Estancamiento argumental

El progresismo tiene su propia explicación para un mundo de tasas de interés reales bajas o negativas, con un tono distintivamente pesimista acerca del potencial de crecimiento de largo plazo de las economías de libre mercado. El problema es que tal respuesta es incompatible con el resto de su narrativa.




Las tasas de interés reales en el mundo son, desde hace ya un buen rato, extremadamente bajas. Un bono del gobierno de los EE.UU. a cinco años se transa hoy a una tasa, una vez descontada la inflación, cercana al 0,5%, luego de transarse en niveles promedio negativos durante los tres años previos. En el caso de Chile, una tasa equivalente en UF ha caído cerca de 150 puntos básicos desde principios de 2013. En una presentación reciente, el presidente del Banco Central mostraba cómo la tasa de política monetaria, descontada la tasa de inflación esperada, se encontraba ya en terreno negativo, emulando lo observado en las economías desarrolladas desde ya hace algún tiempo. Un fenómeno así de curioso ha sido fuente de innumerables teorías. Ben Bernanke habla de excesos de ahorros de los países emergentes, y Ricardo Caballero, de escasez de activos de bajo riesgo. Por cierto, la narrativa progresista tiene su propia explicación para un mundo de tasas de interés reales bajas o negativas y, como era de esperar, dicho diagnóstico tiene un tono distintivamente pesimista acerca del potencial de crecimiento de largo plazo de las economías de libre mercado. Larry Summers, el influyente ex presidente del consejo de asesores económicos de Obama e insigne ideólogo de las posiciones económicas progresistas, reintrodujo recientemente un concepto ya algo olvidado en economía —por antiguo y arcaico— para explicar la ausencia de vigor en la economía global: el estancamiento secular. En esta idea, los problemas del mundo se explican por un déficit permanente de oportunidades de inversión, fruto de carencias en innovación y de un menor dinamismo demográfico que se traduce en anémicas tasas de inversión y bajas tasas de interés que son reflejo del menor retorno del capital productivo. La desigualdad no hace más que empeorar los problemas del estancamiento secular ya que una mayor propensión a ahorrar de los que más tienen sólo amplifica los problemas de escasez de demanda. En este sentido, no extraña que la receta del progresismo frente a este problema sea parte de su arsenal estándar: más gasto público que sea capaz de compensar la menor demanda permanente de los privados y mayores impuestos a los de más altos ingresos como solución a su "problema" de excesiva y dañina frugalidad.

Como en cualquier debate económico, el estancamiento secular podría ser objetado en base a la coherencia de sus argumentos o a la validez empírica de sus conclusiones y, sin embargo, mi opinión es que su gran problema no radica ahí, sino que en su obvia incompatibilidad con el resto de la narrativa progresista. El progresismo ha elevado al economista francés Thomas Piketty a categoría de ídolo por su preocupación por un futuro dominado por sociedades en que la acumulación de capital lleve indefectiblemente a una mayor desigualdad. No obstante, la teoría económica muestra que este no es un gran problema desde el punto de vista del bienestar social y la desigualdad si toda esta acumulación de capital fuese compensada por un menor retorno de esos activos que permitiera mantener estable la tasa de participación en el ingreso de los dueños de ese capital; y eso es exactamente lo que hoy parecen reflejar las tasas de interés reales extremadamente bajas. Desde un punto de vista exclusivamente económico, el argumento de Piketty es muy difícil de compatibilizar con la idea del estancamiento secular porque ambas hipótesis asumen cosas diametralmente distintas. En ausencia de esta coherencia mínima, la narrativa económica progresista tiene el serio riesgo de convertirse en un simpático pero incómodo relato sobre un futuro sombrío que finalmente nunca llegue.

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