Por Cecilia Echeverría Jaque, vicerrectora académica de la Universidad del Alba.

Desde el principio de la crisis sanitaria la inseguridad se apoderó de las personas. La pandemia comenzó a afectar negativamente en todos los ámbitos, siendo una de las áreas más perjudicadas hasta el día de hoy la educación.

Actualmente, con la pandemia más contenida, la situación todavía no se revierte, puesto que estamos viviendo una sindemia, entendiéndose como dos o más epidemias que coexisten en un mismo período de tiempo, afectando la salud pública. Si lo vemos desde esta perspectiva, ha habido un aumento considerable de problemas de salud mental, estando también en presencia de un alza de enfermedades crónicas. Este escenario no ha sido ajeno a los estudiantes de la educación superior, así como a los de primaria ni secundaria.

Dicho lo anterior, hemos sido testigos del aumento de la deserción escolar, el cual ha sido el factor principal de preocupación en el área, traduciéndose en miles de estudiantes retirándose o congelando sus estudios, esgrimiendo motivos económicos y de salud mental.

Es así como en el último semestre, un informe del Centro de Estudios del Ministerio de Educación arrojó que en Chile más de 50.000 estudiantes desertaron del sistema escolar en 2022, lo que representa un 1,7% de la matrícula del país. La cifra corresponde a un aumento del 24% respecto del 2019, previo a la pandemia de coronavirus.

En cuanto a la educación superior, con la vuelta a la presencialidad en 2022 se evidenciaron problemas de crisis de pánico, angustia y agresividad, a tal punto que en noviembre pasado la Subsecretaría de Educación Superior presentó el Primer Diagnóstico del Abordaje de las Instituciones de Educación Superior con respecto a la Salud Mental de sus Estudiantes.

Dicho diagnóstico se enfoca, principalmente, en cómo abordamos las instituciones de educación superior los problemas de salud mental de nuestros alumnos en un contexto aún incierto, dando cuenta de que, frente a este contexto, los establecimientos debemos, con urgencia, implementar unidades de atención o apoyo psicológico, proporcionando herramientas prácticas y útiles de autocuidados a los estudiantes, que evidencien a corto plazo ambientes protegidos y de desarrollo comunitario.

En consecuencia, como instituciones educativas, debemos disponer de unidades de atención o apoyo psicológico que aborden esta problemática. Tanto es así que en nuestra universidad hemos querido fomentar actividades diversas que apunten a una educación afectiva, con el fin de encarar esta realidad y así velar por toda la comunidad estudiantil que hoy se forma en nuestra casa de estudios, para aliviar, proteger y prevenir las alteraciones de salud mental que viven algunos.