Como mecerse en una cuna, dice Hernán Rivera Letelier. Así sintió el autor de La reina Isabel cantaba rancheras el terremoto que la noche del martes remeció al norte. Desde su casa en Antofagasta, a varios kilómetros del epicentro, el autor se movió al ritmo de tres tiritones, luego apagó el computador donde escribía, juntó a su familia y se fue al cerro. Nada grave, pero suficiente para imaginar lo obvio: "Supe altiro que había sido un terremoto en alguna parte, duró demasiado", dice.

Nacido en Talca, pero formado en las salitreras del Desierto de Atacama, Rivera Letelier lleva más de 20 años relatando en sus novelas las leyendas de la pampa nortina. Al teléfono, cuenta que ha sentido cuatro o cinco fuertes terremotos en su vida. Uno de ellos fue el de Antofagasta en 2007. Nunca les ha temido: "El suelo acá es duro. Resiste. Jamás viví una tragedia por un temblor", dice. Tampoco le importa demasiado ese supuesto cataclismo que tanto les gusta anunciar  para el Norte Grande a los sismólogos.

"Se viene hablando hace rato de que cada 100 años viene un terremoto y ya se cumplieron los 100 años", dice resignado. "No se puede vivir pensando en eso. Vas a vivir mal. Acá toda la gente está consciente de que viene uno grande, pero es como el fin del mundo: viene el fin del mundo, seguro que viene, pero nadie sabe cuándo", agrega.

La noche del martes, cuenta, estaba en su computador trabajando en una nueva novela, de la cuál sólo revela que se llama El vendedor de pájaros. Cinco cuadras más abajo, las olas golpeaban incesantes la playa. Un poco más lejos, su hija se aterrorizaba con el terremoto en lo alto de un edificio. "Yo nada. Apagué el computador, lo cerré tranquilamente y  nos fuimos con mi familia para arriba", dice.

Como en todo Chile, y con mayor razón tratándose de su cercanía con el epicentro, Rivera Letelier también evacuó. Juntó un par de mochilas que tenía preparadas para la emergencia y se supo a caminar con los suyos. De auto, ni hablar: no tiene. "Yo vivo más o menos cerca del mar, así que rápidamente evacuamos al cerro. Caminamos una 10 cuadras con las sirenas de fondo: eso es lo que más angustiaba a las personas, esas sirenas tan fuertes. Pero fue todo en calma. El problema eran los vehículos, muchos tomaron sus autos y hubo un atochamiento grande", cuenta.

Una vez en el lugar seguro, el escritor y su familia se reunieron en la calle con centenares de personas de Antofagasta. Cumplían con los protocolos de seguridad que ya todo nortino sabe. "Nos quedamos una cuadra más arriba del hospital, ahí en la calle nomás. Ahí se amontonó toda la gente. Todos con calma, enfermos, gente en silla de ruedas, en fin, la gente conversaba con el humor siempre a flor de piel. Eso es típico del nortino: se ríe ante la tragedia", asegura.

Después de un algunas de horas, antes de que se levantara la amenaza de tsunami en la zona, la masa empezó a disolverse. Un par de horas estuvieron arriba, precisa Rivera Letelier, y luego emprendieron ruta abajo a dormir a casa. Más que en el terremoto que todavía tendría réplicas por venir, el autor de La contadora de películas pensaba en su novela en producción: para junio, adelanta, la historia de un hombre que se mueve entre las últimas oficinas del boom del salitre vendiendo pájaros.

"Hay cosas que cambian, pero no todo", aventura. "Antes, después de un terremoto uno salía a la calle y veía a la gente rezando, persignándose, pegándose en el pecho o clamando a Dios. Ahora nadie rezaba, nadie se persignaba, nadie se pegaba en el pecho, todos estaban pendientes de sus celulares. Pero siempre es lo mismo: ni Dios ni los celulares responden", concluye.