Hace una semana, Lance Armstrong volvió a la portada de Le Monde en forma de fotografía. "Un dopado arrepentido que pide perdón". Así se señalaba en el pie de la foto, en la que se ve al malo más malo de la historia del ciclismo estrechando la mano, con el aire compungido exagerado que suelen adoptar los malos actores, a un ex ciclista francés que se llama Christophe Bassons y que sonríe casi aguantando la carcajada al apretón del gigante texano.

Para mayor asombro de los lectores, la crónica del encuentro entre el matón y el tímido ciclista sumó la firma de Benoit Hopquin, precisamente el periodista que más se enfrentó a Armstrong en aquel Tour, el que más duramente le interrogó sobre un positivo por corticoides que trataba de esconder.

La escena parisiense se desarrolló el viernes 6 en un hotel cercano a los Campos Elíseos, al asfalto en el que se edifica anualmente el podio al que subió Armstrong siete veces seguidas, entre 1999 y 2005, como ganador de siete Tours de los que fue desposeído hace un año por la Unión Ciclista Internacional (UCI) por dopaje. Terminaba así de victoriosa la tercera etapa de un nuevo Tour emprendido por Armstrong, una gira que podría llamarse la del perdón y del olvido y que antes se había detenido en un pueblo perdido de Florida llamado Celebration y en Roma.

"Mi castigo es mil veces más grande que el crimen cometido, estábamos todos en el mismo barco". En la ciudad estadounidense, en una entrevista grabada en exclusiva por la web del Daily Mail, Armstrong se disculpó con Emma O'Reilly, ex masajista en el US Postal, su equipo, y pionera en acusarle de tramposo. En su momento, Armstrong le respondió insultándola, algo por lo que hoy le pidió perdón. En Roma, aparte de jugar al golf, y empezar a organizar su disculpa pública con otro ex ciclista acusador y agraviado, Filippo Simeoni, el texano habló con Pier Bergonzi, uno de los jefes de la Gazzetta dello Sport. "Yo sé que soy culpable. Sé que he hecho daño a la gente. Me he disculpado públicamente y quiero hacerlo personalmente con algunos de ellos", le dijo Armstrong. "Pero mi castigo es mil veces más grande que el crimen que cometí. Puedo entender que me han elegido como el símbolo de esos años, aunque los mejores corredores de entonces, además de los directores y los médicos, estábamos todos en el mismo barco".

Todos los encuentros se realizaron a iniciativa de Armstrong, quien acudió solo, sin la compañía de abogados o jefes de comunicación, a los mismos. Y en el que mantuvo con Bassons, quien, aparte de a Le Monde, invitó a L'Equipe como testigos, espectadores y difusores de la nueva.

La lista de insultados, acosados y chantajeados en un intento de salvar su culo, su honor y sus privilegios es larga, por lo que puede que este octavo Tour se le eternice al texano. En ella, aparte de personajes más secundarios, deben estar incluidos, por lo menos, los matrimonios Kathy y Greg LeMond y Frankie y Betsy Andreu; los periodistas Paul Kimmage, David Walsh y Pierre Ballester; los dirigentes antidopaje Dick Pound y Travis Tygart; y los ex ciclistas y ex amigos Tyler Hamilton y Floyd Landis e, incluso, tampoco estaría mal que incluyera a Contador por la mala vida que le dio en el Tour de 2009.

Como la gira de Armstrong ha coincidido prácticamente con la muerte de Nelson Mandela y la instauración planetaria de un espíritu prenavideño de reconciliación, paz y amor, no ha faltado quien, recordando además que es el propio Armstrong quien marca los tiempos de su rehabilitación pública, le haya tildado de megalómano que se cree Madiba. "Siempre habrá descreídos, y lo siento por ellos", dijo, famosamente, Armstrong en el podio de su último Tour, en 2005, despreciando a los que dudaran de la limpieza del ciclismo. Descreídos en Armstrong sigue habiendo pese a sus intentos de misionero, y a ellos ya no les puede lanzar aquella frase, ya gastada y desprestigiada.

El líder de los escépticos es Travis Tygart, el director de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada), el antagonista ideal de Armstrong, con quien lleva entablando años una pelea de egos narcisos. "Para reconciliarse de verdad con el mundo", ha dicho Tygart recientemente, "Armstrong debe venir a la Usada y decir todo lo que sabe, dar todos los nombres de quienes organizaron todo el dopaje, colaborar de verdad. Pero ya ha dejado pasar esa oportunidad".

Se refiere Tygart a que Armstrong únicamente ha contestado con nombres y apellidos a un interrogatorio sobre sus actividades, y a que lo hizo de manera escasamente sincera y simplemente para salvar el máximo dinero posible en su litigio con una compañía de seguros, que le reclamaba tres millones de dólares por haberles engañado al doparse para ganar sus Tours.

En las actas del interrogatorio, filtradas por Floyd Landis y otros que aún tienen litigios pendientes con Armstrong, éste muestra una especialísima memoria selectiva, pues sólo recuerda como organizadores y colaboradores de su dopaje a aquellos que la propia Usada ya había acusado en su momento. No añade ni un nombre ni un apellido más ni de médicos, ni de directores, entrenadores o ciclistas. Apenas mata a los que ya estaban muertos. Para los demás, para los que, por ejemplo, organizaron su compleja logística de transfusiones de sangre, gente aún desconocida, Armstrong recurre en el interrogatorio a una frase curiosa: "Puede haber habido más personas", dice, después de desgranar la retahíla habitual, "pero en este momento no me acuerdo de quiénes eran".

El octavo Tour, conociendo esto, deja de ser, pues, el del perdón para convertirse en el del olvido. Y aún le quedan etapas.