Cuando los chinos desarrollaron la técnica para quemar cuencos de cerámica con pequeñas cantidades de arcilla de caolín a más de 1.250 °C reinaba la dinastía Han (202 a.C. - 220 d.C.) y servir té era solo uno de los muchos usos que estos tenían.

Estas primeras piezas recibieron el nombre de celadón (literalmente, 'cerámica verde' en chino), aunque se veían otros colores, como gris y azul. Pasaron siglos para que apareciera el blanco traslúcido del que hablaron los comerciantes europeos en sus relatos. Dicen que Jingdezhen (en la provincia de Jiangxi) estaba siempre cubierta por una nube de humo y que las columnas que emanaban de más de 500 hornos en diversas partes del pueblo permitían reconocerlo a mucha distancia. Gracias a sus yacimientos de caolín, magnesio y carbón se convirtió en centro de la industria manufacturera de porcelana, nombre que recibió esta cerámica por una comparación que hizo Marco Polo: porcellana era el nombre que se daba a unas conchas de cauri que se veían como lechones acurrucados.

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La fiebre

Hay que imaginarse a los europeos y sus pastas toscas, ásperas y granulosas, y su reacción al encontrarse con este material naturalmente blanco, suave al tacto, traslúcido y sumamente frágil. Enloquecieron.

"La importación de porcelana china fue un boom especialmente entre las capas de la aristocracia y naciente burguesía de los siglos XIV a XVI. Viajar a China era muy costoso en dinero y tiempo, por ello pronto se despertó el interés por producir porcelana. También intervienen procesos geopolíticos que ocurren a partir del siglo XV en adelante; el comercio con Oriente comienza a cerrarse y en distintos lugares de Europa se empieza a experimentar, hasta que finalmente a comienzos del siglo XVII, en Sajonia, Alemania, un alquimista logra dar con el secreto de la porcelana china, que estaba en la arcilla que usaban y en este compuesto que se llama caolín", explica Manuel Alvarado, coleccionista e investigador, que ha colaborado con el Museo de Artes Decorativas de Santiago.

La primera fábrica –Meissen– nace en Alemania. Pronto se apropian del secreto de la porcelana en otros países vecinos. "En Francia la más importante es Sèvres y en Italia es Capo di Monti. Los reyes financiaban estas industrias, y en el caso francés, donde es más notorio, esto responde a una política económica: Luis XIV es un reformador de la economía y el creador del mito de que el lujo viene de Francia. Él estimula estas producciones, las sedas, los tapices, las porcelanas. Sabía que traería réditos a Francia y la iba a situar a la vanguardia en términos políticos y simbólicos. La manufactura real de Sèvres, en mi opinión, es la que produce los objetos de porcelana más exquisitos", dice Alvarado.

Para los europeos de la época Oriente medio y extremo eran un misterio y una fantasía. Se sentían atraídos por el exotismo de sus objetos, pero a la vez comenzaban a vivir otro fenómeno histórico, una nueva relación con el universo doméstico. "Cuando uno imagina una mesa bien puesta piensa que ha sido siempre así, pero no, intervienen una serie de convenciones sociales que han ido mutando a través del tiempo, que van definiendo lo que es de buen o mal gusto. El siglo XIX es lejos el de más complejidad en prácticas sociales, especialmente relacionadas con la mesa. Las tazas fueron cambiando de forma desde que aparece la porcelana en Europa. Los platos entonces tenían un borde sumamente alto; parecían un plato hondo pero en realidad eran para apoyar la taza. Eso responde a la costumbre de verter el líquido desde la taza al platillo para enfriarlo. Muchos lo tomaban del platillo y no de la taza. Eso es algo que hoy uno encontraría bastante de mal gusto. Los servicios de té de porcelana tienen una tradición que viene del Oriente, pero el asa y el platillo son adiciones occidentales".

Connoisseurs

Que una cosa tan frágil como un servicio de porcelana sobreviva un par de décadas ya lo hace valioso; cuántas más cuente más se eleva su valor. Si cuenta con el sello –normalmente al reverso, casi siempre en azul– de una fábrica tradicional también se incrementa su valor. Pero si está asociado al nombre de un artesano (en esta época no existía el concepto de diseñador, pero existen registros de los creadores de ciertos motivos) y las decoraciones están pintadas con oro, eso cuesta una fortuna.

"Los sellos son importantes, pero no son lo fundamental", opina Alan Nagel, perteneciente a una larga dinastía de anticuarios, dueños de una de las tiendas clásicas en el rubro en Chile. "Sobre todo hay cerámicas orientales que no tenían sellos. Lo importante es establecer la factura y calidad de las piezas".

Expertos como él se ayudan de datos históricos, como el hecho de que los alemanes hicieron sus juegos de té principalmente para exportación, porque ellos preferían el chocolate. "Los ingleses y sus colonias son los que esparcen el té. La hora del té se instauró en India y en todas las colonias de África y el Oriente. Bajo la influencia que ejercieron los ingleses en Chile a fines del siglo XIX y principios del XX, el té se hizo tremendamente popular y hasta hoy se toma más que él café", explica Nagel.

La cantidad de piezas permite, por ejemplo, identificar el mercado: mientras en Europa se da en múltiplos de seis, en Norteamérica era en múltiplos de cuatro. Los alemanes, más asiduos a las masas dulces, incluían tazas, platillos y platos, para que cada comensal tuviera uno; mientras los ingleses solo incluían un plato para las galletas. "No es difícil identificar la fastuosidad de Sèvres, bastante 'mírenme, pero no me toquen mucho'; mientras los inglese hacían cosas más funcionales y cotidianas".

En este momento en la tienda de Nagel hay porcelanas japonesas, húngaras, francesas, alemanas, de distintas épocas y estilos, todas preciosas. Lo importante, lo que no ha cambiado nunca es la preocupación porque destaquen. Finalmente, como explica Alan, "para los chinos y japoneses el té era un ritual. Los europeos lo adoptan como una forma de agasajar a un invitado. Por eso se ofrece en piezas que consideras lindas, delicadas". nagel.cl / @nagelantiguedades

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Este conjunto de taza y platillo se atribuye a Manufacture Nationale de Sèvres y formó parte de un juego de té que retrataba distintos personajes de la corte de Versalles del siglo XVIII. Su fabricación se estima alrededor de 1850. En el exterior está esmaltado en azul cobalto sobre el cual presenta un diseño geométrico en dorado y un retrato femenino en un panel rectangular. Se trata de la princesa de Lamballe, Marie Therese de Saboya Carignano (1749-1792), inspirado en la pintura realizada durante el segundo cuarto del siglo XIX por el artista francés Edouard Louis Rioult (1811-1873), actualmente perteneciente a la colección del Palacio de Versalles.

El platillo tiene un borde elevado –para enfriar el té–, como los que describía Manuel Alvarado, de hecho la información viene del registro que él y Patricia Roldán hicieron para el Museo de Artes Decorativas. Esta y otras valiosas piezas –de distintas épocas y estilos– están en exhibición en este museo, el que ya prepara una gran muestra especialmente dedicada a la taza para 2019. Avenida Recoleta 683 /artdec.cl