-Yo pagué mi culpa, ya pagué mi condena.

La voz del otro lado del teléfono se escucha cansada. Es una voz tranquila y pausada, que a ratos no se entiende. José Andrés Aguirre Ovalle (55), más conocido como el cura Tato, no puede modular bien.

Esta llamada se produce el martes 4 de diciembre, ocho días después de su salida del Centro Penitenciario Colina I, donde estuvo preso por 10 años. En junio de 2003, Aguirre fue condenado a 12 años de presidio por nueve casos de abusos deshonestos a menores y uno de estupro. Pero gracias a su buen comportamiento, la Comisión de Reducción de Condenas le rebajó su pena en 24 meses. Por eso, salió en libertad el lunes 26 de noviembre, minutos antes de las 5 de la tarde.

-No me interesa hablar. No lo he hecho en 10 años, ¿por qué lo voy a hacer ahora? Han publicado muchas cosas falsas y quiero estar tranquilo. Ya pagué mi condena- repite Aguirre, desde el que ahora es su nuevo encierro: el segundo piso de la casa de su padre, en el balneario de Santo Domingo. Para él es complicado salir de ahí: una enfermedad degenerativa -una distrofia miotónica muscular- lo aqueja hace años y le dificulta mover los músculos, incluidos los del rostro.

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Lunes 26 de noviembre, 16 horas. Suena el celular del párroco de la Iglesia Santa María de Las Condes, Julio Dutilh. Contesta. Del otro lado, le dicen:

-José Andrés Aguirre será puesto en libertad y necesitamos que alguien lo venga a buscar cuanto antes debido a su limitación física.

La llamada era de un funcionario de Gendarmería. El padre Dutilh es de los sacerdotes más cercanos a Aguirre. Se conocen hace más de dos décadas y fue una de las pocas personas que lo visitaron con frecuencia en la cárcel. Por eso sonó su celular. Por eso, también, partió rápido en su camioneta rumbo a Colina I.

Camino al penal, Dutilh llamó al papá del ex clérigo, José Santiago Aguirre (83), quien nunca abandonó a su hijo y lo fue a ver cada domingo en estos 10 años. Cuando le dio la noticia, éste se sorprendió: no esperaba que su hijo saliera en libertad ese lunes. Lo que sí esperaba era que le rebajaran la condena. Por eso, había llegado a un acuerdo de antemano con Dutilh: el religioso iría a buscar a Tato a la cárcel y lo trasladaría inmediatamente hacia la casa del padre en Santo Domingo.

A las 16.45, Dutilh entró en su camioneta por la reja principal del centro penitenciario. Los gendarmes sacaron a Aguirre desde su celda en uno de los pabellones del Centro de Atención Sistemática en Tratamiento y Rehabilitación (Asistyr), donde pasó gran parte de su condena, debido a la enfermedad que le ha ido deteriorando los músculos. Eso y la inactividad lo habían convertido en un hombre de 130 kilos, que esa tarde fue conducido en su silla de ruedas hasta la camioneta de su amigo. Lo acomodaron en el asiento trasero.

Sentado allí, Aguirre llegó a Santo Domingo más de una hora después. A la misma casa que su padre tiene hace 30 años en el balneario donde, muchos veranos, el ex sacerdote se bañaba en el mar y salía a trotar en las mañanas. En esa casa lo esperaba ahora su papá, ansioso. Horas antes había desalojado su propia pieza para cedérsela a su hijo, pues tiene baño adentro y eso le daría mayor comodidad.

El encuentro, según un familiar, fue emotivo. Ambos estaban emocionados de poder abrazarse lejos de Colina I. Entonces, vino la parte más difícil. La casa, ubicada en Avenida El Parque, está construida en un segundo piso para aprovechar la vista al mar. En el primero hay algunos dormitorios, pero son húmedos y oscuros. Por eso, toda la vida del hogar ocurre en el piso superior. Para trasladar al ex sacerdote a la pieza debieron subirlo por una escalera de 12 peldaños que, además de tener una curva a medio camino, es 10 centímetros más angosta que la silla de ruedas.

La maniobra fue muy complicada. Entre Dutilh, el papá y Hernán Cornejo -el empleado de más confianza de la familia, que prácticamente se crió con ellos- subieron a Tato por la escalera, de rodillas. Unos empujándolo de abajo; otros tirándolo de arriba. Le pusieron almohadones en las piernas para que no se hiciera daño. Tardaron en total media hora.

Cuando llegó arriba, Aguirre estaba agotado. Lo acostaron en la cama que, hasta el día anterior, había sido la de su padre.

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El martes 27, desde temprano, por la Avenida El Parque de Santo Domingo se pasean camionetas cargando planchas y herramientas. Se estacionan frente a la casa de José Santiago Aguirre. Adentro se escuchan martillazos y una motosierra. Están remodelando el segundo piso para que Tato pueda desplazarse. O Andrés, mejor dicho. Porque un familiar explica que  desde que salió en libertad, los cercanos y amigos del ex sacerdote acordaron llamarlo por su nombre y nunca más Tato. "Queremos que ese nombre quede olvidado en Colina I", dice Hernán Cornejo.

Los trabajos de esa mañana incluyeron poner una rampa sobre el escalón que separa la pieza del baño. Lo mismo para unir la pieza al living. De todo se encargó Hernán Cornejo, quien salió y entró varias veces a la casa. "Tengo que lijar todo el piso del dormitorio de Andrés para sacar la cera, porque se resbala", comenta en una de esas salidas.

Cornejo asegura que lo más difícil ha sido remodelar el baño. Lo pidió un arquitecto que ese mismo martes 27 fue a ver la casa y sugirió los cambios para que Aguirre estuviera cómodo. "Dadas sus limitaciones, él no puede levantar la pierna y hacer el equilibrio para meterse a una tina de baño. Entonces sacaron la tina y tuvieron que hacer un receptáculo de fierro, más resistente y sin bordes pronunciados, para que sea más fácil bañarlo", explica un amigo del ex clérigo. Era un asunto más que necesario: según cuenta Cornejo, ese martes en la mañana, mientras lo bañaban en la tina de cerámica, Aguirre se resbaló y cayó. "El quería meterse adentro de la tina y ahí fue donde se cayó. Olvídate lo que fue sacarlo. Imagínate levantar a una persona de ese peso y, además, mojado. Yo trataba de empujarlo por abajo y su papá lo tiraba de los brazos".

La llegada de Aguirre hizo cambiar la vida de su padre. Desde que enviudó en 2006, José Santiago vivía solo y se había acostumbrado a sus propias rutinas. Iba al gimnasio de 9 de la mañana a mediodía, pero ya no puede hacerlo. Antes almorzaba a las 2 de la tarde y dormía siesta. También tuvo que dejarlo. Cornejo, que llega a las 7 de la mañana a la casa y se va pasadas las 11 de la noche, asegura que José Andrés sigue con la rutina de la cárcel, lo que altera todo. Se despierta a las 6 am y quiere levantarse al baño. Su padre tiene que ayudarlo. A las 11 am pide algo de comer, acostumbrado a la colación que le daban a esa hora en el centro penitenciario, y a las 12.30 en punto ya quiere almorzar. Además, tienen que vestirlo, ponerle los zapatos, bañarlo y empujarle la silla de ruedas, ya que no tiene fuerza en las manos. Para ayudarlo, el padre tuvo que contratar a Margarita, una nana que va tres veces a la semana.

El padre se niega a hablar del tema. Se escabulle. Dicen que esta situación le ha afectado hasta el humor. La mañana del martes 27, asomado en una ventana del segundo piso, pide: "Déjennos tranquilos, estos 10 años han sido muy duros". Unos días después, al contestar su celular, dirá que "el cura Tato quedó enterrado en Colina I. Ahora nació un nuevo hijo para mí, que se llama José Andrés Aguirre, no cura Tato. Está gravemente enfermo y debo preocuparme de él". Según un amigo de la familia, el padre está empeñado en olvidar esta última década.

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El ex sacerdote pasa el día en su cama, postrado. Durante esta semana le añadieron dos colchones más para que la altura del lecho sea más cómoda a la hora de trasladarlo a su silla de ruedas. También le hicieron un sillón que le deja las piernas estiradas, para que se siente cuando se anima a levantarse. A veces usa un burrito para las distancias cortas. Gasta tiempo frente a la televisión: no mira los canales nacionales, sino películas y documentales en el cable. También habla por teléfono, pese a que sus agotados músculos faciales le impiden modular bien. Para facilitarle las cosas, el jueves 29 le compraron un teléfono inalámbrico en Llolleo. Ahora, cuando lo llaman, pueden llevarle el aparato a la cama.

José Andrés Aguirre -quien era muy popular en los colegios donde fue director espiritual, como el Villa María o el Juanita de los Andes- sufre también insuficiencia respiratoria. Su padre debe estar pendiente de que no se ahogue. "Cuando estaba en la cárcel tuvimos que conseguirle una máscara que le ayuda a respirar mejor. Es una especie de ventilador que le inyecta aire cuando le cuesta respirar", dice un amigo. Según Cornejo, Aguirre se ahoga después de hacer algún esfuerzo físico: "Cuando lo vemos que empieza a alterarse mucho, hay que ir a buscar la maquinita, se la dejamos puesta unos minutos y listo".

Todo se complica por el sobrepeso. "Era un hombre muy deportista. Hacía bicicleta y en la cárcel hacía elíptica. Pero por la dificultad muscular no pudo seguir haciéndolo. Eso, sumado al encierro y a la alimentación de la cárcel, muy cargada a la grasa, carne, tallarines, lo llevó a engordar de esta manera", dice un familiar. Por eso, esta semana Aguirre recibió la visita de una nutricionista del Hospital de San Antonio, quien lo puso a una dieta estricta basada en frutas y verduras. El ex sacerdote prometió bajar 10 kilos por mes. Lo volverán a pesar el 1 de enero.

En estos días, además, lo inscribieron en el consultorio de Santo Domingo. La directora del Centro de Salud Familiar, Lucía Bezmalinovic, cuenta que "su padre solicitó la atención y no se le puede negar, ya que él, habitando en Santo Domingo y con Fonasa, puede acceder a nuestro servicio". Añade que "en este momento estamos en el proceso de evaluación de su enfermedad. Hay que ver si es un paciente postrado, si es crónico o ver en qué categoría queda. Después determinaremos el tipo de servicio que tenemos que brindarle. Si es considerado un paciente postrado, recibirá atención en su casa de tipo médico, kinesiólogo, lo que necesite".

Aunque José Andrés Aguirre fue el primer sacerdote en Chile al que la Iglesia castigó con la pena máxima, suspendiéndole el ejercicio del ministerio, sus cercanos dicen que sigue viviendo la religión intensamente. "Siempre ha sido un hombre de fe. Fue a misa cada vez que pudo en la cárcel. Y no tiene ningún resentimiento con la Iglesia, porque es un hombre que reconoció que se cayó, que se equivocó", dice un sacerdote amigo. Según relata Hernán Cornejo, en Santo Domingo siempre hace una oración antes de almorzar o comer para dar las gracias. También lee la Biblia y reza el rosario.

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Fuera de prisión, José Andrés Aguirre debe firmar mensualmente en Gendarmería por dos años. Pero nuevamente está el problema de su movilidad. "O le dan facilidades o lo declararán rebelde, porque no puede salir de ese segundo piso", dice un cercano. Hernán Cornejo agrega que incluso tuvieron que sacar un certificado de enfermedad para corroborar que no puede salir de su hogar. Por eso, durante esta última semana, el padre de Aguirre se ha puesto en contacto con Gendarmería para ver cómo solucionar la dificultad. Una posibilidad sería que el ex sacerdote concurra a firmar por primera vez personalmente a Colina I el 2 de enero, que entregue allí el certificado de salud y que luego pudiese firmar cada seis meses en su casa.

Otro trámite de estos días ha sido renovar el carné de identidad. El martes pasado, dos funcionarios del Registro Civil fueron hasta el domicilio de Aguirre para sacarle una nueva cédula. La tenía vencida desde el 2010. "Le sacaron una foto y la firma. El quería reírse para la foto, pero nosotros le decíamos que tenía que estar serio", dice Cornejo.

Los dos primeros días luego de que Aguirre llegó a Santo Domingo, en este balneario no dejaron de hablar de él. Incluso, una vecina, Sandra Pedrero, amenazó con organizar una funa de protesta. La situación se calmó después de que el alcalde Fernando Rodríguez fuera a visitarlo para asegurarse de que estaba enfermo y que, al contrario de los temores de algunos en el pueblo, no representa una amenaza. Dice el edil: "Yo estaba afuera de la casa y el padre me invitó a pasar para conocerlo. Así pude constatar que él está muy enfermo y que desde el punto de vista físico no puede generar perjuicio".

Durante esos días, camarógrafos y fotógrafos se abalanzaban sobre cualquier persona que entraba a la casa. "Fueron días terribles. Andrés es una persona que reconoce la falta que cometió, la asumió con verdad y tiene derecho a la misericordia. Además, en el estado físico en que está", dice el sacerdote Dutilh.

Aunque ahora el ambiente se ha calmado, en el círculo íntimo del ex sacerdote hay temor por lo que podría suceder en el verano, cuando el balneario se llene de gente. Un amigo de la familia cuenta que el padre del ex sacerdote se reunió el jueves 29 con el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, para analizar el tema. Y que Ezzati le habría ofrecido trasladar a Aguirre a un hogar de retiro espiritual cerca de Osorno. Un sacerdote cercano a Aguirre confirma que existió esa reunión, pero que "la posibilidad de trasladarlo fue conversada con el Tato y con el papá, y ellos llegaron a un acuerdo de que lo mejor era que, durante un primer momento, estuvieran juntos en Santo Domingo". Desde el Arzobispado niegan que esa cita se haya efectuado.

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Hernán Cornejo, el empleado de confianza, llama cariñosamente "el abuelo" al papá del ex sacerdote. Dice que el domingo pasado es la primera vez que lo vio sonreír después de una semana muy tensa por la llegada del ex sacerdote. Esto, gracias a que unos ex compañeros de su hijo, que estudiaron con él en el colegio Seminario Menor, lo fueron a visitar. "Hicimos un asado -cuenta Cornejo-. Eramos como 13 personas y nos instalamos en la terraza, que está en el segundo piso. Andrés veía todo desde adentro".

Los cercanos a Aguirre reconocen que está tranquilo, pero dicen que a veces él les cuenta que siente miedo. Que piensa que le pueden hacer algo malo. "Entonces nosotros le decimos: 'Nadie te va a hacer nada, tranquilo, nosotros te estamos cuidando'. Pero tiene miedo… Es que cómo se va a defender, no tiene cómo", señala Cornejo.

Desde que el ex sacerdote salió de la cárcel lo han ido a visitar cuatro de sus ocho hermanos. José Andrés es el séptimo. La enfermedad que sufre la heredó de su madre, quien murió el 2006 de lo mismo. De los nueve hermanos, tres ya la han manifestado: Elvira, Felipe y José Andrés. Durante el tiempo en que estuvo en la cárcel, no sólo falleció su madre, sino también uno de sus hermanos, Tomás, quien dos años atrás sufrió un paro cardíaco. Para ninguna de las dos ocasiones Aguirre pudo salir para despedirse.

Ahora sí tiene ganas de salir. Dejar por un rato ese segundo piso. Un amigo suyo cuenta que pide con frecuencia que lo saquen a dar una vuelta. Quiere ir a la playa. Estar cerca del mar, como lo hacía hace años. Pero bajarlo por esa escalera y volver a subirlo es una tarea titánica. A veces, sin embargo, no queda otra opción. Como este jueves 6 de diciembre, en que debieron ayudarlo a descender cada uno de los 12 peldaños y luego subirlo a una camioneta, ya que el ex sacerdote se fue a hacer un examen médico fuera de Santo Domingo. Fue su primera salida desde que llegó al balneario.

Pese al esfuerzo físico que eso implica, Aguirre siempre tiene la esperanza de salir de la casa. "Nos dice: 'Sí voy a salir a pasear, voy a ver los fuegos artificiales para el Año Nuevo'. Nosotros tratamos de subirle el ánimo. Yo le digo: '¿Y no querís tomarte un copete también?'", dice Cornejo, riendo.

Para Navidad ya tienen preparada una celebración. El 23 de diciembre lo irán a visitar sus compañeros de colegio y harán un cordero al palo. El 25 vendrá su familia. Según Hernán Cornejo, el ex sacerdote ya anda preguntando qué le van a regalar. "El 'abuelo' le dijo: '¿Sabes qué te vamos a regalar? Un hombre de dos metros de alto para que te lleve a la playa, te saque de paseo y te sirva de guardaespaldas'".