Definitivamente tenemos mala memoria colectiva. Porque ahora es difícil recordar cómo era al principio, cuando el mundo y Estados Unidos recién conocían a Michelle Obama (52 años) como posible primera dama; si Barack Obama salía electo, su mujer sería la primera mujer negra en ocupar el puesto, y la más joven desde Jacqueline Kennedy. Esto es mucho antes de que bailara con Beyoncé para su campaña Let's Move, mucho antes de que cantara con Missy Elliott en "Carpool Karaoke", antes de las portadas de Vogue que la hacen parecer la nueva encarnación de Camelot, antes de que diera el mejor discurso de la campaña electoral norteamericana, antes de que bailara "Thriller" esta semana junto a su marido en la celebración de Halloween, y de que todo lo que diga o haga sea recibido con un aplauso viral.

Antes de que el mundo considerara que Michelle Obama era quizás la primera dama más cool y más influyente en pasar por la Casa Blanca, la odiaron. Desconfiaban.

Estaba el tema de sus brazos: eran muy musculosos y, horror, ella usaba vestidos sin mangas, algo muy distinto a las primeras damas tipo Bush o Reagan (o las Luisas, Cecilias o Martas), mucho más tapadas y de traje dos piezas. Hubo múltiples artículos, posts y discusiones al respecto de los bíceps de Michelle Obama.

Estaba también eso de que no era lo suficientemente orgullosa de Estados Unidos, que había tratado a alguien de "whitey" (blanquito), por lo que era lo más cercano a una supremacista negra. Los rumores se agolpaban. La revista Radar, en 2008, publicó un muy comentado artículo de portada con el título de "¿Qué da tanto miedo de Michelle Obama?", con una foto de la posible primera dama cruzando los brazos con aspecto de pocos amigos.

Bastarían unos meses para que la narrativa cambiara: ya en 2009, la New York Magazine publicó una portada sobre la abogada, titulada "El poder de Michelle Obama", donde distintos artistas, columnistas y periodistas escribían artículos elogiando su estilo, su clase, su inteligencia, su trabajo y más. Hace semanas la revista de estilo de The New York Times la puso en portada, con textos de celebridades como Gloria Steinem o Rashida Jones deshaciéndose en elogios. Casi para que nos dé algo de plancha.

Pero era difícil no ser conquistado por Michelle Obama.

US President Barack Obama and First Lady Michelle Obama dance along with children performing Michael Jackson'n Thriller in the East Room at the White House during a Halloween event in Washington, DC, on October 31, 2016. / AFP / NICHOLAS KAMM US-POLITI...

Lo mismo le pasó a Barack, de hecho: Michelle Robinson estaba encargada de ser su guía cuando él entró a trabajar al estudio de abogados Sidley & Austin, en Chicago; la joven abogada que debía hacer de mentora al recién llegado. Ella era, a falta de otra palabra, bacán: había crecido en el lado sur de Chicago, en una familia de clase trabajadora, donde se le inculcó desde pequeña la importancia de educarse. "Más importante, incluso, que aprender a leer o escribir era enseñarles a pensar", contó Marian Robinson, su madre y ama de casa, a The New Yorker. Michelle se lo tomó a pecho: fue una excelente alumna desde pequeña, pasó de colegio público a colegio de excelencia y, siguiendo los pasos de su hermano, estudió sociología en Princeton y luego fue a la Escuela de Derecho de Harvard. Una vez graduada, entró al bufete de abogados donde conocería a su futuro marido: alta, imponente, segura de sí misma y exitosa, obviamente no pescó a este guapo recién llegado. Él la invitó insistentemente a salir; ella le intentó presentar a otras amigas, encontraba de mal gusto tener un romance de oficina.

Finalmente, luego de meses, logró llevarla al cine a ver Do the right thing, de Spike Lee. Ella dejó que él pusiera su mano en su rodilla. Dos años después, estaban casados (él en un principio no quería, ella le dijo que nada de cosas). Entre medio, Michelle renunció a su trabajo, desinteresada del mundo privado y con ganas de sumergirse en el mundo público, donde partió trabajando para el alcalde de Chicago en programas sociales, como uno que buscaba profesionales de extracción diversa para trabajos pagados en ONG. Luego se fue a la Universidad de Chicago, donde creó iniciativas de servicio comunitario, y siguió por esa senda cuando se cambió al Hospital de Chicago.

Michelle Obama se quedó en Chicago cuando su marido se fue a Washington como congresista; era una madre que trabajaba, y siempre ha dicho que lo más importante para lograr lo que ha logrado es el grupo de apoyo que tenía entre amigos y familia. Cuando él empezó con la candidatura presidencial, la madre de Michelle jubiló de su trabajo de secretaria para ayudar con Sasha y Malia; hoy vive en la Casa Blanca con ellos. Son "normales", aunque sus circunstancias sean extraordinarias; llaman a la suegra cuando tienen mucha pega y no quieren dejar solas a las niñitas.

Así comenzó la fábula de los Obama. Lo que han vendido, lo que hace que a veces queramos ser como ellos, no sólo es por esas fotos de un abrazo eterno con la leyenda "Four more years", ni porque ella suele molestarlo en público, cosa que él parece gozar. No es sólo porque él se emparejó con alguien que sabe es más inteligente, lo que lo convierte en un hombre muy astuto. Es porque nos hacen creer que podemos ser ellos: son cercanos, pero a la vez inalcanzables. Michelle es indudablemente un gran cerebro, pero no tiene ni un problema de despeinarse para entregar sus mensajes, como la alimentación sana, el acceso de niñas a estudios o la inclusión de los veteranos militares a la sociedad, todas causas que ha peleado como primera dama.

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Al final, con todo esto, Michelle Obama ha logrado la hazaña que parece imposible para cualquier mujer del mundo occidental: hacerlo todo, y hacerlo bien. Incluso cuando no debe ser así, cuando debe sufrir porque Sasha o Malía se enojaron con ella, se debe ir a dormir enojada con Barack más de una vez, cuando debe haber visto a hombres de su mismo nivel laboral ganar más que ella o recibir el menosprecio por querer tener voz propia dentro de la Casa Blanca. Michelle Obama también debe sentir que no le alcanza el tiempo para nada y que el fin de semana pasa muy rápido. Pero ella nos ha hecho creer durante ocho años que quererlo todo es entretenido y feliz, y que si uno es mateo y esforzado puede lograr ser madre y profesional exitosa, lograr ser esposa y partner, graduarse de las dos universidades más prestigiosas del país viniendo de la clase obrera, llevar vestidos de alta costura tan bien como lleva los chalecos comprados en grandes tiendas, y que se puede comer sano y cambiar el mundo en todo este proceso.

Ya estará pasada de moda la frase, pero Michelle hace pensar que sí, podemos.