Y otra vez la generación dorada lo hizo. Contra su propio cansancio. Contra el campeón de Europa. Contra el mejor del mundo. Qué importa si no fue el mejor partido de la Copa desde lo estético. Pero desde el amor propio y el corazón, la semifinal ante Portugal quedará grabada para siempre en la memoria colectiva de los fanáti cos. Un ejemplo de esfuerzo colectivo e individual que transporta a la Roja a su tercera final consecutiva, contabilizando las dos últimas Copas América.

En un partido tenso, de dientes apretados, muy parejo, el equipo de Pizzi rescató desde lo más profundo de su memoria futbolística un partido para el recuerdo. Con un Claudio Bravo inmenso, gigante, para detener tres penales en la definición. Monstruoso.

Después de tamaña demostración del portero, que ya en los 120 minutos había tenido una actuación notable, todo quedaba en el olvido. Si hasta los dos palos consecutivos de Vidal y Rodríguez en el minuto 116, quedan como una curiosa anécdota, justo un 28 de junio. O el penal no sancionado minutos antes a Francisco Silva, que el árbitro iraní desestimó en cobrar, ni siquiera solicitando el famoso VAR.

Qué importa a esta altura Chile no pudo brillar. A ratos sobrepasado incluso. Pero aún en los peores momentos abdicó el equipo. La presión de los europeos sobre Díaz y Hernández, provocó que se cortaran los circuitos futbolísticos de la Roja. No había salida limpia desde el fondo porque los ejes estaban rodeados. Así, los potenciales receptores quedaban aislados, lejos del balón.

Fernando Santos, técnico de los lusos, tomó nota de lo ocurrido en el partido contra Alemania y no le regaló el campo al equipo de Pizzi. Al contrario, salió a buscar bien arriba, recuperando lejos de su zona de riesgo, moviendo rápido el balón, preferentemente por el costado izquierdo, donde Cristiano Ronaldo se alojó a las espaldas de Isla, y atacando con balonazos largos al segundo palo.

La apuesta de Pizzi, de intentar repetir el plan que ejecutó contra lo germanos, tenía graves problemas enfrente. Con Díaz y Hernández bloqueados, Vidal y especialmente Aránguiz debieron retroceder muchos metros para entrar en acción. Chile dejó de ser un equipo corto, pero parecía ser la única forma de romper la presión de los europeos.

Es cierto que en esos pasajes Chile equiparó la brega. Hasta se asentó mejor en la cancha que su rival. Incluso se generó un par de chances para convertir, especialmente por intermedio del Príncipe. Pero la construcción no era limpia. Todo terminaba en centros, la mayoría sin destino, facilitando la labor de los zagueros portugueses. No había espacios para filtrar un balón entre líneas.

Dentro de esa batalla del mediocampo, los delanteros no tenían apariciones importantes. Salvo en el inicio cuando Cristiano Ronaldo tuvo un par de destellos, después tanto él como Sánchez no entraron mucho en juego. El tocopillano siempre pareció estar a trasmano del juego. Desconectado de sus compañeros, apresurado en la toma de decisiones, el ariete pasó la mayor parte del encuentro desapercibido. Algo extraño de por sí. Y que por supuesto terminó afectando a Chile porque se fue quedando sin balas en ataque.

Tanto desgaste, tanta refriega, fue minando las fuerzas. Y en ese escenario, el cansancio comenzó a notarse antes en los jugadores chilenos. Incluso previo al alargue, había futbolistas agobiados por tamaño esfuerzo. El día menos de descanso que tuvo en comparación a Portugal y la poca confianza de Pizzi en su banquillo, alargando en demasía la permanencia en la cancha de varios que pedían cambio, ponían cuesta arriba el partido a Chile.

Pero a medida que flaqueaban las piernas, crecían todavía más el corazón de los jugadores chilenos para mantener viva la ilusión de la final. Aferrados a un sólido Bravo y a una línea defensiva que casi no tuvo fallas durante 120 minutos, amén de un esfuerzo tremendo del resto del equipo, la Roja logró estirar el duelo hasta la tanda de los penales, donde apareció el capitán para acrecentar su leyenda. Y por qué no la de una generación que no tiene techos. Que no conoce límites. Y que el domingo espera escribir otro capítulo dorado de una historia que nadie quiere que se acabe.