Pablo Larraín (43) llegó a Santiago la madrugada del jueves desde Nueva York. Vino a presentar Ema, su octavo largometraje, porque "a las películas hay que acompañarlas", tras lo cual regresa este mismo fin de semana. Vino a presentarla en la première del jueves, día de su estreno chileno en nada menos que 54 salas. Y horas después de llegar, premunido de un cortado en un café de calle Pocuro, aprovechó de darle una vuelta a la cinta en conversación con Culto.
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"La figura del cine chileno de autor", como lo definió hace unos años el crítico Roger Koza, viene a hablar del presente y también, si se da, del pasado. Pero no del futuro: consultado por lo que varios medios reportaron en agosto, en cuanto a que dirigirá la miniserie Lisey's story, basada en la novela homónima de Stephen King, con Julianne Moore de protagonista, prefirió pasar, no sin antes explicarse: "No puedo hablar del tema. No está en mis manos. No es que haya un secretismo particular. Son procesos donde la comunicación, desde luego, no la manejo yo. Tiene que ver con una tradición americana de comunicar las cosas, de qué manera y cuándo. No soy yo el vocero ni me corresponde. No puedo".
-Lo de Stephen King no es poco…
-No puedo contestar. Hay una especie de ansiedad de comunicar cosas que están cambiando. También pasa por eso. Son cosas que se están procesando, y lo que diga yo o cualquier persona del equipo va a ser sobre cosas que están en proceso. Todavía no hay una noticia.
-¿Lo dice por el número de veces que se anunció que hará un reboot de Caracortada?
-De lo que se publica en el mundo a propósito de proyectos que se están haciendo o se van a hacer, yo diría que un tercio se hace. Caer en esa mecánica no es algo que me guste.
La luz del cuerpo
"Una vez me filmaron bailando y no me di cuenta", confidencia Larraín. "Después me mandaron el video y me pareció espantoso: no solo porque no soy buen bailarín, sino porque me sentí ridículo. Pero me di cuenta de que había algo de mí en ese baile: aunque me incomodara mirar el video, la manera en que me movía decía mucho de mí. Ahí pensé que podía ser interesante que el personaje bailara, porque lo que expresa con su cuerpo es una capa más del personaje".
Ema tuvo su estreno mundial en Venecia, donde contentó a algunos y descolocó a varios. Y a quienes la consideran un musical hecho y derecho, no les extrañará lo que relata el director de Tony Manero y El club sobre esta película acerca del personaje homónimo (Mariana di Girolamo), joven bailarina emparejada con un director y coreógrafo que encarna Gael García Bernal. Lo que probablemente ignoran es que la parte musical, tan definitoria de esta propuesta, vino harto después de que todo comenzara.
https://culto.latercera.com/2019/09/25/mariana-di-girolamo-ema/
"Es una idea que se nos ocurrió hace unos cuatro años con Alejandro Moreno", cuenta el cineasta, "y que tenía que ver con las adopciones fallidas, que son, en general, procesos súper difíciles. Los procesos de adaptación de los niños adoptados son bien complejos, y hay un rango etario, cuando tienen más de cinco años y aún son adoptables, en que por distintas razones se producen fracasos, y eso produce quiebres en las parejas, en las familias; traumas en los padres y en los niños. Estábamos muy interesados en ese tema y lo conversamos muchísimo, sin escribir nada".
"Después, por razones de calendario, se me produjo una ventana. Y un poco a la manera de El club (2015), se dio la oportunidad de hacer una película sin mucha premeditación, un poco escapando del proceso clásico del cine, que implica hacer un guion, escribirlo, desarrollarlo, reescribirlo; luego ir por los productores, por los coproductores, hablar con todos los actores, buscar los recursos, y hacer todo un proceso que normalmente puede durar dos o tres años", agrega.
En vez de eso, cuenta, "decidimos salir y filmar esta historia". Ahí fue cuando tomaron lo que habían trabajado, llamaron al dramaturgo Guillermo Calderón y entre los tres armaron la estructura. Se instalaron a principios de agosto de 2018 en Valparaíso, y durante el proceso reescribieron. Tras la filmación invernal y un largo montaje, donde la película terminó propiamente de hacerse, salió -a juicio de Larraín- una propuesta "que no tiene mucho tiempo para pensarse a sí misma".
-¿A qué se refiere cuando habla del dispositivo político que encarna la protagonista?
-Un personaje siempre es político. En su caso, viene a dar testimonio de una generación que piensa la maternidad, la familia, la amistad, de una manera muy particular, que no tiene que ver con nosotros, sino con una generación que funciona con otros parámetros, con otros paradigmas.
-¿Encontró una política más subjetiva, más afectiva?
-Veo acá una política de cómo hacer sociedad, cómo ser parte de ella y cómo impactarla con tus actos. Pareciera ser que el ejercicio político es también la administración de un cuerpo, de su cuerpo como testimonio político y como acto político. Lo que ella hace es usarlo de distintas maneras: la manera en que baila, la manera en que se relaciona íntimamente con otros, la manera en que ama y la manera en que es amada. En ese sentido, produce una suerte de fricción con las tesis y las lógicas de la empatía: el personaje, que es empático a ratos y a ratos no lo es, y que deambula como si todo el mundo y como si todas las relaciones necesitaran una lógica de empatía. No sé si ese es un legado del cine americano, que está basado en que el personaje tiene que generar empatía y que tiene que haber vínculos emocionales entre el espectador y el personaje, que tiene que ser querible, que su comportamiento tiene que ser aceptable durante todo el metraje. Yo creo que la humanidad es infinitamente más compleja y más desvariante que eso. Todos tenemos un vaivén en la manera en que nos comportamos, y el cine tiene que dar cuenta de eso: tiene que dar testimonio de una humanidad en riesgo, que está dudando.
-Ema dice, más de una vez, "yo hago lo que quiero"…
-Lo que intento hacer, y en esto me puedo equivocar un millón de veces, es amar mucho al personaje. Mi primer acto de amor con mi personaje es hacerlo libre: en lo que es, en lo que tiene que hacer y en lo que quiere hacer. Lo que no hago es juzgarlo, porque quiero que la audiencia lo haga. Lo que hicimos ahora fue construir un arquetipo en torno al deseo y en torno a un comportamiento que es libre e individual: (Ema) es un personaje enormemente individualista, pero muy preocupado de respetar a los otros. Es un personaje transparente y nítido. Lo que pasa es que, pensando en los arquetipos narrativos más convencionales, tiene un comportamiento femenino en algunas cosas, y en otras tiene un comportamiento masculino. Y eso produce una fricción, porque pareciera que los roles femeninos tienen que cumplir con ciertos cánones, y cuando tú los desafías, aparece un machismo en la mirada. Si este personaje fuera hombre, la conversación sería distinta. El hecho de que sea mujer lo hace más cuestionable, no solo desde una mirada conservadora.
-¿Propone una reivindicación de la sensualidad o del deseo?
-Creo que hemos estado acostumbrados a que sea el personaje masculino el único que puede transformar el mundo con su hombría y su capacidad de seducción. Cuando eso lo hace una mujer, aparece una mirada castigadora, porque pareciera que su rol, sobre todo en la mirada masculina, debe tener cuidado con comportamientos que sí les aceptamos a los hombres. Por mi lado, me siento súper libre para administrar los materiales de la manera en que lo hacemos.
-La moral puede ser un bastón en el cual apoyarse a lo largo de la vida, pero también un bastón para andar pegándole al resto. ¿Cómo administra la moral de su protagonista?
-Lo que más me interesa en mis películas es poner todo el tiempo una duda en la moral, ya sea para castigar, para apoyar o para dictaminar un pensamiento. Cada vez que un personaje se comporta de manera moral, viene un comportamiento amoral (no inmoral). Quizá la provocación más interesante que pueda hacer una película es despertar la moralidad de cada espectador. Cuando haces eso, haces una película distinta para cada uno, y eso es maravilloso. Cuando se estrenó en Chile Tony Manero, fue castigada por su amoralidad, porque el personaje de Alfredo Castro no era capaz de articular una moralidad ejemplar. El personaje, en realidad, es víctima de un sistema y se transforma en un asesino porque no sabe qué otra cosa hacer. No hay una lección. Lo que quiero es hacer una película moralmente disruptiva, que se desmarque del territorio castigador o ejemplificador, porque cuando empiezo a hacer eso, siento que estoy haciendo clases, que estoy aleccionando. Y no estoy para eso. Ahora, con Ema, hemos hecho una película donde el personaje no se comporta como uno esperaría que lo haga.
-Localmente al menos, Ema ha reavivado el tema de su relación con el realismo, con el verismo…
-El realismo en el cine es una ilusión. Los hermanos Dardenne, que son el paradigma del realismo, ensayan toda una mañana y después hacen 50 veces una toma para lograr algo que se sienta realista. Entonces, no sé qué es el realismo. Creo que en la ficción, el realismo es una ilusión muy bien administrada. También es una duda.