Chile, pulpería de campeones




Chile tiene unos cuantos trofeos que lo hacen destacarse en el continente y el mundo. Por ejemplo, sus familias son deudoras líderes, deben cada mes el 66% de sus ingresos, equivalentes al 42% del PIB nacional.  Esto sucede porque también somos paladines de los bajos sueldos, buena parte de los chilenos gana menos de 500 dólares mensuales, lo que no ocurre en ningún país que tenga 25.000 dólares de ingreso per cápita como el nuestro.  Los precios no tienen relación con lo que gana la mayoría.  Por ejemplo, las farmacias y los supermercados encabezan las listas de los que más cobran en el mundo,  más que sus pares de Londres o París, ciudades cuyos sueldos mínimos son hasta tres veces superiores al de Chile. Como consecuencia de todo esto, también somos campeones en morosidad; quienes no pagan sus deudas ya sobrepasan los cuatro millones de compatriotas.

Indudablemente estos trofeos nos pueden llevar rápidamente a ponernos primeros en lo que Bob Marley llamó la fila de la desolación, donde cada uno espera que, tal como el príncipe le calzó a la Cenicienta el zapato de cristal y la zafó del infortunio, el destino lo exima de tanta congoja y pésimo futuro.

Nos pasa lo de los constructores de la Torre de Babel, estamos en el mismo sitio viviendo uno al lado del otro sin entender por qué ni para qué estamos juntos. Los de Babel intentaron llegar cada uno por su cuenta a saludar a Dios hasta que trágicamente se dieron cuenta de que lo único que tenían a la mano para salir adelante era al prójimo de carne y hueso al que nunca antes habían mirado a los ojos y ni siquiera sabían cómo se llamaba.

Mirando Chile desde el exterior es difícil entender a los grandes empresarios nacionales. Su acumulación por la acumulación los lleva a no ver su país ni a su gente. A perder completamente el sentido de lo que hacen.

Mientras el resto de los chilenos compra diariamente en sus supermercados y grandes tiendas,  ve sus canales de televisión, pide  préstamos en sus bancos, o usa sus tarjetas de crédito para sobrevivir con altísimas tasas de interés,  pareciera que son ellos quienes le están haciendo un gran favor al país. No ven que justamente es la gente de su país la que hace posible su riqueza.

Al decir de un amigo de Londres, Chile se ha convertido en una vieja pulpería de aquellas de las salitreras donde los mineros eran pagados con fichas para ser usadas exclusivamente en las tiendas de los patrones, que son dueños de todo.

Así Chile no es viable en el largo plazo para nadie, tampoco para sus dueños. No basta con repartir algunas becas y donar millones a la Teletón para quedarse con la conciencia tranquila. Es hora de ejercitar la imaginación y la curiosidad, gobierne quien gobierne, para lograr un país que funcione de verdad y que la sordera no nos lleve nuevamente hacia la anulación mutua en vez de hacia la cooperación que nos permita dar un salto al futuro todos juntos.

Nuestros empresarios tienen que aprender que la esencia de una empresa no es solo producir ganancias para sus accionistas, como tanto repiten; su primera prioridad es producir beneficios para la sociedad que en su seno les permite desarrollarse y tener éxito. Por supuesto que los beneficios son importantes, pero no pueden ser a costa del bienestar de quienes los posibilitan.

La única manera de que Chile llegue a ser verdaderamente desarrollado es creando ciudadanos concientes de que pertenecen a un colectivo, sean empresarios, profesionales independientes o asalariados, que tengan claro que la codicia de los menos no puede ser fuente de la humillación de los más.

Si no, la olla a presión un día reventará. Seguramente no como una revolución sesentera, sino como el desgarro de una sociedad que se suicida desinflándose lentamente, en medio del desgano de la mayoría, los excesos de algunos y el aburrimiento de todos por no tener algo interesante por lo que vivir.

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