Diez años después de los atentados más sangrientos de la historia de Noruega, los sobrevivientes de la masacre de Utøya quieren saldar cuentas con la ideología de extrema derecha que costó la vida de 77 inocentes aquel día.

La isla ha recuperado su antiguo aspecto. Sus construcciones de madera fueron reparadas y los estudiantes recorren sus sendas en la naturaleza en un alegre bullicio. Pero los impactos de bala en muros conservados y el memorial levantado en un claro del bosque sirven de testimonio de la tragedia que tuvo lugar en este pedazo de tierra.

El 22 de julio de 2011 Anders Behring Breivik, disfrazado de policía, abrió fuego durante más de una hora en un campamento de verano de la Liga Laborista Juvenil, dejando 69 muertos, la mayoría de ellos adolescentes.

Un poco antes, el neonazi hizo estallar una bomba cerca de la sede del gobierno en Oslo, matando a otras ocho personas.

Noruega conmemora este jueves el doloroso 10º aniversario de este hecho, una oportunidad de romper el silencio, según esperan lo supervivientes.

“¿Cómo jóvenes blancos que crecieron como nosotros en Noruega, fueron a las mismas escuelas y vivieron en los mismos barrios, desarrollaron visiones tan extremas como para creen que los autorizan a matar? Fracasamos en este debate”, se lamenta Astrid Eide Hoem.

La policía realiza pericias en el lago Tyrifjorden en la isla Utoya, el 25 de julio de 2011. Foto: AFP

Hoem tenía 16 años cuando, atrapada con otros cientos de jóvenes en Utøya, creyó que había llegado su hora. “Los amo más que a nada en este mundo. No me llamen. Son los mejores padres del mundo”, les escribió, oculta en una escarpadura, en un mensaje de texto de adiós.

Durante las siguientes dos semanas no sabía a qué entierro ir, de tantos compañeros que habían muerto.

Nuevo atentado

Convertida en líder de la Liga Laborista Juvenil el año pasado, lamenta hoy en día que si bien el asesino fue condenado a la pena máxima -21 años de prisión que pueden prolongarse de manera indefinida-, Noruega no ha discutido aún sobre las convicciones que lo impulsaban.

“Discutimos sobre la falta de preparación de los socorristas, sobre el número de policías que tenemos que tener en la calle, sobre el número de helicópteros, sobre los memoriales, sobre la salud mental de Breivik... Pero no hemos discutido sobre la ideología política detrás”, dice.

“La principal defensa para protegerse es la que se encuentra antes de las barreras de la policía, la prevención de la radicalización”, señala.

Sin embargo, Noruega volvió a estar de duelo por un atentado de extrema derecha en agosto de 2019. Tras haber matado por racismo a su hermanastra de origen asiático, Philip Manshaus disparó en una mezquita de las afueras de Oslo antes de ser controlado y desarmado por fieles, sin dejar heridos graves.

“Que exista gente que aún comparte las ideas de Breivik, que hayamos tenidos otro ataque terrorista en Noruega cometido por una persona profundamente inspirada en Breivik, muestra que no logramos tratar el aspecto político del ataque”, subraya Elin L’Estrange, que escapó a nado de Utøya.

La líder de la organización juvenil del Partido Laborista (AUF) Astrid Hoem, el primer ministro sueco Stefan Löfven y el líder del Partido Laborista noruego Jonas Gahr Store depositan flores en el monumento en la isla de Utoya, el 21 de julio de 2021. Foto: AFP

“En Estados Unidos, en Nueva Zelandia y en muchos otros países, ha habido ataques directamente inspirados en Breivik”, agrega Elin L’Estrange. “Es un movimiento internacional que tenemos que tomar en serio, que es peligroso”, dice la joven.

“Trols”

Tanto en Utøya como en Oslo, donde estaba en el gobierno una coalición de izquierda liderada por Jens Stoltenberg -hoy en día secretario general de la OTAN-, Breivik atacó de manera deliberada a los laboristas. Acusaba a este partido históricamente dominante en el país de promover un multiculturalismo que aborrece.

Las víctimas del 22 de julio de 201 son denunciadas desde entonces de instrumentalizar la tragedia cada vez que han querido debatir sus bases ideológicas y denunciar la retórica antiinmigratoria, a veces incendiaria, de la derecha populista. Hay que respetar la libertad de expresión, les responden.

Anders Behring Breivik ingresa a un tribunal improvisado en el gimnasio de la prisión de Skien, el 15 de marzo de 2016. Foto: AFP

“Es la Liga Laborista Juvenil la que ha sido amordazada luego del 22 de julio”, estima el periodista y exdiputado de izquierda, Snorre Valen, autor de un libro sobre Utøya.

“En el escenario político noruego, los ‘trols’ se aseguraron un buen sitio. La Liga Laborista Juvenil tuvo que quedarse encerrada”, escribió en una crónica.

Bien posicionado para recuperar las riendas del poder luego de las legislativas del 13 de septiembre, el Partido Laborista se comprometió, por pedido de su movimiento juvenil, a crear una comisión para investigar los mecanismos de radicalización.

“A menudo se habla del terrorismo islamista que también es importante”, subraya Astrid Eide Hoem. “Pero es extraño que pasemos tanto tiempo hablando de eso en Noruega cuando lo que ha segado vidas aquí en estos últimos 10 años es el extremismo de derecha”, afirma.