Columna de Héctor Soto: Las cuentas de la paciencia

Por difíciles que sean los momentos que ha enfrentado el ministro del Interior en los últimos días, por incómoda que sea la posición en que quedó el ministro Moreno con su Plan Araucanía y por presionado que esté el ministro de Defensa por la situación del Ejército, hay que tenerlo claro y mantener la cabeza fría: la suerte del gobierno no se juega en estas incidencias.


Es posible que el Presidente se haya preguntado esta semana cuánta paciencia se necesita para gobernar. Y no digamos que la respuesta que seguramente se dio lo haya dejado conforme: se necesita más de la que creía. Mucho más. Básicamente, porque el gobierno las ha visto verde a partir de la cadena de descriterios que culminó en la muerte de Camilo Catrillanca en la comuna de Ercilla. Y más verde todavía luego de que se supiera que Carabineros no solamente falseó en los primeros momentos lo que había ocurrido, sino que también había destruido evidencias del incidente.

Cuesta pensar que la caída del intendente Luis Mayol, por haber dado demasiado crédito a la versión inicial de Carabineros, logre saldar políticamente la larga planilla de recriminaciones y desconfianzas que dejó el episodio. En algún momento, sin embargo, habrá que dar vuelta la hoja. Hay que tener presente, sí, que en este tipo de cosas, en La Araucanía en particular, nunca se vuelve al escenario anterior. Las conversaciones se pueden retomar, pero se retoman en un punto que está siempre un metro más al borde del precipicio. ¿Hay espacio para que la conversación se siga corriendo? No lo sabemos. Pero está claro que va quedando menos y sería bueno que Carabineros lo supiera y lo entendiera.

No obstante la gravedad objetiva de todo lo ocurrido, esta crisis sorprendió al gobierno con las manos libres y la conciencia limpia. No ha sido negligente. Puso el tema de La Araucanía entre las grandes prioridades de su gestión. Había comenzado a trabajar con seriedad junto a numerosas comunidades de la zona. Había hecho de entrada una renovación del Alto Mando de Carabineros que no podía seguir retrasándose, luego de la indolencia con que la administración anterior eludió pasarle la cuenta a la institución por la siniestra Operación Huracán. Y no tiene, por decirlo así, ropa tendida en la crisis: no está protegiendo a nadie. Su único interés es que se conozca la verdad de lo que ocurrió, para que en función de eso la justicia haga efectivas las responsabilidades y que vaya a la cárcel quien tenga que ir. El gobierno solo está matriculado con el interés general.

Así y todo, no hay duda de que el episodio pone al gobierno en una posición difícil. Es cosa de comprobarlo en la celeridad con que la oposición entró a explotarlo políticamente, como si tuviese su prontuario limpio y como si en el gobierno anterior las cosas se hubieran manejado mejor. Quizás la única -sí, la única- estupidez imputable a La Moneda en este plano fue el alarde comunicacional de fines de junio pasado, cuando el propio Presidente anunció, en medio de tanquetas y de fieros policías con equipamiento poco menos que atómico, un plan de seguridad para la macrozona sur, pero que, en concreto, iba a concentrarse en la comuna de Alto Biobío y en las provincias de Arauco, Malleco y Cautín. Está fuera de discusión que fuerzas de este tipo a lo mejor son necesarias y pueden ser muy efectivas para mantener el orden en la zona. Pero ¿para qué alardearlas y exponerlas? Debe ser porque alguien por ahí, en los pasillos de Palacio, debe haber comprobado que por esta vía se ganan dos o tres puntitos en las encuestas. El problema, claro, es que después, cuando los problemas llegan, se pierden 10.

También las declaraciones del comandante el jefe del Ejército, el general Martínez, giraron en contra de la cuenta corriente de paciencia que mantiene la autoridad. Hasta el menos quisquilloso concederá que declaraciones de ese tenor obligarán a dar muchas explicaciones. ¿Imprudencia? Sí, mucha imprudencia. ¿Franqueza? También, probablemente demasiada. ¿Cruzó la línea de la deliberación sediciosa? No, no creo, no es en esa dirección que van sus palabras. Pero el escándalo es inevitable. Entre otras cosas, porque el comandante pareciera ignorar que entre su propia gente su gestión está siendo vapuleada y criticada. Y eso en cualquier organización jerarquizada no es chiste. Doble trabajo entonces para el comandante: tratar de explicar lo que dijo y tratar de limpiar su cadena de mando. La pregunta de rigor, inevitable a estas alturas, queda flotando en todo caso: ¿Es tan difícil de entender -sea en el mundo civil o en el militar- que hoy es muy difícil, sí, muy difícil, que no quede registro de una reunión de más de cinco o 10 personas, por secreta o confidencial que sea? ¿Alguien es tan ingenuo como para creer que una reunión a la que acuden cientos de oficiales no va a trascender?

Por difíciles que sean los momentos que ha enfrentado el ministro del Interior en los últimos días, por incómoda que sea la posición en que quedó el ministro Moreno con su Plan Araucanía y por presionado que esté el ministro de Defensa por la situación del Ejército, hay que tenerlo claro y mantener la cabeza fría: la suerte del gobierno no se juega en estas incidencias. Este es el tipo de materias donde hay mucho que perder y muy poco que ganar. Esto, sin embargo, no significa que no haya que pedir explicaciones, revisar protocolos y presentar facturas donde corresponda. La ventaja en los casos, al menos hasta aquí, es la misma: La Moneda no está implicada y tiene las manos libres para actuar sin otro cometido que el resguardo del bien común.

Al parecer, la paciencia nunca ha estado en la filosofía moral entre las virtudes de primera fila. Maquiavelo la recomienda, pero solo en función de las circunstancias, porque sabe que a veces puede ayudar al gobierno del príncipe y a veces también puede debilitarlo. Christopher Hitchens, que era un polemista incurable, un hombre que sencillamente se asfixiaba en los consensos, la miraba muy en menos y la asociaba a la indolencia cuando no a la cobardía. El problema es que cuando se acaba la paciencia, la gente normal pierde los estribos y simplemente explota. En esos casos, no cabe duda, es mejor estar lejos.

Con los gobiernos la cosa es un poco distinta. El orden democrático se aviene poco con los arrebatos de carácter. Y bastante mejor con los ejercicios de autocontención. Paciencia.

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