Luego de tocar una versión en solitario, desde el living de su casa y en guitarra acústica de Dispara, el tema que lanzó junto a Mon Laferte a mediados de agosto, Rulo cae en cuenta que la austeridad hace resonar a ese bolero con un eco aún más conmovedor. “Pasa con estos estilos: mientras más íntimos, llegan mucho más. Me encanta que las canciones aparezcan más desnudas”, califica en entrevista hace unos días con Sesiones íntimas de Culto, de La Tercera.

Unos minutos después en la misma emisión, un seguidor lo saluda vía Facebook y le deja la frase más habitual que el cantante ha recibido en sus 25 años de carrera: “Hey Rulo/ qué te está pasando/ las ganas de comer/ se te están quitando”, se lee en el mensaje, en alusión a la letra de Corazón de sandía, su mega hit junto a su exbanda, Los Tetas. “Pasan las décadas y se siguen acordando de eso. En realidad, nunca me ha molestado”, aclara entre risas.

Esos dos instantes opuestos -el acento dramático de un bolero actual versus la chispa funk de un éxito de 1995- explican uno de los giros creativos más inquietos de la escena local en los últimos años, encarnado por David Eidelstein, su verdadero nombre, y con fecha de despegue formal en 2016, cuando el elogiado álbum Vendaval lo mostró como un autor ahora rendido al vals peruano, la cueca, la bossa nova y el bolero.

“Hace un tiempo empecé a encontrar mucha similitud entre el soul y el funk, y el vals peruano. Pero cuando me enamoré de la cueca, con Los Chileneros, sentí que ahí había una música con identidad local muy fuerte, que era lo que yo siempre le había envidiado a los gringos y a los brasileños. Ellos tenían algo potente que yo sentía que no tenía. Cuando salió el álbum Vendaval, por fin dije: ‘aquí está lo que yo he querido componer toda mi vida’. Cuando hacía funk o soul, sentía que faltaba algo. A partir de ahí soy otro tipo de músico, parado desde otro lugar. La necesidad de raíz la puedes postergar, pero siempre terminas llegando a ella”, describe en torno a una conversión consolidada este 2020 con dos sencillos, la propia Dispara y Las cartas, que integrarán un EP con estreno para los próximos meses.

Aunque el bajista ya se proyecta mucho más allá. Siguiendo esa misma brújula de explorador por nuevas rutas, su siguiente álbum abordará la chicha peruana, el género que en los 60 y 70 cruzó cumbias con guitarras eléctricas y teclados, redescubierto en el último tiempo por coleccionistas de todo el mundo.

“Estoy alucinando hace bastante con la chicha peruana. Estoy haciendo canciones para un nuevo disco con ese sonido. Siempre digo que es la música que le mostraría a los extraterrestres si llegaran acá, porque tiene una cosa media espacial”.

Además de sus planes en solitario, Rulo seguirá siendo parte de la banda de Mon Laferte cuando se retomen los shows. De hecho, una de sus últimas apariciones sobre un escenario en el viejo mundo fue en febrero, en el Festival de Viña, cuando la cantante venía antecedida de polémicas declaraciones alusivas al estallido social.

El músico lo recuerda bien: “Fue tenso, estábamos todos muy nerviosos. Habíamos ensayado mucho, pero teníamos nervio de lo que fuera a pasar. Fue un show súper único y al final salió muy bien. Fue bacán cuando habló ella, porque fue un discurso muy real, habló desde la vulnerabilidad de todos”.