Pasada la medianoche, llega al hospital de Sahlgrenska, de Gotemburgo, un helicóptero con dos pacientes graves: él, el padre, tiene rastros de haber sido atacado con un hacha en el rostro, y ella, la hija, tiene una bala en la cadera, otra en el hombro y una tercera en el cerebro. Después de un vistazo rápido, una enfermera la reconoce: Lisbeth Salander. En el caso de salir viva de una operación, tiene otro problema: la acusan de un triple asesinato. A varios kilómetros, el único hombre que defiende a Lisbeth, Mikael Blomkvist, está arrestado. Todo empieza mal en La reina en el palacio de las corrientes de aire, la novela que cierra la saga policial más exitosa de los últimos años.

Es el estilo de Stieg Larsson: sobreponerse a lo imposible. Antes de que su nombre cruzara las fronteras del periodismo sueco para convertirse en la nueva marca registrada del policial europeo, un ataque al corazón lo mató en 2004, con sólo 50 años. Pero aun muerto, ha vendido 15 millones de ejemplares de su trilogía Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina... En Chile el fenómeno se tradujo en que Editorial Planeta imprimiera en el país cuatro mil ejemplares del último volumen de la saga, una cifra que duplica una tirada normal.

LARSSON INEDITO
Pero Larsson es más que el último best seller de la industria. Aprobado por la crítica española, su saga se organiza en torno a la violencia contra las mujeres y está plagada de críticas contra las empresas transnacionales.  Es Blomkvist, el alter ego de Larsson, quien se dedica a sacar a la luz los trapos sucios de los empresarios. Lisbeth, la magnética cyberpunk que lo asesora, es la prueba viviente de esa violencia. Y se mueve por venganza.

Sin Blomkvist y Lisbeth, el fenómeno Larsson no existiría. Pero  las dobleces del propio Larsson también ayudan: troskista convencido,  desde la revista que dirigía, Expo, se especializó en denunciar a grupos fascistas ultraviolentos, llegando a asesorar a Scotland Yard. Era un trabajólico que se maltrataba. "Dormía poquísimo, fumaba entre dos y cuatro paquetes diarios de cigarrillos, se atiborraba de cafés con leche, comía comida chatarra, trabajaba en mil cosas a la vez. Hizo todo lo posible por morir joven", contó su amigo, Kurdo Baksi, quien tiene una aparición en La reina...

Según Baksi, el plan literario de Larsson era ambicioso. Trabajaba simultáneamente en 10 libros sobre Blomkvist y Lisbeth. Llegó a terminar el cuarto tomo, pero lo destruyó. Del quinto existen 300 páginas y pocos datos: Francia, Suecia y México son el escenario de una trama en la que aparecen las mujeres muertas de Ciudad Juárez. Por ahora, permanecerá inédito: "Se ha acordado que no se publicará, ya que no está terminado", dijo Magdalena Hedlund, una de las editoras suecas del escritor.

Probablemente, él mismo lo rechazaría. En la correspondencia electrónica que mantuvo con su editora Eva Gedin, según el diario El País, Larsson se muestra como un detallista, que pensó en preguntarles su peso a chicas en el metro para saber cuánto debía pesar Lisbeth. "Me encerraré día y noche para que el libro pueda estar impreso pronto", escribió. Cumplió a medias: en sus últimos ocho meses de vida, pasó las noches a punta de cigarrillos y café corrigiendo la trilogía.

Era un trabajo arduo. En las más de dos mil páginas que conforman  Millennium, Larsson cruza una saga familiar, negocios turbios, mafias de prostitución del este europeo y violencia doméstica, silenciosa y traumática contra mujeres. En La reina en el palacio de las corrientes de aire, Lisbeth debe enfrentar un juicio, acusada de asesinato múltiple. Su padre, su enemigo, está involucrado en los hechos. Blomkvist, el único que sigue creyendo en ella, buscará a los verdaderos culpables. Y no encontrará nada parecido a lo que esperaba.