Una persecución contra estudiantes y anarquistas. Una persecución que comienza con jóvenes nacionalistas quemando la biblioteca de la Federación de Estudiantes de Chile. Y todo con una misión: asaltar el epicentro del movimiento cultural y político de la época; o sea, la FECH.

El año es 1920.

Y dice Nicolás Vidal (Santiago, Chile, 1979) que realizó una investigación muy intensa y en distintos ámbitos, esto para poder reproducir el Santiago de hace cien años, con el fin de escribir su nueva novela: Subversivos.

Pero aclara: "Los protagonistas de la novela son personajes ficticios, entonces tuve que ensamblarlos a ellos dentro de los hechos reales para que fueran armónicos y coherentes con éstos, pero siempre intentando tratarlos con la profundidad que se merece un personaje de una novela de ficción".

De ahí surgió una novela que, en medio del estallido social actual y una elite que se niega a hacer un mea culpa, cobró otro significado. Porque claro: el libro estaba en la imprenta cuando comenzaron las protestas. Y eso que el título, muy de acorde a los tiempos, estaba definido desde marzo. "Por supuesto que jamás imaginé que pasaría lo que está pasando justo en el momento de su publicación. Hace dos meses era una novela sobre un hecho olvidado, como tantos en nuestra historia", dice Vidal. "Pero ahora, con lo que tenemos frente a nuestros ojos, su lectura cambia, es completamente distinta. Ahora pasa a ser una ventana que nos permite asomarnos a lo que sucedió en Chile hace justo cien años y que tiene paralelismos asombrosos con lo de ahora."

-¿Qué nos dice 1920 -la era sobre la cual escribes- del Chile de hoy?

-Muchísimo. Como decía, las semejanzas son sorprendentes. La novela trata sobre el primer movimiento social de masas en Chile, liderado por los estudiantes, y que terminó -unos años después- con una nueva Constitución. Obreros y estudiantes se aliaron y formaron la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, que consiguió reunir a cien mil personas marchando por la Alameda en una ciudad de quinientos mil habitantes. Lograron sacudir a la sociedad chilena en todos sus estamentos, tal como sucede ahora.

En esta contingencia que lo absorbe todo, hablamos de lo mismo que se hablaba hace cien años, de desigualdad, de una elite sorda, de diferencias escandalosas; entonces, ver lo que sucedió ahí, abrir esa ventana y analizar lo que pasó hace cien años, permite entender un poco mejor lo que está pasando en el presente y también aprender las lecciones que nos ofrece la historia.

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"El interés viene desde hace mucho tiempo, hace unos trece años descubrí el asalto y la quema de libros en la Federación de Estudiantes del año 1920 y a partir de ahí me fui adentrando en el movimiento social e intelectual que había detrás", dice el autor. Y agrega que también fue muy importante un libro que, sin duda, merece una reedición con mejor estética y presentación mediática: Cuando era muchacho, de González Vera. Nicolás Vidal, de hecho, usa un epígrafe de este autor en su novela: "Por un instante, quizás por días, solíamos sentir que en nuestras manos descansaba el porvenir de la especie humana".

-Otro personaje que aparece en tu libro, a parte de González Vera, es Manuel Rojas. Y la sombra del autor de Hijo de ladrón de tiempo en tiempo aumenta, ¿no?

-Totalmente. De partida, porque es uno de los mejores narradores que hemos tenido en Chile. Es decir, su obra es extraordinaria, pero al mismo tiempo la obra de Manuel Rojas se funde con su vida, con su historia personal. Es uno de los maestros de la auto-ficción, cuando leemos la tetralogía de Aniceto Hevia estamos mirando la vida de Manuel Rojas; por eso la vigencia literaria de sus cuentos y novelas también lo van manteniendo vigente a él. Es algo similar a lo que pasa con Bolaño, también hay mucho de su vida en su obra. A mi juicio, tanto Aniceto Hevia como Arturo Belano, o sea, las vidas ficcionadas de Rojas y Bolaño, son parte esencial de nuestra literatura.

-¿Qué puede contribuir la ficción en estos tiempos? Te lo pregunto porque, para muchos y muchas, estamos en momentos en que (a ratos) la realidad supera la ficción. Y cuesta abrir libros. Meterse por entre los tejidos ficticios.

-Es verdad que cuesta abrir libros y que la realidad ha sido tan asombrosa que nos quedamos hipnotizados, encandilados frente a ella. Sin embargo, me parece que, sobre todo cuando ya llevamos un buen tiempo metidos en esta contingencia, hace bien hacer una pausa y sumergirse un rato en la ficción. No sé si para escapar de la realidad, pero sí nos permite analizarla desde otro punto de vista, con una mirada más fresca, un enfoque más amplio. A fin de cuentas, la ficción nos ayuda a entender mejor a la realidad.

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Hay otras (sub)tramas que circulan por las páginas de Subversivos, como los primeros movimientos feministas en Chile. O los medios de comunicación, encarnados principalmente en la mítica imprenta Numen, la cual es la difusora del movimiento subversivo.

-¿Quién es alguien subversivo?, ¿por qué te interesaba ese concepto?

-Es un concepto interesante, porque si uno lo despoja de un contexto histórico, hablamos de alguien que quiere subvertir el orden establecido, que quiere cambios relevantes. Sin embargo, a lo largo de la historia ha ido mutando y, sobre todo después de la llegada de Fidel Castro, se lo usa casi como sinónimo de revolucionario.

-¿Es Subversivos una novela histórica? Y bueno: ¿qué es una novela histórica para ti?

-La verdad es que novela histórica es un concepto muy amplio. Es, simplemente, una novela que transcurre en un pasado relativamente lejano, donde se reconstruye una época distinta. Muchas veces se la relaciona con una literatura más comercial, pero me parece que dentro de ella caben desde Zama, de Di Benedetto, hasta las novelas de Ken Follet.

-Eres abogado. Y en la literatura, tanto chilena como universal, han existido varios escritores/abogados, ¿no?

-Sí, es muy común que los abogados tengan intereses literarios, principalmente porque muchos estudian esa carrera más por inercia, por seguridad, que otra cosa, pero llega un punto en que la vocación termina por aparecer de alguna forma, entonces de ahí surge esta mixtura entre leyes y letras.

-¿Y cuáles son tus escritores/abogados favoritos?

-Hay ejemplos más antiguos de abogados escritores como Jenaro Prieto, Jorge Edwards o Armando Uribe, pero voy a optar por uno que tiene apenas un libro. Me refiero a Juan Pablo Roncone, a quien le bastó con Hermano ciervo para ser uno de los cuentistas más talentosos del último tiempo. Hago clases de Creación Literaria a alumnos de Derecho, y uno de los cuentos que vemos ahí es "La muerte de Raimundo", con el que los estudiantes se sienten muy identificados.