"La gente quiere derribar al gobierno", decía el graffiti que a fines de febrero de 2011 pintaron unos escolares en la localidad de Daraa, en el sur de Siria. El mensaje, que expresaba el descontento que sentía la población por el régimen de Basher Assad, provocó la ira de las autoridades, que los detuvieron y torturaron. Luego de dos semanas en que los jóvenes permanecieron incomunicados y en solidaridad con los familiares, decenas de personas decidieron salir a protestar el 15 de marzo de ese año en esa localidad, pero la manifestación fue reprimida por las fuerzas de seguridad. Fue así como lo ocurrido en Daraa encendió la mecha que luego se extendió a todo el país, con miles de personas pidiendo la renuncia de Assad, que se encuentra en el poder desde 2000, luego de heredarlo a causa de la muerte de su padre Hafez Assad.

Lo que partió como una protesta antigubernamental se fue transformando poco a poco en una insurrección armada contra la represión del régimen sirio. Con el correr de los meses la violencia fue escalando y el país derivó en una guerra civil, a medida que los grupos rebeldes se organizaban y se enfrentaban con las fuerzas del régimen por tomar el control de ciudades y pueblos. Los combates alcanzaron pronto la capital, Damasco y la segunda ciudad de importancia, Aleppo, en 2012.

Para junio de 2013, Naciones Unidas informó que 90 mil personas habían muerto en el conflicto. Un año después, aumentaron a 191 mil los muertos y la cifra ha seguido creciendo día a día. De acuerdo a la ONU y organizaciones humanitarias, se estima que 220 mil personas han perdido la vida en Siria en estos últimos cuatro años.

Según explica la cadena BBC, la crisis ha adquirido otras dimensiones, más allá de una batalla en contra del régimen, porque fue tomando matices de un conflicto sectario, en que la mayoría sunita se enfrentó a la minoría alauita, a la que pertenece el Presidente Assad.

Armas químicas

Un punto de quiebre ocurrió en agosto de 2013 después de que cohetes con gas sarín fueran lanzados en un distrito cerca de Damasco, matando a cientos de personas. Occidente condenó el ataque y señaló que esto sólo podría haber sido ejecutado por el gobierno, mientras que el régimen y Moscú culparon a los rebeldes. Ante la posibilidad de que Estados Unidos llevara a cabo una intervención militar, Assad acordó la remoción completa del arsenal químico del país, como parte de una misión conjunta liderada por Naciones Unidas y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (Opcw). El arsenal fue destruido en 2014.

Pero el año pasado se sumó otro ingrediente al conflicto. El Estado Islámico (EI) capitalizó el caos en la región y comenzó a tomar el control del norte y este del país. De hecho, en julio de 2014 ocupaban el 35% del territorio. Los yihadistas han sido acusados por la ONU de llevar a cabo una campaña del terror, al castigar duramente a quienes transgreden o se nieguen a aceptar sus reglas, por lo que han realizado ejecuciones masivas. Sus combatientes han perseguido y asesinado a miembros de las fuerzas de seguridad, minorías religiosas, decapitado rehenes, entre los que se cuentan occidentales.

En septiembre de 2014, una coalición liderada por EE.UU. lanzó ataques aéreos en Siria como un esfuerzo para "destruir" a los yihadistas. Esto cambió el escenario político del conflicto, porque si bien en un comienzo  Assad era condenado por Occidente, ahora el enemigo es el EI. Así, remover al régimen pasó a segundo plano para Occidente. "El Presidente sirio ha perdido toda legitimidad, pero no tenemos otra prioridad más importante que desestabilizar y derrotar al EI", concluyó el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.