Los arbitrajes del fin de semana marcan el nivel real de los colegiados chilenos. Se aprecia endiosamiento, falta de autocrítica. Un fin de semana fatal para el arbitraje.

Ya lo del viernes fue desastroso, con penales inventados, una mano evidente fuera del área que transforma en penal y un gol concedido con falta evidente al portero de Curicó Unido.

Mal el sábado, en Viña del Mar. Se sanciona un penal inexistente, con el apoyo del primer asistente, que ratifica dicha sanción , y después de un par de minutos, asoma el cuarto árbitro y anula la decisión del principal... ¿Cómo supo el cuarto árbitro que no era penal? ¿Por qué no intervino inmediatamente? Dejó la suspicacia flotando en el aire. Y expulsa a Cortez de Palestino sin haber una razón de brutalidad. Pero no termina ahí, un par de minutos después sanciona otro penal a favor de Everton por supuesta mano. Y ahí nadie intervino para ratificar o anular. Mal sancionado.

Y lo del domingo ya fue impresentable. Se designa al mejor arbitro del momento para la toma de decisiones con título al fondo. Y al minuto 23 no sanciona un penal evidente a favor de Católica por mano de Fuentes. Y encima, las imágenes de televisión muestran al árbitro haciendo gestos como si el balón hubiera golpeado la cabeza del defensor.

Y minutos después sí cobra un penal por una supuesta falta a Sáez totalmente inexistente. Y nadie dice nada. Hace dos semanas, dirigiendo el Boca-River, la misma jugada sucedió diez veces en el partido y no sancionó nada. ¿Por qué acá sí?

Se protestó un penal contra la UC por manos de Sáez. Ahí sí acierta.

Pero para ser el mejor, o ser considerado el mejor, o de los mejores, hay que tener humildad y autocrítica, no basta solo con el mérito. No se puede pitar de maravilla en la final de la Libertadores y hacer el arbitraje pésimo de ayer en el partido decisivo por el título.