El gobierno estadounidense se está preparando para que Kabul caiga mucho antes de lo que se temía hace algunas semanas. Una rápida desintegración de la seguridad en la zona generó la revisión de una evaluación de inteligencia que predice que la capital de Afganistán podría ser invadida en un plazo de seis a 12 meses por los talibanes.
Un funcionario estadounidense que habló con la agencia Reuters bajo condición de anonimato reveló que el Ejército norteamericano ahora piensa que los rebeldes afganos podrían aislar Kabul en 30 días y posiblemente tomar el control en 90.
“Esta no es una conclusión inevitable”, señaló el funcionario, asegurando que las fuerzas afganas podrían revertir este impulso oponiendo mayor resistencia.
Algunos funcionarios dijeron que, pese a que no estaban autorizados a discutir la evaluación, ven la situación en Afganistán más grave que en junio, cuando se hizo el pronóstico original.
Este cambio se produce a medida que los combatientes talibanes, empoderados tras la salida del Ejército estadounidense de la zona, han retomado el terreno de las fuerzas del gobierno afgano en los últimos días. Esto incluye al menos siete capitales provinciales.
Sin embargo, el Presidente estadounidense, Joe Biden, insistió el martes en que pese al mal desempeño militar de los afganos, no se arrepiente de su decisión de haber terminado la campaña de dos décadas y tampoco está pensando en un cambio de planes a raíz del avance de los talibanes.
“Gastamos más de un billón de dólares en 20 años. Entrenamos y equipamos, con equipo moderno, a más de 300.000 efectivos afganos. Los líderes afganos tienen que unirse”, dijo el mandatario demócrata.
“Somos conscientes del deterioro de las condiciones de seguridad en algunas partes del país, pero ningún resultado en particular es inevitable”, señaló el portavoz principal del Pentágono, John Kirby. “Continuaremos coordinando los ataques aéreos y en apoyo de las fuerzas afganas cuando y donde sea posible. Pero como dejó en claro el Presidente, los líderes afganos tienen que unirse”, aseguró el funcionario estadounidense.
Mientras la seguridad en Afganistán se hace cada vez más compleja, el foco de las conversaciones dentro del gobierno estadounidense está puesto en si se mantiene abierta la embajada en Kabul y por cuánto tiempo. “Obviamente, es un entorno de seguridad desafiante (...). Estamos evaluando el entorno de amenazas a diario”, señaló el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price.
Tras la salida del Ejército estadounidense de Afganistán, que se formalizará el 31 de agosto, el apoyo ha disminuido considerablemente, y se espera que los limitados ataques aéreos norteamericanos que se emplean actualmente contra los talibanes también terminen este mes, a menos que Biden decida cambiar esta política.
“El presidente sigue creyendo que no es inevitable que los talibanes se apoderen de Kabul o del país, y que (los líderes afganos) necesitan mostrar voluntad política en este momento para hacer retroceder, y obviamente hay un proceso político que seguimos apoyando”, dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, en referencia a las negociaciones prolongadas entre los talibanes y el gobierno afgano, que en las últimas semanas han quedado en segundo plano.
Psaki aseguró que Biden tomó la decisión de retirar a los militares estadounidenses con conocimiento de las posibles consecuencias. “Pidió una evaluación clara para que su equipo la revisara sobre cuáles podrían ser las posibles implicancias”, señaló la funcionaria, agregando que el mandatario “les pidió que no endulzaran eso, les pidió que explicaran de manera específica y clara cuáles podrían ser las consecuencias”.
Los talibanes prometieron no atacar a las fuerzas extranjeras cuando se retiraran. Sin embargo, no acordaron un alto al fuego con el gobierno.
Price, por su parte, dijo que las fuerzas militares afganas “superan con creces a los talibanes”, y que tienen una “fuerza de combate capaz de 300.000 soldados”. Las evaluaciones de Estados Unidos en el pasado han indicado que son menos debido a la corrupción en el Ejército, que incluye a “soldados fantasmas”, es decir, personal contabilizado en papel, pero que no se presenta para hacer su trabajo. Por otro lado, algunos soldados han huido de sus puestos recientemente ante las amenazas de los talibanes.
Aunque Estados Unidos ha proporcionado armamento moderno al Ejército afgano, en los últimos días se ha visto a los talibanes utilizando armas y equipos que confiscaron al gobierno, incluidos vehículos que aún tienen insignias de las fuerzas militares.
Tras semanas rondando las capitales de provincia, los talibanes tomaron la primera el viernes, controlando Zaranj, en la provincia occidental de Nimruz. El domingo tomaron tres más, incluida Kunduz, una ciudad norteña de gran importancia estratégica.
Mientras, la lucha continúa en otras capitales, donde el gobierno ha desplegado sus comandos de élite. Según un funcionario estadounidense, al menos nueve capitales de provincia podrían estar bajo el control de los talibanes pronto.
Los islamistas controlan actualmente el 65% de Afganistán, y han tomado o amenazan con tomar 11 de las 34 capitales de provincia, según dijo el martes un alto funcionario de la Unión Europea.
La pérdida ayer de Faizabad, capital de la provincia nororiental de Badakhshan, fue el último revés para el gobierno afgano, y se produjo mientras el Presidente Ashraf Ghani volaba a Mazar-i-Sharif para reunir a los viejos señores de la guerra en un intento por defender la ciudad más grande del norte.
Los combatientes se han tomado distritos limítrofes con Tayikistán, Uzbekistán, Irán, Pakistán y China, aumentando las preocupaciones por la seguridad regional.
Los talibanes controlaron la mayor parte del país entre 1996 y 2001, antes de ser derrocados por una campaña liderada por Estados Unidos. Sin embargo, una nueva generación de afganos teme que se desperdicien los progresos alcanzados en áreas como los derechos de la mujer y la libertad de los medios de comunicación con una nueva llegada al poder de los rebeldes islámicos.