pero hacia el lado de Maquehua, donde murieron los dos carabineros el día del gran incendio. Un par de días antes, en el retén de Putú, que todavía tenía una mesa con retratos de los carabineros caídos, el suboficial mayor Aladino González (52) contaba la historia de desgracia del sargento primero Fredi Fernández (51) y del cabo primero Mauricio Roca (35). Y lo que pasó fue esto: "Fernández y Roca fueron a Maquehua a evacuar a la población", recuerda González. "Antes de llegar, cayeron dos árboles en llamas que les cortaron el camino. El incendio venía avanzando detrás de ellos, así que decidieron intentar pasar por sobre los troncos, pero sólo pudieron pasar las ruedas delanteras. Quedaron atascados. No sabemos por qué no se bajaron e intentaron pasar por arriba de los troncos a pie, pero creemos que intentaron salvar la camioneta. Nos ha dolido harto, pero murieron cumpliendo el deber. Si uno pensara que no le va a pasar nada, no es carabinero", dice.

Al sargento primero Fernández le quedaban dos años para pasar a retiro.

Uno de esos caminos interiores donde murieron los carabineros está conectado con Carrizalillo, un pequeño poblado que, aunque parece un sector hermano de Carrizal, está a más de una hora. En el camino vemos un camión militar volcado. Nos bajamos. Un militar y un civil intentan limpiar el lugar. El militar pide que paremos de tomar fotos y dice que nadie salió lesionado. Una máquina tan pesada debió ir a mucha velocidad para perder el control, pensamos. El militar está incómodo. Nos vamos para llegar a Carrizalillo. Aquí hubo suerte. A pesar de que se quemaron la sede social y la posta, todas las casas se salvaron. Héctor Arriagada (62), agricultor, salvó la suya quedándose. Y lo que hizo fue una apuesta doble, un todo o nada. Combatió el fuego con más fuego. A ocho metros de su casa, por donde venía el incendio, armó un muro de llamas. Contrafuego le llaman. "El fuego que venía chocó con el mío", cuenta Arriagada, quien tiene la mano vendada por clavarse una estaca esa misma noche. "Al chocar se arma un espacio de aire que hace que el incendio retroceda. Así pude salvar mi casa", recuerda.

imagen-_m7o4954

En Forel, a 20 minutos de Carrizalillo, la suerte fue diferente. El fuego se llevó 11 casas, además de un refugio para trabajadores forestales de Celulosa Arauco para 90 personas. María Albornoz (64) estaba sola con su nieto de 14, al que le dice Marcelito. El fuego los rodeó por los tres costados y no les quedó otra que escapar corriendo en dirección al norte. "Llegamos a un descampado de la forestal y vimos cómo se quemó todo alrededor con los otros vecinos", cuenta Albornoz. "Fue cómo un diluvio", dice, para luego preguntar: "¿Cómo va a ser una persona tan mala de hacer esto".

Su marido, Luis Leal (76), estaba en una feria anual entre chilenos y argentinos que se hace en la frontera, en paso Pehuenche, el día del incendio. Tuvo que dejar su trabajo botado para llegar a estar con su señora al día siguiente de perder su casa. Antes, para el 27/F ya habían perdido su vivienda, pero a diferencia de otros lugares en que las casas tardaron en construirse, acá la solución del gobierno nunca llegó. "Nos tuvimos que parar solos", dice Leal. "Hay que parar un ruquito por ahora, pero ojalá nos ayuden. Ya estamos más viejos", comenta.

Volvemos a Dios: ¿Qué pasa con Dios en estas ocasiones?

Albornoz, que es evangélica, no tiene dudas. Leal, su marido, quien confiesa haber sido uno de los mejores jugadores de cartas en kilómetros a la redonda, la apoya con la vergüenza de quien tuvo un pasado oscuro, pero en sus últimos años ha reformado sus hábitos. María Albornoz dice convencida: "Esto todo está escrito, esto todo tiene que pasar". Y su marido asiente y mueve la cabeza de lado a lado en señal de aprobación.

En el sur profundo, a pesar de las constantes tragedias, de la casi inexistente presencia del Estado, nadie se atreve a poner en duda a Dios. Todo lo contrario.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.