Señor director:

Ante los mediocres resultados en el Simce de lectura, aburre escuchar -otra vez- a tecnócratas y burócratas de la educación que la emprenden a favor o en contra de las tecnologías 4G.

El tecnócrata afirma exultante que  los estudiantes leen en abundancia, pero no libros, sino textos en sus smartphones, tablets o notebooks personales. El burócrata, ese que entrega los resultados del Simce de lectura cada año, se queja de que esos mismos estudiantes en verdad no leen, a causa de los mismos gadgets de la discordia. Todavía hay más. Hay otro personaje que también aparece cada año: el psicólogo experto en mediciones nacionales e internacionales. Ese experto solo piensa en el instrumento Simce que le permite ganarse la vida o en la habilidad lingüística necesaria para la creación de capital humano. Nada más.

En síntesis, ninguno de los tres piensa las preguntas de fondo: ¿Qué está pasando que los jóvenes no leen? ¿Qué le puede suceder a la sociedad si los jóvenes dejan de tener contacto con los grandes textos de la humanidad y pierden la posibilidad de apropiarse de las tradiciones? ¿Qué riesgos corren si no tienen la posibilidad de criticar el pasado y soñar el futuro?

Es un problema pedagógico y educativo en primera instancia. Pero también antropológico y filosófico. Leer es un acto humano; por ello interpretar un texto bíblico, literario o jurídico es también acceder a un contexto mayor de lectura y aprendizaje. Leer no es una simple habilidad referida a un soporte (papel o digital), es la forma que tenemos de entrar al mundo vital. Si el diagnóstico es que los jóvenes "no leen", nuestra preocupación debiese estar a la altura del desafío, cuestión que no es para tecnócratas, burócratas o psicólogos de la medición.

Jaime Retamal Salazar

Doctor en Educación

Universidad de Santiago de Chile