Llegué de vacaciones y me encontré con una especie de cataclismo en Colo-Colo. Todo lo que leía, escuchaba o veía era desastroso. Lo curioso es que esta calamidad que se me presentaba era un par de días antes de la final con Católica. Recibí este tipo de comentarios: "el camarín está quebrado". "Barroso se agarró a combos con Guede". "Algunos no juegan porque profesan otra religión". "Juegan los que están con Mosa y no los del bando de Vial". "Si pierde Guede se va". "Paredes está enojado con Mosa"...

¿Qué hice? fijé posición: me tapé los oídos de tanto comidillo, a esa altura incomprobable por mí, y me enfoqué 100% en lo que sucedería en la cancha. Ahí busqué ver la genuina lealtad. Las odas y apologías que se escriben o se propagan por televisión son basura si los mismos oradores no se fatigan en la cancha.

Es cosa de recordar el gran apoyo público que los jugadores de la selección le daban a Claudio Borghi pero que, curiosamente en la cancha, perdían la memoria. Me irrita el futbolista o el profesional que vocifera admiración por su jefe y en su metro cuadrado es cero aporte.

Dejé que el encuentro hablara por sí mismo, de él busqué las respuestas para los comentarios que me inundaron, de él extraje lo que quería obtener: la única verdad. ¿Qué vi? un grupo de jugadores leales a un entrenador, un equipo compenetrado en la lucha de un objetivo común, un Colo-Colo que quería ganar y sin excepción, a 11 jugadores solidarios entre sí. La fidelidad con tu jefe o con el propósito se manifiesta con hechos concretos y no con promesas que se evaporan.

La primera deducción que recogí del título de Colo-Colo es que si algunos hombres del plantel querían voltear a Pablo Guede, ése era el partido, y no lo maniobraron. En el lugar donde lo debían apoyar y demostrar su adhesión al proyecto lo hicieron, en la cancha respondieron, punto. La confrontaciones y quiebres que se divulgaron con tanta seguridad no se reflejaron en el juego, no vi a un equipo quebrado, ni tembloroso, ni con ausencia de sangre. Apareció un estilo de juego con un poderío ofensivo espléndido, un alto nivel individual repartido en cada una de las zonas y un trío como Valdés, Valdivia y Paredes que se dieron incluso el gusto de jugar baby dentro del área rival.

Puede que el ruido externo sea cierto, que exista odio entre algunas almas, que aparezca envidia por la diferencia del cheque a fin de mes, que Mosa y Vial luchen por dentro, puede que Guede carezca de habilidades blandas para frenar conflictos, etc. Puede que todo eso que escuché antes de la final sea real, puede que todas esas "informaciones" tengan una fuente confiable, pero en mi ejercicio de obstruir mis oídos y centrarme sólo en el partido de fútbol sin aliños externos, la conclusión objetiva es que a Pablo Guede, tal vez no lo quieran santificar, pero la cama no se la hacen.