El poder de negociación le pertenece a los hombres (y no porque nosotras no sepamos negociar)




Al cambiar de trabajo, las mujeres en Chile aumentan su salario aproximadamente un 15% menos que los hombres. Así lo develó en 2014 el estudio Poder de negociación y brecha salarial de género: Caso chileno –liderado por el economista Gabriel Cruz–, en el que se postula que la brecha salarial entre hombres y mujeres (que a la fecha alcanza un 20%) está en parte explicada por el poder de negociación.

Y es que si bien el estudio es enfático al indicar que los factores de origen de la brecha salarial son múltiples, y van desde los estereotipos de género pactados a nivel sociocultural a una ausencia de aspectos regulatorios, no deja de ser impactante que el poder de negociación (o la falta de tal) es responsable en un 27% de que las mujeres ganen en promedio un 77% de lo que perciben los hombres. ¿Por qué? Las razones poco tienen que ver con el poder de negociación en sí –ni con tener habilidades mayormente desarrolladas o no para negociar–, sino más bien con un sistema social androcéntrico que prioriza a los hombres blancos, de clase alta, y sin discapacidades físicas o neuronales, y todas las consecuencias que de ahí se van gestando. En un escenario así, como explica la psicóloga feminista de Cidem, Claudia Muñoz Castro, el sujeto de referencia es ese, y todo lo que se salga de esa norma se ubica en una categoría inferior.

“Hay dos consecuencias fundamentales de esa discriminación inicial; por un lado se crean relaciones jerárquicas de poder entre los sexos y por otro, se va dando paso a una constitución identitaria a nivel inconsciente que define cómo debemos o no actuar y lo que se espera de nosotras. En los distintos espacios de socialización nos enseñan que por nacer mujeres tenemos ciertas características predeterminadas, o que nuestra biología es determinante de nuestra personalidad, y por ende hay ciertas cosas que se esperan de nosotras. Esto no es real, pero nosotras inconscientemente vamos respondiendo a esas categorizaciones porque a su vez es lo que nos permite ser parte”, explica la especialista. “Cuando no respondemos a lo que se espera de nosotras, la sociedad nos castiga”.

Por eso, como continúa Muñoz Castro, no es extraño que nos atrevamos menos al momento de negociar. “Sabemos que por el solo hecho de ser mujeres tenemos menos oportunidades y sentimos que deberíamos estar agradecidas de que se nos consideró, sobre todo si tenemos hijos. A su vez, desde los empleadores se va a asumir que nosotras priorizamos a la familia por sobre el trabajo, entonces se reafirma la narrativa de que somos más caras para ellos”, profundiza. “Más que menos habilidades para negociar, lo que existe es una precarización de las condiciones que nos permite a nosotras negociar. A eso hay que sumarle los factores interseccionales; ser mujer es la primera discriminación, pero con cada factor agregado (raza, clase, etnia), nos discriminan aun más”.

Todos estos factores, como explican las y los especialistas, que van desde el cómo fuimos socializados a los estereotipos y consiguientes exigencias de género, se aúnan y terminan dando paso a una situación que se traduce en una falta de poder de negociación y no de habilidades o diferencias biológicas. Se trata de un escenario construido socialmente en el que las mujeres tienen menos posibilidades. Y esto tiene consecuencias graves; las mujeres no piden, o piden menos, y las que sí lo hacen, son vistas como agresivas y poco empáticas. Por otro lado, los hombres se sienten en plena libertad de pedir lo que saben –o asumen– que les pertenece. Porque el espacio público, como explica la vicepresidenta de McCann y miembro de REDMAD, Maribel Vidal, siempre les ha correspondido y lo saben. “La negociación es una habilidad que está más desarrollada por ellos, pero porque han tenido el espacio para hacerlo. A su vez, las mujeres tienen varios frentes en los que deben negociar, y por ende se produce una suerte de autocensura”, explica la especialista.

Así lo demuestra también un estudio publicado a principios de marzo de este año en Science Advances en el que se revela que las adolescentes atribuyen el propio fracaso a la falta de talento con mayor frecuencia que sus compañeros hombres. Esto, a su vez, hace que disminuyan su autoconfianza y que en consecuencia se alejen de ciertos entornos competitivos en los que no van a ser bien recibidas. “La negociación y el arrojo del hombre a la hora de postular a un trabajo está marcado por factores culturales. A ellos se los impulsa a jugar y a tomar riesgos, mientras que a las niñas se les fomenta que las actividades que les corresponden son las del cuidado; de sí mismas y de los demás”, explica Vidal. “Por eso, más adelante, pensamos que tenemos menos que ofrecer o que no estamos tan preparadas, y llegamos con otra actitud. Y así también pasa con el que nos entrevista, que tiene sus sesgos y exigencias”.

Estas exigencias quedan en evidencia en un artículo de Forbes en el que la periodista Kim Elsesser, que aborda temas de psicología, negocios y género, reflexiona respecto a por qué las mujeres se quedan atrás en los procesos de negociación. ¿Su respuesta? No es falta de habilidades o de talento. Se trata más bien de una dificultad por parte de las mujeres de pedir (por todos los factores previamente mencionados) y, por otro lado, de la reacción que reciben las que sí logran ser firmes con lo que quieren. Y es que, tal como lo devela el estudio The Dynamics of Gender and Alternatives in Negotiation (Las dinámicas de género y alternativas en la negociación), mencionado en el artículo, cuando las mujeres se involucran en una negociación asertiva, se enfrentan a una reacción negativa porque los empleadores las encuentran agresivas.

Todo eso, como explica Vidal, hace que el espacio público, que históricamente no se le ha permitido con tanta facilidad a las mujeres, les genere susto. “Ahí la importancia de la representatividad y de visibilizar a los referentes femeninos; a todas las mujeres notables que nos han antecedido. Porque visibilizarlas anima al resto y ayuda a consolidar la auto confianza. A su vez, hay que trabajar en la sensibilización de las organizaciones, desde las capas de decisión, porque sin ellas no habrá cambios profundos”.

A eso Claudia Muñoz agrega que cuando las mujeres postulamos a un trabajo, o incluso cuando estamos estudiando, sentimos que nos movemos en un espacio que no nos pertenece. “Eso hace que, por ejemplo, para postular a un trabajo nos preocupemos de cumplir con todos los requisitos solicitados. Versus los hombres que mandan sus CV sin repararse en eso. Desde la etapa escolar, en la que se nos pregunta menos que a los niños, a la incapacidad de conciliar los estudios superiores con los cuidados que recaen en nosotras, todo esto va dando paso al famoso techo de cristal, que es esa barrera invisible –cultural– que no nos permite avanzar en nuestras carreras profesionales”, explica. “A esto se le suma –y un claro ejemplo es lo ocurrido ayer en los premios Oscars– que los hombres siempre han transado entre sí. Lo vemos cuando en un matrimonio tradicional el padre le ‘entrega’ la novia al novio. Las mujeres, en cambio, son vistas como objetos de transacción. La dificultad entonces no está en la incapacidad de negociación, sino que en un escenario poco equitativo”.

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