Hace unas semanas se cumplieron 20 años de la muerte de Jackie Kennedy, una mujer cuya leyenda es tanto o más poderosa que la de su marido. Porque si John Kennedy encarna la figura del presidente moderno, ella es la precursora de la institución de la primera dama. Nunca antes una mujer había desempeñado un papel tan decisivo en la construcción de la imagen de un mandatario. Al punto que, para los expertos, es muy difícil pensar en la figura política de John Kennedy sin asociarla a la de su esposa.

Esto fue una novedad para la Casa Blanca de la época. Pero también algo que quedó de manifiesto a los pocos meses de gobierno, cuando el presidente realizó su primera gira europea. El revuelo periodístico que causó Jackie al aterrizar en Londres fue tal, que John Kennedy bromeó y dijo: "yo soy el hombre que acompaña a la primera dama". Sus asesores entendieron rápidamente el mensaje. Lo que provocaba Jackie no era sombra sobre el presidente, sino luz. Había una oportunidad única para potenciar su figura. Así, se comenzó a tejer un sofisticado plan de comunicaciones para ella, algo inédito en esa época, pero que, sin duda, sentó las bases de algo que hoy es muy natural.

En todo esto, Jackie nunca tuvo un rol directo en labores de gobierno. Lo suyo no era promover fundaciones -como es típico en la actualidad-, ni participar de grandes reformas, al estilo Hillary Clinton. Su rol fue siempre más discreto, pero muy poderoso. Ella le dio todo el glamour, elegancia y prestancia a la presidencia de su marido. Su carisma  y gracia fueron fundamentales para esconder el carácter hermético, frío e introvertido de John Kennedy. Además, la idea de una familia joven en la Casa Blanca, con niños jugando entre las oficinas, también fue vital en el éxito comunicacional del mandatario.

Thurston Clarke, autor del libro que relata los últimos 100 días de Kennedy, resume la importancia de Jackie: "Era un modelo de primera dama porque brillaba en la escena pública, representando con estilo al país en el exterior. Su belleza, combinada con su exquisito gusto para vestirse, la hicieron una creadora de tendencias".

Fue siempre un ícono de la moda, incluso antes de conocer a Kennedy. Ya en 1951, a los 22 años, apareció fotografiada en la revista Vogue, algo que posteriormente se hizo habitual. Según los expertos, su estilo es uno de los más revisitados y reinterpretados en la historia de la moda. Sus trajes Chanel, sus sombreros pillbox, los pañuelos en el pelo y sus anteojos oscuros, siguen siendo objetos de culto. En suma, su look era tan poderoso, que una de las frases favoritas de su marido era: "prendan las luces para que el público la vea".

Con todo, la construcción de este modelo de pareja perfecta, fue muy difícil. Los asesores de imagen del presidente tuvieron que luchar durante todo el tiempo con el fantasma de la separación, producto de la apatía de Kennedy frente a la vida familiar y de sus continuas infidelidades, siendo la más famosa la que mantuvo con Marilyn Monroe. Para la Casa Blanca, manejar lo anterior se convirtió en un desafío tan duro como administrar la crisis de los misiles en Cuba o la fallida invasión a Bahía Cochinos.

SUS DOS FACETAS

La compleja situación que se vivió está plasmada en una serie de relatos indirectos, porque Jackie, hasta su muerte en 1994, nunca dio entrevistas y se negó a escribir un libro con sus memorias. Sin embargo, hace pocos días, se anunció que serían subastadas una serie de cartas que la ex primera dama escribió al sacerdote irlandés Joseph Leonard. Son cerca de 30 misivas, escritas entre 1950 y 1964, donde revela lo que sentía ante las ambiciones políticas de su marido y su pasión por las mujeres.

En una de las primeras, le revela su preocupación porque Kennedy pueda llegar a ser como su padre, John Bouvier, conocido corredor de bolsa en Wall Street y un gran mujeriego. "Es como mi padre en ese sentido, le encanta la caza y se aburre con la conquista. Y una vez casado, necesita probar que todavía es atractivo, así que coquetea con otras mujeres y te ofende. Vi como eso casi mata a mi mamá", señala.

Pero eso no es todo. Ella también tenía su lado oscuro. Recientes biografías advierten del carácter complejo de la ex primera dama, alguien que, en la intimidad, era muy fría y sufría abruptos cambios de humor. Y, vaya sorpresa, al igual que John, era una persona bastante inclinada a mantener relaciones paralelas. Quizá por despecho, pero lo concreto es que hoy aparece con una lista de amantes tan poderosa como la del presidente. Los actores William Holden y Marlon Brando; el fundador de la Fiat, Gianni Agnelli y hasta el propio hermano del presidente, Robert, serían parte de este selecto grupo.

En este escenario, se entiende que construir la imagen de la pareja fue una tarea maratónica. Cooperó en esto la protección que la prensa le brindaba en esos tiempos a los mandatarios en los asuntos privados, algo que hoy es inimaginable.

The New York Times, por ejemplo, se demoró 30 años en reconocer la fama de galán del presidente. En el caso de ella sus supuestas infidelidades recién comienzan a aparecer públicamente. Pero, también ayudó el que ambos entendieron que mostrarse juntos era un negocio perfecto. Él para convertirse en la imagen del hombre moderno y querible. Ella para alcanzar el estatus de "reina de América", como la bautizó Frank Sinatra.

Aunque, para ser justos, la unión de ambos no pasó sólo por intrincadas maniobras políticas o comunicacionales, sino también por un hecho real y personal que cambió la vida de John Kennedy: la muerte de su hijo Patrick, a los dos días de nacer, debido a un problema respiratorio.

Desde ese momento, el hombre que ni siquiera estuvo presente en el nacimiento de su primer hijo, se volvió más sensible y querible. Quizás por ello, en la última carta que escribe Jackie al sacerdote irlandés le dice: "hubiese preferido perder mi vida a perder a Jack".

La muerte de John Kennedy, sin duda, elevó su figura a un estatus que nunca nadie podrá alcanzar. Pero, los historiadores también reconocen en toda su leyenda la mano de Jackie, la primera "primera dama". Una mujer que también se ganó un lugar en la historia política de los Estados Unidos. Y así como no hay mandatario que no quiera imitarlo a él; no hay primera dama que no sueñe con ser como ella. Todo esto, digamos, con bastante poco éxito.