Chile agresivo

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Los últimos han sido meses de furia, al punto que, en una marcha en Valparaíso, dos manifestantes murieron a causa de la ira de un vecino que salió a la calle disparando una pistola. Pero la violencia no está solo en las protestas. Está en el día a día. En el maltrato a la funcionaria del call center. En la ira de los conductores. En la violencia con los compañeros de trabajo. Esta es una inquietante radiografía a la irascible relación cotidiana que se ha instalado entre los chilenos.




Paula 1176. Sábado 20 de junio de 2015.

LA FURIA DE LOS CONDUCTORES

Uno de cada cuatro conductores chilenos maneja de forma ofensiva y el 90 por ciento ha protagonizado un altercado en la vía pública.

Ciclista pateado en el suelo

Dos operaciones en la rodilla, 20 sesiones de kinesiólogo y licencia médica hasta fin de año, son las consecuencias que le dejó al ciclista Luis Tino (33) el descontrol de un automovilista, luego de que ambos protagonizaran un altercado. El 11 de marzo pedaleaba por la calle Ramón Cruz, cuando pasó a llevar con su brazo el espejo lateral izquierdo de una camioneta Ford 150, que avanzaba por la misma calle. Con el golpe Luis cayó al suelo y, al levantarse, se percató de que el espejo se había quebrado y que era el mismo vehículo con cuyos ocupantes había tenido un encontrón verbal 20 minutos atrás. Luis se reincorporó e intentó arrancar. Pero solo alcanzó a avanzar 5 metros y sintió el impacto del parachoques en la rueda trasera de su bicicleta. "Caí de golpe y me fracturé la rodilla. El conductor se bajó a patearme en la cabeza y en las costillas, mientras me acusaba de ladrón para animar a los testigos a que me retuvieran. Nadie me ayudó, todos se festinaron mirando cómo me agredían", cuenta. Hoy, Luis Tino se asesora con un abogado para que el atropello no quede impune. "En otras circunstancias, podríamos haberlo solucionado y yo haber pagado el espejo roto. Pero el enojo del conductor fue demasiado: estaba descontrolado", dice Tino, quien hoy se desplaza con ayuda de un par de muletas.

Perfil del conductor chileno

25% de los chilenos que manejan se define como un conductor agresivo, ofensivo, nervioso e impulsivo.

72% ha protagonizado un altercado o discusión con otro automovilista.

51% ha vivido situaciones de riesgo con ciclistas.

74% ha protagonizado un altercado o discusión con un bus interurbano.

63% ha protagonizado un altercado o discusión con un peatón.

61% reconoce conducir con sensación de estrés.

*Fuente: Encuesta realizada por Automóvil Club de Chile a 700 automovilistas del Gran Santiago durante 2014.

Tímidos y agresivos, la mezcla fatal

Por Alberto Escobar, antropólogo y gerente de asuntos públicos de Automóvil Club de Chile

El chileno es el conductor más violento de la región de habla hispana: según datos de Automóvil Club, 1 de cada 4 conductores se declara agresivo y 60% maneja bajo estrés, lo que indica que ante cualquier problema reaccionará de forma irascible. Esto es más prevalente en hombres: 9 de cada 10 altercados en la vía pública son protagonizados por ellos. Entre los niveles de insultos, se empieza en gestos y garabatos, hasta llegar a extremos como tirar el auto encima o bajarse del vehículo para golpear al otro con algún objeto cortopunzante o incluso bates de béisbol. Esto es algo transversal a todos los niveles socioeconómicos. La pregunta que cabe hacerse es: ¿por qué llegamos a tales extremos de violencia?

Nuestros estudios han revelado que los chilenos somos gente tímida y agresiva. Una pésima combinación, cuando se traslada a la conducta vial. A diferencia de los argentinos, por ejemplo, que son más frontales y expresan en el momento aquello que les molesta, los chilenos nos guardamos las cosas y es en el auto el lugar donde descargamos nuestro estrés. Es fácil gritarle un insulto por la ventana a alguien o apurar al auto de adelante tocándole la bocina, pues luego avanzamos y nos perdemos en el anonimato.

El estrés vial ocurre porque hay una lucha constante por el espacio público: no sabemos compartirlo. Es la ley del más fuerte, una lucha entre David y Goliat, en la que hay una correlación entre tamaño, espacio y lo que cada uno piensa que es su derecho. En esta figura el peatón es el que siente que todo el sistema vial lo maltrata: le teme al Transantiago, a cruzar la calle, a los ciclistas, a los autos. Y los ciclistas les temen a los autos; los autos, por su parte, se sienten amedrentados por los buses y los buses son los amos del lugar solo porque son los más grandes. Por ejemplo, sabemos que las SUV son los modelos más cotizados por las mujeres y esto habla, en parte, de que en un auto grande se sienten más seguras contra cualquier agresión o para ejercerla si es necesario.

La violencia se incrementa porque el auto se ha transformado en una extensión de la casa y no en un medio de transporte, entonces ante cualquier incidente, sentimos que alguien se está metiendo al living de nuestra casa y defendemos ese espacio privado a toda costa. Nos creemos con el derecho de ser los primeros, de estacionarnos en la vereda, de pasar raudos durante un día de lluvia sin importar si mojamos a alguien, de acelerar a fondo en una luz amarilla para ganar segundos extra, de manejar pegado al auto de adelante, de no dar la pasada, todo por llegar antes que el resto, por sentir que hemos ganado un tiempo que en realidad no existe. Porque la realidad de Santiago es que tenemos un parque automotriz de 1.600.000 autos, donde la velocidad promedio de desplazamiento es de 25 km/h. El taco es un factor que predispone mucho al estrés y la violencia al conducir, sobre todo si la persona compró un auto con la ilusión de acortar sus tiempos de viaje. Es lógico que le dé rabia o se sienta frustrado, engañado, cuando se ve atascado en un taco por más de 40 minutos. El ejercicio que hay que hacer es salir preparado, con paciencia. Entender que todos somos el taco, ¡uno es el taco!

VIOLENCIA EN EL TRANSPORTE PÚBLICO

Según reportes del Ministerio de Transportes, 41 agresiones físicas se registraron en 2014 hacia conductores de buses del Transantiago.

Chofer maltratado

En marzo de 2014 Nicolás García (52), chofer de Subus, una de las siete empresas de buses del Transantiago, fue víctima de la ira de un conductor de auto al que le pegó un topón en la puerta. "El auto se cruzó intempestivamente, traté de frenar, pero igual le di un toponcito". En segundos el conductor se bajó con un bate de béisbol y empezó a pegarles a las ventanas del bus con todos los pasajeros arriba. "Estaba como poseído. Destrozó mi ventana y los vidrios saltaron en mil pedazos que se me incrustaron en la cara. Si Carabineros no hubiese llegado, el tipo me mataba a palos", relata. Tres meses después, en junio pasado, lo volvieron a agredir mientras manejaba su micro. "A las 8 de la mañana iba por Nataniel con Alonso de Ovalle cuando desde afuera un hombre, de la nada, me tiró una botella de vidrio que entró por mi ventana abierta y me pegó en la cabeza. La micro quedó llena de sangre y me desmayé. Estuve hospitalizado cuatro días con TEC cerrado y pasé cuatro meses con licencia por el trauma". Hoy reflexiona sobre toda la violencia de la que son objeto los choferes del transporte público: "Los conductores nos sentimos indefensos, impotentes y con rabia porque no es nuestra culpa. En la mañana nos insultan porque la micro no para, porque pasa llena o porque se demora. Los fines de semana es aún peor, sobre todo cuando hay partidos de fútbol: me han escupido, me han insultado, y más encima se niegan a pagar el pasaje".

Víctima de la ira de los pasajeros

A principios de enero, cuando el Diario Oficial anunció que el pasaje del Transantiago subiría 20 pesos, la jefa de estación del Metro, Susana Gutiérrez (58), fue blanco de la furia de los pasajeros. "Diles a los desgraciados de tus jefes que hagan bien la pega. Ganan millones y millones y nos siguen robando. ¿Hasta cuándo van a seguir subiendo el pasaje vieja conchetu..?", le gritó una turba de 20 pasajeros que se le abalanzó encima en un traslado desde la estación La Granja hacia Santa Julia, en la línea 4 A. "Yo iba en el vagón vestida de uniforme y estos pasajeros estaban furiosos, con las caras rojas de rabia. Cuatro de ellos me apuntaban en la frente con su dedo índice, me tocaban cada vez más fuerte, mientras me insultaban. Me acorralaron y en mi espalda sentí un objeto, que probablemente era la mochila de alguien, pero estaba tan paranoica, que pensé que era un cuchillo. Me fui a blanco, creí que iba a morir", cuenta Susana, quien aún llora al revivir el episodio. Al abrirse las puertas del vagón, corrió aterrada. "No podía parar de llorar. Por un tiempo me sentí perseguida. Trabajar con el temor de que te van a atacar no es fácil. Entiendo la indignación de la gente, pero ellos no entienden que uno es un funcionario más".

MOBBING: MALTRATO EN EL TRABAJO

Chile ocupa el segundo lugar en Latinoamérica en violencia laboral y acumula 5 mil denuncias en la Inspección del Trabajo por esta causa en los últimos 4 años. Una cifra que ha ido en aumento, desde que en 2012 entró en vigencia la modificación al Código del Trabajo en la Ley 20.607, que sanciona las prácticas de acoso laboral o mobbing.

Hostigada por ser musulmana

Nora Melo (51) es una chilena convertida al islam, que usa un hiyab o velo sobre su cabeza. En 2008, cuando fue a saludar a su nueva jefa en el call center que la empresa Vodafone España tiene en Santiago -y donde Nora llevaba trabajando con éxito un año-, le dijo al verla: "Yo no quiero perras musulmanas acá". Nore recuerda:"No lo podía creer. Lo dijo en frente de todos mis colegas. A partir de entonces, junto con otros dos supervisores comenzaron a insultarme a mis espaldas, escribían mensajes como 'terrorista, ándate a un país musulmán' en el espejo del baño de la oficina y en el fondo de pantalla de mi computador. Me decían que me sacara el disfraz, que por cuántos camellos me cambiaban, que tenía voz de caliente y que excitaba a los clientes. Me cambiaban los turnos sin previo aviso y me aislaban de mis compañeros sentándome en un puesto alejado del resto de los operadores, por lo que me era difícil escuchar las instrucciones. Ellos esperaban que cometiera un equivocación para despedirme". Durante todo un año, sufrió crisis de pánico y depresión. "Llegué a andar con la cabeza baja para que nadie me insultara, me sentía menoscabada. Un día, saliendo a mi hora de descanso, un colega me tiró un escupo. Me dolió mucho, fue un insulto con mucho desprecio", cuenta Nora, quien se armó de valor y puso una denuncia en la Inspección del Trabajo. En abril de 2010, el Primer Juzgado de Letras del Trabajo de Santiago falló a su favor y estableció que se vulneró su derecho a la no discriminación por causas religiosas, convirtiéndose en el primer caso en Chile en que la Justicia falla a favor de un trabajador ante persecución laboral por este motivo. Además de una indemnización por daño moral, se ordenó el cese del hostigamiento en su contra y se multó a la empresa. Los agresores fueron removidos a otra área y Nora prefirió no volver a emplearse. Hoy, está dedicada a montar su propia empresa de radio taxi.

75% de los trabajadores chilenos dice haber sido víctima de algún tipo de violencia sicológica laboral en los últimos 6 meses.

10% reconoce haber sufrido violencia sicológica laboral de forma reiterada en los últimos 6 meses.

*Fuente: Validación del inventario de violencia y acoso sicológico en el trabajo. Este estudio fue aplicado en 2013-2014 a 700 trabajadores y elaborado por Centro de Estudios de la Mujer, Universidad Diego Portales y Asociación Chilena de Seguridad.

Malos compañeros

7 de diciembre de 2013. Sandra Escobar (43) caminaba por el estacionamiento del mall Alto Las Condes, tras terminar su jornada como vendedora del área de computación de una multitienda. De pronto, un auto retrocedió repentinamente. "Alcanzó a rozarme y, si no hubiese sido por una amiga que me alertó, seguro me atropella". Al volante iba una colega que regularmente hostigaba a Sandra, desde que comenzó a destacarse como vendedora. "Ella y otro compañero se coludían cuando me acercaba a algún cliente para ayudarlo: 'ya está siendo atendido', me decían". Sandra reportó a sus jefes sobre la mala convivencia, pero estos le bajaban el perfil. "Me decían que no les hiciera caso". Pero con el incidente del auto, Sandra se animó a denunciar en la Inspección del Trabajo y a dejar una constancia por intento de agresión grave en Carabineros. Le diagnosticaron un trastorno depresivo mayor producto de una hostilización laboral horizontal y estuvo con licencia. En junio de 2014 el Segundo Juzgado de Letras del Trabajo de Santiago acogió su denuncia de tutela laboral por autodespido vulneratorio contra su empleador, una figura del Código del Trabajo que permite solicitar el autodespido cuando se acredita que el empleador, sabiendo los hechos de acoso laboral, no hizo nada por mejorar la convivencia en el trabajo. "Ahora me pregunto, ¿por qué aguanté hasta un episodio tan violento? Trabajar en un ambiente lleno de envidia me estaba enfermando", dice Sandra, quien hoy es dueña de casa.

Humillado por el superior

"Marrano, obeso", eran los adjetivos con los que su superior, un coronel del Regimiento Reforzado N° 1 Topater de Calama, se dirigía a Giordanno Noli (4o), entonces capitán del Ejército, quien pesaba 95 kilos. Con 15 años de carrera militar, Giordanno había sido asignado en marzo de 2005 al recinto calameño. "Desde el primer día se burló de mi sobrepeso. Me asignaba trabajos en días y horas fuera de horario y me ridiculizaba frente a mis pares y subalternos, siempre con mofas hacia mi estado físico. La humillación era tal que llegué a esconderme de él. Incluso me amenazó diciendo: 'De aquí a diciembre lo doy de baja porque usted no puede ser oficial de Ejército'. Y así fue: me calificó mal, lo que terminó con mi desvinculación de la institución". Tan afectado estaba Noli con el hostigamiento que incluso estuvo internado en una clínica mental. El diagnóstico indicó una depresión reactiva y trastorno de personalidad, provocados por violencia intralaboral. Con ello, interpuso una demanda de indemnización de perjuicios por daños materiales y morales en contra del Fisco de Chile, organismo a cargo de las demandas civiles contra el Ejército. La demanda fue acogida en 2006 por el Primer Juzgado de Letras de Antofagasta y, en 2010, ratificada por la Corte Suprema, que ordenó el pago de 30 millones de pesos a Giordanno. "Es cierto que el Ejército es una institución jerarquizada, pero se tiene que alinear con las leyes que nos protegen como personas y ciudadanos. Todos tenemos derechos, en cualquier ámbito laboral, al buen trato", dice el ex capitán.

AGREDIDOS POR LOS CLIENTES

Según cifras de la Asociación Chilena de Seguridad, de las 1800 licencias por trauma sicológico agudo que se presentaron en 2014, 144 corresponden a trabajadores del sector servicios. Al ser la cara visible de las empresas, son ellos a los que les toca lidiar, día a día, con un batallón de clientes disconformes que descargan su ira con quejas, reclamos, insultos y hasta golpes. "¿Qué culpa tenemos nosotros?", se preguntan.

Noventa insultos al día

De los 100 llamados que Zinia Veas (27) recibía al día como operadora del call center de Movistar, 90 eran voces ofuscadas al otro lado del teléfono. "Trabajaba en atención al cliente, o en la sección 'reclamos', mejor dicho. Ahí eran comunes gritos como '¡arreglen esto ahora! ¡Yo te doy tu sueldo!'. Otros, me decían 'conchetu…' y colgaban". Lidiar con insultos a diario, muchas veces, la dejaba muy afectada. "Lo peor es que pasan 5 segundos entre cada llamado, entonces hay que cambiar el switch y atender como si nada hubiera pasado. Hay que hacer un trabajo zen, al cliente no le puedes cortar el teléfono porque todo está siendo grabado". Hace algunos meses Zinia se cambió al call center de otra compañía telefónica. Y los insultos siguen. Le toca vender productos y eso significa llamar a cualquier hora del día. "Es una presión tremenda y muy estresante: a la hora que llames el cliente se enoja porque se siente violentado y más encima tengo que cumplir con las metas de ventas". Hace poco contactó a una clienta de Copiapó que había perdido todo en el aluvión. "Me sentí culpable por ofrecerle minutos extra". Pero su supervisora le ordenó seguir haciéndolo, solo que ahora, debía ofrecer los productos con voz más sensible.

El cliente impaciente

A Rodrigo Carrasco (40), cajero de Servipag, los clientes le han golpeado la ventanilla, el mesón y le han tirado los documentos cuando se demora un poco más de la cuenta atendiendo a alguien. "De las 500 personas que atiendo en un día, unas 300 son agresivas. Llegan enojadas de afuera, quieren todo rápido y, al ver la tremenda cola, se frustran. Es muy tensionante. Cuando tengo que decirles que se cayó el sistema y tienen que esperar un rato, me predispongo a que me insulten y me amenacen. A veces he tenido que salir escoltado por mis colegas por miedo a que me peguen", cuenta. Pese a ello intenta sobrellevarlo. "Me tomo unos 5 minutitos para respirar profundo y espero a que se me vaya la rabia, porque a la gente no le puedo contestar, porque, como nos dicen los jefes, 'el cliente siempre tiene la razón'. Lo que ellos deberían saber es que el cajero no tiene la culpa".

El 80% de los trabajadores dice haber sido víctima de algún tipo de violencia sicológica laboral.

Le arrojaron una tablet

María Godoy (49) es vendedora del departamento de electrónica de Líder y hace un año fue víctima de una clienta ofuscada. "Ella quería que le cambiara una tablet que había comprado y que, supuestamente, venía roto. Ante mi negativa por cambiarle el producto me tiró unos cuantos garabatos y se fue". Lo que María no se esperaba era que a la hora después, la mujer apareció nuevamente. "Venía directo hacia mí con la cara desfigurada de odio y diciéndome toda clase de garabatos y que me iba a esperar a la salida. Como estaba detrás del mesón, no pudo pegarme. Entonces, me tiró la tablet con mucha fuerza. Terminé con el brazo moreteado. No fue nada grave, pero sentí mucho miedo de que a la salida del trabajo me estuviera esperando. Los días posteriores, no me atrevía ni a ir al baño sola", cuenta María.

Entender el clima de agresividad

Por Ximena Dávila, co-fundadora de la Escuela Matríztica junto al biólogo Humberto Maturana, centro donde analizan la biología cultural

¿Chile agresivo, o un Chile con personas cansadas, traicionadas, con miedos, con enojos, sin esperanza? Estamos llenos de expectativas, propias y ajenas, y de la mano de ellas vienen las exigencias de que hagamos las cosas según lo que otros quieren: que seamos buenos empleados, excelentes papás y personas cumplidoras con los deberes que otros dicen que tenemos como ciudadanos. Pero responder a esas expectativas, ¿es realmente lo que deseamos? Las exigencias de otros niegan nuestra autonomía reflexiva y nuestros sentires íntimos se transforman en emociones de rabia, miedo, desconfianza y violencia, dentro del hogar y en nuestra conducta ciudadana. Consciente o inconscientemente, todos conservamos relaciones que nos generan "mal-estar", y que no quisiéramos vivir. Lo que nos tenemos que preguntar entonces, es qué queremos conservar en nuestro vivir y convivir. Porque, aunque nos quejemos, siempre estamos donde queremos estar porque estamos conservando algo desde nosotros, que queremos mantener, como el sueldo, el estatus, el qué dirán. Para que nuestro modo de vivir se transforme y se transforme Chile, tenemos que cambiar eso que conservamos pero que no nos gusta. Para lograrlo tendríamos que recuperar un vivir democrático que hemos perdido, generar un acuerdo de convivencia en el mutuo respeto, la honestidad, la colaboración, la equidad, la ética social y la reflexión. ¿Por dónde empezar? Simple, en la familia, en la localidad donde vivimos, en el trabajo, en las relaciones sociales. Toda transformación cultural pasa por un cambio individual, por uno mismo y el modo en que nos relacionamos. Si nos respetamos mutuamente nos estamos respetando a nosotros mismos y abriendo los espacios para la colaboración. Si nos encontramos en el ámbito de la colaboración abrimos los espacios para escucharnos, y así coordinar nuestros sentires, haceres y deseos en el mutuo respeto. Abrimos el espacio para conversar y escoger cómo queremos hacer lo que hacemos, en la honestidad, desde nosotros mismos. En este estilo de convivencia colaboraríamos, no competiríamos; conversaríamos sin prejuicios; reflexionaríamos sin miedo a mirar nuestro hacer. En ese estilo de convivencia no se tiene miedo, pues se confía, y nos podemos encontrar en la diversidad, sin temor a desaparecer. Si queremos cambiar el cansancio por las ganas, la traición por la confianza, el agobio por el desapego, la desesperanza por los sueños, tenemos que comenzar ahora a relacionarnos con la ternura que evoca el amar a nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo. No podemos traspasarles esa responsabilidad a otros. Tenemos que comenzar nosotros, hoy.

LAS OTRAS VÍCTIMAS DEL BULLYING

La violencia escolar no solo se da entre los alumnos. También les ocurre, y con frecuencia, a los profesores, que son víctimas de alumnos y apoderados furiosos. Cada semana el Colegio de Profesores recibe 3 denuncias por agresiones sufridas por los docentes.

Golpeada por un alumno

La profesora Ketty Valenzuela fue pateada por un alumno de 12 años.

El 29 de septiembre de 2010 la vida de la profesora Ketty Valenzuela (58) cambió para siempre. Por primera vez en sus 25 años de carrera profesional fue golpeada por un alumno de 12 años de la escuela básica Horacio Johnson de Conchalí y amenazada de muerte por su apoderada. "Había terminado el recreo, pero un niño de quinto básico continuaba jugando a la pelota. La inspectora de ciclo se le acercó y le ordenó que regresara a su sala, pero el estudiante le respondió con groserías e insultos. Yo presencié ese episodio e intervine. Con calma y buenas palabras le expliqué al niño que no podía insultar a la inspectora y que efectivamente el recreo había terminado. Entonces él reaccionó furioso y se me lanzó encima. Me caí y el comenzó a patearme. Yo solo atiné a cubrirme la cabeza. No podía procesar lo que me estaba ocurriendo", relata. Pasaron algunos minutos antes de que los profesores pudieran sacarle de encima al estudiante. Cuando lo consiguieron, ella no paraba de llorar. A las horas llegó la apoderada del niño. Apenas entró a la escuela comenzó a gritar y a amenazar a la profesora, diciéndole que a ella y a su familia la matarían. "Esto me marcó hasta el día de hoy. Tras el episodio me reubicaron en otro recinto y yo no he vuelto a acercarme a ese colegio porque tengo miedo de encontrármelos. Pese a todo no guardo rencor contra ellos. Sé que su comportamiento responde a la sociedad sin valores en la que vivimos. Los padres no tienen control sobre los niños y creen que solo tienen derechos, no asumen sus responsabilidades en la educación de los hijos", dice Ketty. Luego de la golpiza Ketty Valenzuela obtuvo el apoyo del Colegio de Profesores y del ministro de Educación de la época, Joaquín Lavín. Recurrió a la Justicia e interpuso un recurso de protección. "En mi caso había testigos que pudieron acreditar esta violencia, pero me pregunto, ¿qué pasa cuando esta agresión tiene al profesor y al alumno como únicos testigos? Es la voz del docente contra la de un niño y entiendo que muchos colegas no se atrevan a denunciar por miedo al desprestigio, a que los cambien de funciones o a que se queden sin trabajo. Es mejor aguantarnos y quedarnos callados", concluye.

Una familia descontrolada

"Estuve tres meses con licencia siquiátrica, sin ser capaz de pararme frente a mis alumnos, ni mucho menos salir a la calle", dice el profesor Waldo Díaz, quien fue golpeado por los familiares de una alumna.

"Solo vi que tres hombres venían enfurecidos hacia mí. Me tenían acorralado a patadas y puñetazos, y sacaron una rama de un árbol para seguir pegándome a mí y a la directora del colegio, que justo estaba al lado mío. Cuando caí al suelo, mis colegas lograron liberarme y encerrarme en una sala", cuenta el profesor de Educación Física, Waldo Díaz (30). El hecho ocurrió en agosto pasado, a la 1:30 de la tarde, en el patio de la Escuela Luis Cruz Martínez en Quilicura, a la vista de todos los niños y profesores. Los agresores eran los tíos y el abuelo de una alumna de séptimo básico que acusó a Waldo de empujarla, cuando ella quiso ir al baño y el profesor bloqueó la puerta de la sala para que no saliera. "Estuve tres meses con licencia siquiátrica, sin ser capaz de pararme frente a mis alumnos, ni mucho menos salir a la calle". Aunque los moretones que le dejaron los golpes no fueron de gravedad, Waldo interpuso una querella por agresiones físicas. "Enfrentar un episodio así es terrible. Te sientes muy desprotegido porque es la palabra de la alumna contra la del profesor. Tengo miedo a que ante cualquier sanción que uno le imponga al alumno, este reaccione con una acusación falsa. Es injusto: pareciera ser que los profesores tenemos muchos deberes, pero ningún derecho", reflexiona Waldo, quien hoy se desempeña como inspector en otro recinto de la comuna.

367 denuncias de agresiones contra profesores se registraron entre enero de 2013 y abril de 2015 en la Superintendencia de Educación. La mayoría de los casos corresponden a agresiones de parte de apoderados.

El cachetazo de un apoderado

"La cachetada que una apoderada me pegó fue tan fuerte que me dio vuelta la cara. Sentí impotencia. No podía agredirla de vuelta. Me quedé con un dolor tremendo por la humillación, la vejación frente a mis colegas", dice el profesor de Historia Luis Cáceres (52), tras recordar la agresión que vivió en julio de 2014 y que lo dejó con 20 días de licencia. En sus 30 años de carrera docente y 8 trabajando en la Escuela Darío Salas de San Pedro de la Paz, en la Región del Biobío, esta era la primera vez que recibía un golpe. "Le dije a su hija de 11 años: 'Señorita, por favor, ponga atención en clases'. Y la alumna me acusó con su madre". En señal de apoyo, los colegas de Luis se fueron a paro por tres días con carteles que decían: "Por la dignidad y seguridad de los profesores". La escuela decidió cancelarle la matrícula a la niña y Luis interpuso acciones judiciales contra la madre por el delito de lesiones leves en el Juzgado de Garantía de San Pedro. "Pero desistí por falta de tiempo y plata para un abogado. Hoy me pregunto, ¿y si yo le hubiese pegado de vuelta a la apoderada, qué habría pasado? Probablemente estaría preso", se pregunta Luis Cáceres, quien hoy es director de la Escuela San Ambrosio de Chanco.

Agresión a docentes

Por Alexis Ramírez, superintendente de Educación

El maltrato a los profesores es una problemática grave, emergente y preocupante en nuestro sistema escolar. Las denuncias recibidas por la Superintendencia demuestran que recién se están visibilizando este tipo de agresiones, tanto físicas como sicológicas, las que, sin duda, atentan contra un valor esencial: la dignidad de nuestros docentes.

Tenemos reportes crecientes, de 160 en 2013 a 178 en 2014, por golpes y malos tratos, como insultos y denostaciones vía rayados o a través de redes sociales, que están arrojando ciertas luces de alerta, porque lo cierto es que todavía no tenemos la real dimensión de un fenómeno que aún permanece en la penumbra. Esto porque, los mismos profesores nos advierten que prefieren sufrir el problema en silencio, por miedo, por vergüenza, para no escalar el conflicto y también porque sienten que si exponen su situación pueden ser cuestionados en cuanto a su perfil para mantener el control al interior de la sala de clases.

Sin embargo, en la ocurrencia de estas situaciones, en la que se mezclan factores sociológicos, culturales, institucionales e individuales, hemos constatado afortunadamente evidencias positivas, que dan cuenta de la disminución de los casos de agresión cuando los establecimientos educacionales asumen con decisión el desarrollo de una cultura escolar de buen trato entre sus miembros y de procedimientos claros de prevención y de resolución oportuna y pacífica de conflictos.

Como Superintendencia, estamos trabajando bajo el principio del resguardo de derechos de toda la comunidad escolar, basados en que una educación de calidad requiere de un profesor enfocado en un 100% en el proceso de enseñanza-aprendizaje y no afectado por situaciones de intimidación y menoscabo, que lo disminuyen física o sicológicamente.

Porque valorizar a nuestro docentes es tarea de todos, en los próximos meses desarrollaremos un plan de fiscalización especial en temas relacionados con profesores, desde donde queremos aportar en un camino de mayor protección y respeto de la función docente. ·

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