Egresados de dirección audiovisual de la UC, Pablo Carrera y Christopher Murray rodaron en la zona de Calbuco un largo cuya trama se apoyó fuertemente en el paisaje físico y humano que fueron encontrando. El resultado, ganador de la competencia nacional del Sanfic, se convierte así en una expedición antropológica: Manuel (Eugenio Morales) es un santiaguino que llega a tomar posesión de una isla del sur que le cedió su fallecida dueña, a quien le cuidaba un terreno. Dispuesto a comenzar una nueva vida, trata de reclutar trabajadores que le ayuden en la explotación de un territorio hasta el minuto virgen. Y en esta tarea se encontrará con un espacio extraño, que le dirá mucho acerca de su propio lugar en el mundo y de su profunda soledad, que no es sólo la suya. Pródiga en planos contemplativos y receptiva a una lógica de ensayo y error, Manuel de Ribera conecta con cierto espíritu slow y prodocumental del circuito festivalero (ojo, que produce Bruno Bettati, el hombre tras Ilusiones ópticas y El cielo, la tierra y la lluvia). Pero ante todo es un debut temerario que, machete en mano, sale a descubrir gentes y lugares.