Era muy diferente al resto. No era el típico mapuche a caballo. Sobrino de Cafulcurá, el rey de las historias, Eterna Juventud recorría las zonas cordilleranas del sur con ambiciones superiores a las de sus pares que solo pensaban en la lucha y la guerra. Sus ideas eran complejas y su tarea consistía en buscar "Cabecitas parlantes" en diferentes cavernas.
"Los mapuches, en la etapa de su vida cordillerana, no tenían la disciplina ni la organización del espíritu militar. Precursores del ocio, cazadores remisos y de mala gana cuando apretaba el hambre, las operaciones nacionales no podían ser más ajenas a su espíritu", se lee en Eterna juventud, el último libro del escritor argentino César Aira (68) publicado en Chile por editorial Hueders.
"Cafulcurá sabía mejor que nadie que las historias sucedían en los intervalos; no podía ignorar entonces que daba lo mismo que sucedieran o no", apunta Aira en la novela que no supera las 80 páginas. "El individualismo estaba implícito en su nombre, que en lengua mapuche significaba Juventud Eterna", agrega sobre el protagonista.
En noviembre del año pasado, el autor nacido en Coronel Pringles, en 1949, aterrizó en Santiago para recibir el último Premio Iberoamericano Manuel Rojas. Antes, en agosto, cuando se enteró de la noticia del galardón, el autor de más de 80 títulos, elogiado por la crítica, considerado el "Duchamp de la literatura latinoamericana", por The New York Times, hizo un viaje por varios países de Europa.
—¿Cómo fue esa experiencia?
—Soy mal viajero. Me deprimo porque no puedo escribir fuera de mi rutina habitual, y escribir es lo único que realmente me hace sentir que vale la pena seguir viviendo. Estos viajes los hago por la insistencia de mis editores, llevado por mi sentimiento de culpa hacia ellos, que pierden plata haciendo mis libros. Al viajar sacrifico días de escritura. Y no creo que sea una experiencia enriquecedora, como suele decirse; es más bien empobrecedora, porque satura la percepción y no le deja el espacio que necesitaría para hacer las buenas conexiones.
—¿Cuáles han sido sus últimas lecturas?
—Hoy día mis lecturas son mayormente relecturas. Mi biblioteca es mi librería favorita: me he vuelto adicto a la lectura en perspectiva autobiográfica. La excepción son las novelas policiales, que por razones obvias no se releen. Este último tiempo he estado cultivando asiduamente a Lee Child, intercalado con Benjamin Péret, como para no desacostumbrarme al surrealismo.
—¿Cuál fue el punto de partida para crear Eterna juventud?
—La intención fue hacer una novela en clave, radicalizada al extremo de que cada episodio, cada detalle, sea un hecho real vivido por mí, travestido de tal modo que un solo lector en todo el mundo pudiera decodificar. Pero la novela está dirigida a los otros lectores, los que no podrán decodificar y tendrán la libertad de crear el sentido.
—¿Cree que la leyenda, en algún punto, se emparenta con la fantasía?
—La fantasía es transformación, la leyenda es la transmisión de una arqueología de transformaciones. Yo veo mi trabajo como la recreación de leyendas que nunca existieron.
—¿Es el lenguaje un factor central en la trama de este libro?
—En mis libros pretendo que la lengua pase a segundo plano, al servicio de la imagen. Querría que el lenguaje se hiciera perfectamente transparente y que envolviera los paisajes de mi imaginación como el aire de un amanecer. Pero por supuesto la imagen está construida con palabras, y las palabras obedecen en primer lugar al tiempo, lo que le da a la imagen escrita el movimiento que la vuelve narración.
—Desde hace unos años ha habido un gran interés por la historia reflejado en libros de divulgación que se vuelven bestseller. ¿Por qué cree que ocurre este fenómeno?
—Quizás nos hemos cansado de la vieja civilización occidental, y estamos buscando en otras culturas estímulos para la imaginación y el pensamiento. Hipótesis sospechosa, porque ese cansancio viene de lejos, quizás desde el comienzo, y la asimilación de las culturas ajenas se hace dentro de los parámetros de la vieja civilización europea, que cansada o no sigue siendo la única en la que nos movemos. Por mi parte, debo decir que no sé nada de los mapuches; los uso como pantalla detrás de la cual estoy solamente yo, que soy lo menos mapuche que se puede ser.
—¿Su obra dialoga más con el ensayo que con la narrativa tradicional?
—Con el tiempo y mucho tiempo, porque llevo más de cuarenta años escribiendo y publicando novelas, he ido liberándome de restricciones y prejuicios, y esa procura de libertad hizo que mis narraciones incorporaran elementos del ensayo, de la poesía, del cómic, y de muchos géneros o soportes más.
—Otro de sus nuevos libros es Una aventura (Mansalva), al parecer es una historia muy distinta a Eterna juventud… ¿Es un desafío abordar mundos diversos en cada libro?
—Cada libro quiere ser el comienzo de algo distinto, casi como si yo quisiera ser otro escritor cada vez. Pero algunos lectores atentos han encontrado constantes, que supongo que son inevitables, como es inevitable ser el que a uno le tocó en suerte, o en mala suerte, ser.