"No, señora. Él es un hombre decente".

La imagen es de casi una década atrás, y, por lo que ha pasado desde entonces en la política estadounidense, parece de un mundo completamente distinto. Era octubre de 2008 y el entonces candidato presidencial de los republicanos, John McCain, le respondía a una partidaria de él que en un acto le señalaba que Barack Obama -su rival en el Partido Demócrata- era un mentiroso, un árabe y una persona desleal. En medio de una campaña que aún se peleaba voto a voto, McCain, el hombre que hizo de ir contra la corriente su estilo de vida y de hacer política, marcaba un límite moral ante algo que le podía dar una ventaja comparativa en la elección.

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Visto lo que ocurrió después, y en especial el éxito de la campaña de Donald Trump, no es descabellado pensar que, si McCain hubiera abrazado con entusiasmo la denostación de Obama, podría haber llegado a la Casa Blanca. Pero quien fuera un llanero solitario -un "maverick", según lo denominaban los medios estadounidenses- no estaba para hacer cosas en las que no creía: en la campaña del año 2000, en que luchó por la nominación republicana contra George W. Bush, optó por volver a Carolina del Norte a aclarar unos dichos sobre la bandera confederada que podían darle votos, pero no necesariamente honor.

El honor, quizás, es un concepto que ayuda a entender la vida de McCain, fallecido este sábado a los 81 años de edad tras una pelea contra el cáncer. Él era nieto e hijo de almirantes de la Armada estadounidense: su abuelo fue un actor clave en las operaciones en el Océano Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y su padre comandó la operación en la guerra de Vietnam. Y fue precisamente su participación en esta última guerra la que introdujo a John McCain de la forma más brutal posible en la vida pública de su país: en una de sus incursiones como aviador de la Marina en Hanoi, en 1967, su aparato fue derribado. Aunque alcanzó a salir con vida, fue capturado y mantenido durante cinco años como prisionero de guerra. El accidente, además, le dejó varias fracturas en sus extremidades, entre ellas una en su brazo derecho que le dejaría secuelas de movilidad de por vida.

Tras retornar a su país, en la década de 1980 ingresaría a la vida política. Allí pasaría más de 30 años como senador por Arizona, cargo desde el cual se caracterizaría por sus salidas de libreto políticas. Con sus credenciales de héroe y su posicionamiento en temas internacionales, McCain se ganó un lugar preponderante en el Partido Republicano pese a que en varias ocasiones era uno de los parlamentarios "díscolos" que lograba llegar a acuerdos con sus colegas demócratas.

En 2000, se quedó a las puertas de ser el nominado por la Casa Blanca, perdiendo contra Bush hijo. Su turno le llegaría en 2008, cuando sorprendió a propios y extraños imponiéndose en unas primarias republicanas en las que nadie daba -literalmente- un peso por él, al punto de que prácticamente no tenía financiamiento hasta que empezó a ganar varias de las elecciones en los estados. Su derrota, también, sería histórica: fueron las elecciones en que Obama se convirtió en el primer afroamericano en llegar a la presidencia de Estados Unidos. Y la caballerosidad en la campaña convertiría a ambos en oponentes que se respetaban de forma mutua, incluso con afecto, durante los ocho años de mandato del demócrata e incluso luego de que éste dejara el cargo.

Aunque McCain ya no buscaba otros honores, a él le quedaba una pelea final que dar. El senador, ya con muy poco que perder, se convirtió en una de las voces más críticas a Donald Trump al interior del Partido Republicano. No le gustaban sus formas ni su manera de hacer política desde la Casa Blanca. Trump, por cierto, no lo perdonó jamás: dijo que no le gustaba que fuera héroe alguien que había sido capturado -en clara referencia a lo que le pasó al senador en Vietnam-, y en sus últimos días evitó mencionarlo en sus intervenciones públicas.

Probablemente, Trump tenía en la cabeza la escena final del llanero solitario en el Congreso, el lugar donde McCain se movió a sus anchas durante las últimas tres décadas. En septiembre del año pasado, ya consciente de su diagnóstico de cáncer, el senador volvió a la Cámara Alta para votar un proyecto clave del presidente: las modificaciones a las reformas hechas por Barack Obama al sistema de salud estadounidense -denominadas como "Obamacare-. En una sesión en que los discursos se extendieron hasta la madrugada, la diferencia era de un solo voto: el de McCain.

Con todas las luces sobre él, el senador sonreía y ocultaba su posición hasta último momento. De pronto, en medio del hemiciclo, y con una sonrisa, simplemente miró a todos a su alrededor y apuntó con su pulgar hacia abajo. Un voto "No" que destruiría el proyecto, llenaría de ira al magnate y quedaría como el último gesto de rebeldía de un político que, al menos en Estados Unidos, parece sacado de una época muy distinta a la actual.