Los 100 años de la obra cumbre de Proust

El 14 de noviembre de 1913 apareció el primero de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, una de las novelas más influyentes de la literatura francesa del siglo XX. Nuevas ediciones celebran el aniversario.




Cuando André Gide vio por primera vez el manuscrito de En busca del tiempo perdido, firmado por un tal Marcel Proust, sintió un rechazo casi inmediato. Nada bueno podía salir de la pluma de un socialité snob, de un mundano aficionado, pensó el escritor de Los alimentos terrestres. No se sabe cuánto leyó del libro -probablemente apenas lo hojeó-, pero según se cuenta, habría dicho que una novela "llena de duquesas" no era digna de estar en la colección de la prestigiosa Nouvelle Revue Française, detrás de la que estaba junto al editor Gaston Gallimard. El resto de la historia es conocido: Gide había rechazado una de las obras más grandes de la historia de la literatura.

Luego de la publicación del primer tomo titulado Por el camino de Swann, a cuenta del autor en la editorial de Bernard Grasset, y con la crítica a los pies de Proust, Gide saboreó el mal gusto de la vergüenza. "Es uno de los arrepentimientos más amargos de mi vida (...) Nunca me lo voy a perdonar y es sólo para aliviar mi dolor que le confieso esto", le escribió al novelista debutante.

Proust, que nació en una familia burguesa en 1871, murió nueve años después de publicar el primer tomo, pero vivió con la certeza de haber concebido una obra maestra. No es casualidad que 1913, el año de su publicación, se considere el momento en que la literatura francesa entró en la modernidad. Sus dispositivos narrativos, su reinvención de la duración y sus ideas sobre el papel de la escritura en relación al tiempo y la memoria refundaron los códigos de la novela moderna.

El autor pasó 14 años, entre 1908 y 1922, dando forma a los siete libros de este trabajo monumental de 3.000 páginas, en el que relata el devenir de Marcel, un joven burgués que vive entre el deseo de escribir y de entregarse a una vida social intensa y mundana. Sus descripciones extremadamente meticulosas, las frases largas y el lenguaje metafórico disgustan a unos que lo consideran excesivo, pero fascinan a otros hasta la obsesión. "Para mí la obra de Proust es la obra de referencia, la mathesis general, el mandala de toda la cosmogonía literaria", escribió el filósofo y semiólogo Roland Barthes. "Su obra se ramifica en tantas direcciones que, cuando me acerco a ella como crítico, me invade una gran modestia y un gran temor", agregó.

Cien años después de la primera parte de En busca del tiempo perdido -reeditada por Gallimard al año siguiente del error de Gide- en Francia y España aparecen ediciones conmemorativas, cartas y semblanzas (ver recuadro).

No hay francés que no conozca sus líneas iniciales: "Mucho tiempo he estado acostándome temprano". La mención de la palabra "tiempo" al comienzo de la novela es un indicio de la preocupación que cruza la obra completa, la de recobrar el tiempo, recuperar un pasado que emerge, en parte, de manera involuntaria. El famoso pasaje de la magdalena remojada en té de Por el camino de Swann revela esa inquietud por la memoria y el azar: sabor y olor transportan al protagonista a una niñez que revive intuitivamente en el recuerdo, lejos de la conciencia y la razón.

En palabras de Barthes, la obra de Proust no es la escritura de una historia, sino la historia de una escritura en la que, tal como en la memoria individual, hay saltos temporales, divagaciones, monólogo interior, selecciones subjetivas y fluir de la conciencia. "Disculpe mi letra, mi estilo, mi ortografía, no me animo a releerme cuando escribo al galope. Tengo tanto qué decir que las frases se me ocurren como chorros", apuntó el novelista en una carta.

El segundo tomo apareció en 1919 y ganó el Premio Goncourt. Tras su muerte en 1922, los tres últimos libros se publicaron en forma póstuma, hasta 1927.

La influencia de la novela es todavía inconmensurable. "Para los que empezaron a escribir a fines de los años 20 y a comienzos de los 30, había dos influencias ineludibles: Proust y Freud", afirmó Graham Greene. Beckett le dedicó un libro, Virginia Woolf se declaraba su admiradora, y Genette y Barthes se desvivieron estudiándolo. Sociología, estructuralismo, estudios culturales, ciencias cognitivas, historiografía y estudios queer han sido algunas de las disciplinas desde las que se ha estudiado el libro. Un siglo después, la obra colosal de Proust persiste inagotable.

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