El país ha vuelto a ser sacudido por un fenómeno de la naturaleza, esta vez por el terremoto de 7,6 grados Richter que afectó a la zona sur -con epicentro en la localidad de Melinka, en el extremo sur de la Isla de Chiloé-, cuyos efectos se extendieron por cinco regiones. Se trató de un fenómeno intenso -está entre los diez mayores sismos registrados este año a nivel mundial-, que obligó a la evacuación de 15 mil personas ante el riesgo de tsunami, y donde en general el proceso fue bien coordinado por la autoridad, con una respuesta ejemplar de la población. Asimismo, los daños en la infraestructura pública y privada fueron acotados, sin víctimas fatales ni heridos de gravedad que lamentar, lo que sugiere que las capacidades de respuesta del país frente a este tipo de emergencias han mejorado sustancialmente.

La zona afectada no padecía un sismo de gran magnitud desde el devastador terremoto de 1960 en Valdivia -considerado el de mayor magnitud que ha logrado ser registrado en la historia-, por lo que había dudas razonables de cómo podrían responder estas regiones ante un evento de esta naturaleza. Aun cuando fue un terremoto de intensidad mediana en relación a otros que ha experimentado el país en los últimos años, igualmente tenía un fuerte potencial destructivo. Pese a ello, los trastornos en general se acotaron a cortes de luz e interrupción de algunos servicios básicos, y probablemente el mayor daño ocurrió en la carretera 5 sur -en el tramo que va desde Chonchi a Quellón-, la cual resultó gravemente dañada en algunos puntos. Tratándose de una obra que fue entregada recientemente, es indispensable una investigación en profundidad que aclare las razones del destrozo, pues voces expertas han hecho ver que debería haber sido capaz de resistir.

Este nuevo terremoto ha vuelto a recordar lo expuesto que se encuentra nuestro país a los fenómenos de la naturaleza -en un lapso muy acotado Chile ha experimentado sismos, erupciones volcánicas, tsunamis y aluviones-, y lo indispensable de contar con buenas políticas de prevención y sistemas para manejo de emergencias. La población ha ido tomando conciencia sobre la importancia de estar alerta de las indicaciones de la autoridad y evacuar preventivamente, algo que ya se observó en el terremoto de Coquimbo y en el evento del domingo. Tal actitud resulta especialmente valiosa y demuestra la importancia de llevar a cabo ejercicios preventivos de evacuación, cuya práctica debería ser constante.

La respuesta de los organismos oficiales -en particular la Oficina Nacional de Emergencia, y el Shoa de la Armada- fueron también oportunas, y en general permitieron una buena coordinación de la emergencia, evitándose interferencias innecesarias desde La Moneda. Sin embargo, todavía parece necesario afinar los sistemas de alerta disponibles, pues inicialmente hubo ciertas discrepancias con el horario en que llegarían los primeros trenes de olas al continente -que finalmente se disiparon-, generando algo de confusión.

El anuncio de la creación de un instituto tecnológico público que mejore la resiliencia del país frente a desastres naturales resulta una idea interesante, que podría generar conocimiento valioso y mejorar las capacidades preventivas. Pero antes de avanzar en ello, es indispensable que primero se asegure que los organismos ya existentes cuenten con presupuesto y equipamiento necesarios. El proyecto de ley que reestructura la Onemi sigue aún pendiente, y servicios como Sismología o Vulcanología, aun cuando han reforzado notablemente sus capacidades, no parecen contar todavía con toda la infraestructura necesaria.