Cualquier seguidor del rock etiquetado con esa manoseada chapa de "alternativo" de las últimas décadas, sería capaz de hacerle un monumento a Steve Shelley. Pero el baterista de Sonic Youth se empeña por andar por la vida con el mayor bajo perfil posible. A veces le resulta, como cuando caminaba tranquilamente ayer, sin que nadie lo reconozca por las calles de Providencia. Otras no, como cuando en Argentina se supo que llegaría como parte de la banda de Christina Rosenvinge y promocionaron los shows con su nombre tan grande en los afiches como el de la española que anoche tocó con él.

De trato amable, el tímido percusionista de la influyente banda formada en Nueva York en 1981 se da un tiempo para conversar con La Tercera, después de una prueba de sonido de dos horas que lo tuvo como el más aplicado del grupo. Después de preguntar de qué se trata la entrevista, Shelley teoriza sobre por qué su banda sigue en la ruta por casi tres décadas. "Simplemente, creo que hemos durado  porque es lo que más nos gusta hacer y eso ocurre aún", dice el músico de pocas palabras que ha colaborado con Rosenvinge desde 2001 y que ahora la acompaña, aprovechando un pequeño descanso con Sonic Youth, que en marzo del año pasado actuó en Valparaíso y luego en Santiago.

"Tocamos en la ex cárcel de Valparaíso, paseamos por esa bellísima ciudad y luego tocamos en Santiago. Tuvimos como tres días en Chile, lo pasamos muy bien, hablamos con gente y aprendimos de Víctor Jara y también de la cantante folk Violeta Parra y sus viajes por Sudamérica", dice el hombre que, segundos después, le baja el perfil a cualquier dimensión sobre la huella de su banda.

"La influencia que pueda tener la banda no tiene nada que ver con lo que es mi vida diaria, lo ignoro, no pienso en eso. Eso de alternativo, para mí no significa nada, es sólo una palabra", señala.
Sobre los planes de la banda, Shelley dice que no hay mucho definido, que sólo aprovechan un descanso luego de acabar un trabajo por encargo: "Terminamos recién hace unas semanas la banda sonora para una película francesa (Love like blood) que debiera salir antes de fin de año. Es música abstracta, no son canciones", adelanta el tímido músico que se transforma detrás de los tambores.