Algo hay que explicar para entender por qué una actuación como la de López de este sábado no ocupa lugares más relevantes ni genera todo el entusiasmo que podría hacer. Porque música le sobra al grupo encabezado por Álvaro López. Pero también le sobran fantasmas.

El escenario y el audio jugaron a favor. El Lotus Stage, el nombre que recibe La Cúpula del Parque O'Higgins durante los dos días de festival, se presta naturalmente para que un frontman tan bueno como el vocalista se luzca, juegue con el público y pida cigarros, ratificando que en esa interacción es de los mejores de Chile.

Y la renovación que intenta López se ve en las caras del público que llegó, más cercanos a la veintena de edad que a los 30, un grupo que siguió con entusiasmo las canciones. Pero no con devoción.

La diferencia se sintió en un instante, quizás el más imperfecto musicalmente, pero el más coreado: cuando Álvaro López, solo con una guitarra acústica, interpretó una versión de "Siniestra", una canción que es de las más queridas por los fanáticos de Los Bunkers, y la única de esa banda que fue interpretada en el show.

Y es injusto, porque el espectáculo es muy bueno. Pero esa nostalgia está presente, y es la diferencia entre lo que podría ser tener a la banda más relevante del rock chileno del nuevo milenio en un festival como Lollapalooza y lo que se vio hoy. Porque ahí, con Los Bunkers, sería inconcebible que, a mitad del show, hubiera gente que se fuera a otro espectáculo, o fanáticos que sigan la presentación sentados durante todo el rato.

No está de más repetirlo: no es culpa de López. Son quizás ellos mismos los que dan la clave en el título de una de sus canciones, cantada por el público con disciplina, pero no con fervor: el problema está en nosotros, que aún no superamos el adiós y que, mientras escuchamos a un Álvaro López con la voz intacta, pensamos, como dice su estribillo, en todo lo que pudo ser.