Martin Hilbert es un investigador alemán de la Universidad de California-Davis y autor del primer estudio que calculó cuánta información hay en el mundo. Se hizo conocido mediáticamente por alertar sobre la intervención de Cambridge Analytica en la campaña de Donald Trump, un año antes de que estallara el escándalo.

Para BBC, el académico alemán relató una situación cotidiana que cada vez se ha hecho más frecuente con la pandemia: con el teletrabajo la gente pasa mínimo ocho horas frente a una pantalla y, cuando queda libre, “entra en su dormitorio, se toma dos respiros y saca su celular igual, ya no puede evitarlo”. El usuario piensa: “solo voy a chequear una notificación”.

Y cuarenta minutos descubre todo el tiempo en que no se despegó de la pantalla.

En pocas palabras, Hilbert explica qué ocurrió en esa escena: “Pasó que tu cerebro paleolítico no es rival para el aprendizaje automático de las supercomputadoras acerca de tu voluntad”, explica.

¿Skynet?

El experto asegura que los meses de pandemia y encierro han tenido dos efectos simultáneos sobre las personas. Primero, nos volvió más sensibles de nuestras dependencias hacia las tecnologías digitales; pero, aún así, este tiempo aceleró nuestra dependencia de ellas. Es decir, “ser conscientes de que esta adicción no produce ningún cambio en nuestras conductas”.

Hilbert plantea que eso se debe a cómo funciona la denominada “economía digital”, la cual explota el recurso que es la atención humana. El negocio de las grandes empresas tecnológicas —como Google, Apple, Facebook y Amazon— optimiza los avisos comerciales disponibles en la red; lo logra gracias a los algoritmos que, tras procesar millones de datos tuyos, logran predecir tu comportamiento, para ofrecerte un contenido que te impide desviar tu atención de la pantalla.

“Las máquinas se estaban enfocando en conocer nuestras debilidades”, asegura el alemán. “Su verdadera fuente de poder ha sido llevarnos a nuestro narcisismo, a nuestro enojo, ansiedad, envidia, credulidad y, por cierto, a nuestra lujuria”. Las tecnologías nos mantienen débiles para que usemos nuestro tiempo en ellas.

Martin Hilbert

Para él, la digitalización siempre ha crecido de manera exponencial —lo que es inevitable—, solo que “la pandemia lo aceleró con esteroides”.

Regulación urgente

Ante los desafíos que significa este proceso, plantea que hay dos problemáticas. Primero, los usuarios todavía no terminan de comprender qué hacen las compañías con sus datos. Y segundo, dice que “los gobiernos fueron incapaces de reaccionar a un desafío tecnológico de lo más sencillo”.

En algunos países de Oriente, como China, ocurre todo lo contrario, donde los gobiernos revisan hasta los movimientos de las tarjetas de crédito para asegurarse de que la gente cumpla con la cuarentena. Eso tampoco le parece sano. Pero critica que en Occidente ocurre todo lo contrario: ni siquiera se plantea una discusión.

The Social Dilemma

Si bien Hilbert valora que algunas redes sociales están haciendo esfuerzos para filtrar noticias falsas, estos suelen ser insuficientes, ya que los mecanismos de filtro suelen ser más lentos que la velocidad con que se difunden las fake news.

“Esto debe preocupar a los latinoamericanos, porque son líderes mundiales en el uso de redes sociales: 3,5 horas diarias en promedio”, advierte.

Él está seguro de que los Estados deben empezar a regular el uso de estas tecnologías. “Tenemos que sacar estas preguntas nerds del garaje de los programadores, porque estamos quebrando varios acuerdos sociales con el poder de esta economía desregulada”, asegura.

Una manada asustada

Hilbert explica que las noticias falsas —una dinámica de la “economía de la atención”—, muchas veces, ni siquiera persiguen intereses políticos, simplemente buscan apelar a nuestros sesgos cognitivos para captar nuestra atención.

Uno es el sesgo de confirmación: tendemos a creer con mayor facilidad en la información que refuerza la opinión propia. “Se ha verificado que es un 90% menos probable que la identifiques como falsa”, argumenta.

El otro sesgo es el de novedad, que es profundamente evolutivo, y que consiste en interesarse exageradamente por lo nuevo, lo que no hemos visto.

Antes esas dos condiciones que presentamos como especie, los algoritmos corren con ventaja. “Estas conductas son predecibles: somos irracionales, pero predeciblemente irracionales”, explica. De esa manera, tendemos a consumir información que tiende a polarizar nuestra manera de pensar.

Redes sociales

Hilbert también explica que la tecnologías de los algoritmos, en algún sentido, es más simple de lo que parece: encuentran nuestras debilidades por ensayo y error, ponen dos versiones de un mensaje y ven cuál produce más clics.

Por ejemplo, el alemán menciona que las publicaciones que provocan miedo suelen ser muy leídas y difundidas; en ese sentido, es una emoción “muy exitosa, porque reaccionar al miedo de la tribu es también un aprendizaje evolutivo”, dice. “Cuando un búfalo siente el miedo de otro miembro de la manada, echa a correr sin saber por qué”.

Despejarnos de nosotros mismos

El especialista en redes sociales cuenta que “el año pasado, un estudio experimental concluyó que desactivar Facebook por un mes aumenta tu bienestar subjetivo tanto como ganar 30 mil dólares adicionales anuales”. Hilbert asegura que el auge de las redes coincide con el aumento de la ansiedad y la percepción de soledad en los usuarios.

El alemán también acota que los algoritmos de las redes no afectan a todos por igual, sobre todo a los “más débiles”. Pone un ejemplo: “Si una chica de 14 años busca un video en YouTube sobre cómo comer mejor, el algoritmo pronto le recomendará un video sobre anorexia, porque la experiencia le dice que captará su atención. Y si ella es débil, tomará ese camino”.

Mr. Robot

“El humano puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere”, cita Hilbert al filósofo alemán Arthur Schopenhauer, para explicar que esa condición de la voluntad no es nueva. Pero sí lo son “las mentes artificiales, al descubrir los sesgos de esa voluntad, han empezado a competir con ella por nuestra percepción consciente de la realidad”.

En ese sentido, Hilbert piensa que las tecnologías están generando presión para que el Homo sapiens experimente cambios evolutivos. “Porque si queremos coexistir con máquinas que procesan información mucho mejor que nosotros, la humanidad tendrá que producir un salto de conciencia. Es decir, evolucionar hacia formas de conciencia menos apegadas a procesos de información”, explica.

Por supuesto, no sabe si en el futuro las personas podrán llevar a cabo ese cambio evolutivo, aunque sí ha percibido algo: un aumento en el interés por la meditación, disciplina que busca “desconectarte de tus propios pensamientos”.

“Y las tecnologías persuasivas funcionan como extensiones de nuestras mentes, de ese diálogo interior que no podemos parar”, explica. “Las tecnologías se conectan a ese diálogo interior, lo externalizan a través de las redes sociales y ahí te agarran”.

The Social Dilemma

Hilbert plantea que, cuando uno mira su mente, no hay una opinión unánime, sino “un comité discutiendo. Y cuando la gente vuelve a intuir que necesita deshacerse de esas voces, es porque descubre que son las mismas que corren en Facebook”.

El alemán cree que “estamos recién conociendo los contornos de nuestras mentes expandidas digitalmente”. Por eso está convencido de que, en el largo plazo, aprender a tomar distancia de la tecnología también será tomar distancia de nosotros mismos.

Por ahora, mientras esos cambios evolutivos no ocurran, Hilbert hace dos recomendaciones. Primero, “lávese la mente a menudo durante al menos 20 segundos, especialmente después de un desplazamiento sin sentido en las redes sociales durante el cual estuvo expuesto a algoritmos especializados en bajar sus defensas”.

Segundo, “tápese la boca cuando esté a punto de difundir un contenido odioso o que ni siquiera ha leído”, propone. “Y asuma la responsabilidad de ser un potencial vector de contagio en este problema colectivo”.