Con una elección aparentemente tan decidida, la pregunta correcta no es quién o quiénes, sino dónde. ¿Dónde estarán los candidatos el día después?

Siguiendo con los supuestos más lógicos, Piñera y Guillier estarán recargando energía para enfrentar los 28 días hasta la definición; Navarro y Artés, continuando sus vidas, sin novedad; ME-O, preparando desde ya su cuarto asalto y planificando giras para contar su vida de novela; Beatriz, empezando a digerir el temporal que pasó por su vida sin aviso; Goic, buscando pedazos del jarrón chino de la abuela, que cuando estaba entero eran tan valioso, y Kast… quién sabe dónde estará Kast.

De José Antonio Kast a la vez sabemos mucho y nada. Insólitamente, sabemos intimidades como que usa el Billings para regular su vida sexual, pero no tenemos idea, por ejemplo, si le gustaría estar en un eventual gabinete de Piñera. Es que cada vez que me ha tocado verlo, conversar o tenerlo en una entrevista, me he quedado con la misma sensación, de que no solo tiene pinta de niño.

En la previa del debate se le veía chacotear por los pasillos sin trazos de nervio y hasta sin sentido de la responsabilidad que implica ser candidato presidencial, tal como cuando maltrata y deshonra a sus contendores, sin tomarle el peso a lo que dice y menos aplicando los principios de la caridad que uno podría esperar de él.

La personalidad de un provocador es así, ensaya límites y goza poniéndolos a prueba. Después de ganar cuatro elecciones a diputado, con cambio de distrito incluido, ahora se animó a pelear por La Moneda con un mesianismo algo infantil, del tipo "si no lo hace nadie, lo hago yo".

Tomó las banderas sin que nadie se lo pidiera, porque, seamos francos, en los 16 años de parlamentario jamás lideró algo particular o notorio. Sencillamente, ahora sintió el llamado de esa derecha ultra, la que se niega a entregar el moño a un Piñera que ven extraño. Kast es de los que, sabiendo que no les queda otra, intentan hacer su punto y dejar claro que eso de modernizarse no es mucho más que una moda.

Saber dónde estará Kast el día después es más difícil que en el caso de sus rivales. Porque en el fondo no busca nada. No busca ser Presidente, no busca ser parte de la manada. Tampoco pretende llevar a su sector a sus terrenos, porque sabe que la corriente de la derecha -o en buena parte de ella- va en sentido contrario. Lo suyo no es un cargo con auto con chofer, no se encandila con leseras. Esta es una auténtica misión de los evangelios en que cree. Este es más duro de barrer hacia dentro que Ossandón.

Todo lo anterior le da a Kast su mayor fortaleza, que son los grados de libertad que le hemos visto en el decir y hacer. Por eso es creíble, no acomoda sus discursos, no hay para qué. Solo así se entienden sus provocaciones -o excentricidadesal arrogarse el apoyo impracticable de Augusto Pinochet o la defensa gratuita a Krassnoff Martchenko. Nadie en su sano juicio buscaría ganar una elección en 2017 abrazando banderas tan apolilladas.

No nos perdamos, en el fondo Kast no les habla a electores: está educando, les está mostrando a sus hijos dónde está el límite de lo bueno y lo malo. Una candidatura para pocos, una candidatura doméstica.