Cuando Manuel Rodríguez asaltó un pueblo, repartió el dinero y terminó en una fiesta

En enero de 1817, el célebre guerrillero realizó unas acciones para despistar y dispersar a los realistas. Asaltó Melipilla, robó los caudales peninsulares y los repartió entre la población, luego, "en probable coordinación con él" un grupo asaltó San Fernando. En la ocasión recurrieron a una particular estratagema para asustar a los defensores de la causa del rey. La historia, de la mano de expertos, como siempre en Culto.


Lo primero que vieron los realistas el 4 de enero de 1817 fue una polvareda. A lo lejos iban 80 huasos a caballo portando palos, fierros, cuchillos, chuzos, piedras, y uno que otro fusil cabalgando prestos sobre Melipilla. Cualquier observador externo hubiese dicho que se trataba de un montón de cuatreros, o de una montonera cualquiera, sedienta de un botín. Pero no, eran los hombres que conducía Manuel Rodríguez Erdoiza, el célebre guerrillero.

Entre medio de los gritos y alaridos de los huasos algo sonó fuerte, era más que un chillido. Una declaración. “¡Viva la Patria, abajo los godos!”, al menos así lo registra Ricardo Latcham en su biografía Vida de Manuel Rodríguez (Nascimento). Ese día cayeron sobre Melipilla en el marco de la llamada “Guerra de Zapa”, la actividad insurgente contra los realistas encargada por José de San Martín mientras se preparaba el Ejército de los Andes, a pocos días de que llegara al país. En Chile, regía el gobernador español Francisco Casimiro Marcó del Pont.

Y ese asalto sobre Melipilla tenía un objetivo. Así lo comenta a Culto Javier Campos Santander, quien investigó al patriota para su libro Tras la huella de Manuel Rodríguez (2021). “Su objetivo, como el de la mayoría de las acciones insurgentes de la reconquista, era provocar la dispersión y agotamiento del ejército realista. En enero de 1817, particularmente, estos asaltos se intensificaron debido a la proximidad del Cruce de los Andes”.

Otro investigador, Ernesto Guajardo, señala: “El objetivo principal del asalto a Melipilla es dar a inicio a un proceso que buscaba la dislocación, la dispersión de las fuerzas realistas en la zona central del país, a fines de facilitar el despliegue de las cuatro columnas que compondrían el Ejército Libertador de los Andes. Otros aspectos de esta acción, como la captura del subteniente José Tejeros parecen ser acciones no solo fortuitas, sino también no del todo meditadas. También es interesante considerar cuál habría sido el rol específico de José Santiago Aldunate Toro o de José Antonio Piñeiro en estos hechos, algo sobre lo cual no se ha profundizado mucho”.

Campos también explica por qué Rodríguez se fijó en Melipilla para el ataque. “Solía escogerse un punto desguarnecido o con escasa guarnición militar que permitiera un ataque rápido y sin comprometer combate, durante el cual solían robarse animales de montura, armas y asaltarse el estanco, dependencia donde se almacenaban mercancías altamente apreciadas como el tabaco y los naipes, todo lo que concluía con una retirada igualmente rápida. El caso particular de Melipilla es llamativo por la conformación improvisada de una montonera de cerca de 80 hombres a partir de un núcleo inicial compuesto por Rodríguez y unos pocos acompañantes, bajo la promesa de repartición de dinero y bebida”.

Al llegar al lugar, los hombres de Rodríguez encontraron al subdelegado realista, Julián Yécora. “Rodríguez apresó en el acto al subdelegado Yécora, hombre bueno y pacífico que era estimado por el vecindario, y lo obligó a entregar los caudales recolectados para llenar el empréstito forzoso impuesto por Marcó”, señala Diego Barros Arana en el tomo X de su clásico Historia general de Chile. Ahí pasaron a robar el dinero que custodiaba, además de otros bienes.

Los bienes más apreciados por los huasos fueron los del estanco (el monopolio del Estado sobre ciertos productos que años después se concesionaría a Diego Portales), según Latcham. “Los naipes y el tabaco son el premio de su actividad. Pintadas barajas y fardos de negro tabaco y papel de fumar circulan entre los saqueadores”.

“De acuerdo a los relatos de los hermanos Amunátegui y de Diego Barros Arana, basado en una investigación en terreno de Jose María Silva Chávez, se produjo la confiscación de los caudales custodiados por el subdelegado realista Julián Yécora, los que fueron repartidos entre los integrantes de la montonera y también lanzados a puñados a multitud de curiosos congregada en la plaza”, señala Campos. Rodríguez hizo gala de un espíritu a lo Robin Hood mientras complicaba a los realistas.

Según los historiadores, Rodríguez además hizo reunir las lanzas que había en el pueblo, habitualmente usadas para armar a las milicias locales. Las repartió entre sus hombres e hizo quemar las sobrantes. Mientras, los huasos se entregaron a la celebración. “Los montoneros pasaron todo el día en fiesta y diversión, sin entregarse sin embargo, a los actos de violencia que era natural esperar de esas circunstancias”, escribe Barros Arana.

Caída la tarde, Rodríguez abandonó Melipilla y fue a pasar la noche a una hacienda al sur del poblado “donde había hecho preparar una abundante cena”, según Barros Arana. A las nueve de la noche, el guerrillero junto a sus más cercanos decidieron retirarse a una hacienda al sur del río Maipo. Mientras, sus hombres, embriagados y cansados tras el asalto y la jarana, comenzaron a dispersarse por los campos.

“¡Que se muevan los cañones!”

Las acciones de la “Guerra de Zapa” no se detuvieron en Melipilla. El 13 de enero de 1817, un grupo asaltó San Fernando, pero sin Rodríguez. Quienes lideraron fueron otros. “La dirección correspondió, en realidad, a una montonera organizada por los vecinos Francisco Salas y Feliciano Silva, en probable coordinación con Rodríguez”, señala Campos.

Además, el investigador aclara la presencia de Rodríguez en el hecho. “Es un error historiográfico que se originó en una biografía de Cristóbal Valdés (1843) y que lamentablemente ha sido perpetuado por algunos autores como Armando Silva Campos y más recientemente, Guillermo Parvex”.

San Fernando, como toda la zona de Colchagua, era un terreno perfecto para la guerrilla de Rodríguez. Lo explica Barros Arana: “Sus montañas, cubiertas de bosques, poco pobladas y de difícil acceso, ofrecían excelentes escondites a las partidas patriotas que bajaban a los llanos a ejercer sus correrías y que se asilaban en las quebradas y en los cerros huyendo de la persecución”

Salas, al mando de 100 huasos llegó al lugar con el fin de dispersar a la guarnición española. Antes del ataque, ideó una particular estratagema. “Salas había hecho preparar cuatro rastras de cuero que fueron cargadas de piedras y confiadas a ocho hombres escogidos con el encargo de hacerlas arrastrar por sus caballos y cuidando de producir el mayor ruido posible”, señala Barros Arana.

“Salas era un hombre excelente, todo coraje y entusiasmo. Montaba un caballo chileno y estaba armado de un chuzo y de un garrote, Sus acompañantes llevaban puñales y machetes; otros más afortunados habían tenido ocasión de apertrecharse con sables y armas de fuego”, lo describe Latcham. Tal como en Melipilla, la horda de huasos llegó dando gritos y alaridos. “¡Viva la Patria, abajo los godos!”.

El destacamento español del lugar resistió el embate, hasta que Salas realizó una jugada maestra. Gritó: “¡Que avance la artillería!, ¡que se muevan los cañones!”. Y en ese momento, los huasos comenzaron a hacer rodar las piedras envueltas en cuero, que hacían un sonido idéntico al desplazamiento de cañones. Al oírlo, y pensando en que se les venía encima un destacamento artillado, los realistas huyeron. “Abandonando sus puestos, los soldados saltaron desordenadamente las paredes y tapias que cerraban el fondo del cuartel y se pusieron en precipitada fuga para ganar los caminos que conducen a la capital”, señala Barros.

Javier Campos se refiere a este hecho: “El relato que refiere la utilización de sacos con piedras para simular el rodar con los cañones proviene del propio Feliciano Silva, algunas décadas después de los sucesos, quien también exagera las cifras de combatientes. Sin embargo hay informes de espías como Antonio Merino y Juan Pablo Ramírez remitidos a San Martín poco después de los hechos, que narran el asalto sin hacer mención alguna de esta llamativa maniobra, lo que personalmente me causa fuertes dudas respecto a su veracidad”.

“Donde sí estuvo Rodríguez fue en la toma de San Fernando que se va a producir casi un mes más tarde, el 11 de febrero de 1817, tras la cual asumió como Gobernador Militar de Colchagua”, agrega.

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