¿puede rehabilitarse un preso que lleva años en la cárcel? De seguro, poco y nada le importa aquella disquisición ontológica a Claudio Espinoza (49), mientras trata de mantener el equilibrio en una minúscula plataforma de madera, instalada sobre un poste de siete metros de altura y que se mueve como si fuera jalea. Abajo, un instructor le pregunta cuál es su objetivo en la vida y sus compañeros le dan ánimo. Hasta que el hombre se arma de valor, grita algo parecido a "mi familia" y, casi persignándose, salta a un trapecio instalado metro y medio más arriba, del que queda colgando por los brazos.

Aplauso cerrado. Una vez en tierra firme, ya sin casco ni arnés -por si el impulso fallaba-, lo felicitan el Medina, el Azul, el Sali, el Mijo y el resto de los internos de la calle 14 del Centro de Detención Preventiva Santiago Sur, más conocido como la ex Penitenciaría. En total 16. Todos autores de delitos como robo con intimidación o en lugar habitado, con condenas de entre cuatro y 10 años, y actualmente con salida diaria: de lunes a viernes abandonan el penal a las 7.00 y regresan a las 22.00.

En ese minuto, sin embargo, ya envalentonados por el compañero y con la mente muy lejos de la rutina carcelaria, uno a uno van repitiendo la proeza del poste.

Se trata de un programa de inserción sociolaboral llamado "Cimientos", impulsado por la Cámara Chilena de la Construcción y destinado a infractores de ley. "Durante 2013 también se ha aplicado en mujeres y menores", informa la institución, que excluye de esta actividad a autores de delitos de alta connotación social. Sin embargo, la iniciativa no sólo contempla capacitación técnica en un oficio -carpintería, en este grupo-. También un apoyo motivacional, que es donde entran la plataforma y el trapecio.

MONREROS PRIMERO

"Ellos llegan nerviosos, pero rápidamente se entregan al trabajo en equipo", asegura Manuel Neira (33), uno de los guías de la empresa Latitud 90, encargada de las jornadas al aire libre, orientadas a trabajar conceptos como la solidaridad y el pedir ayuda para resolver los problemas.

Son tres sesiones y se efectúan en el centro de eventos Floresta la Ermita, en el kilómetro 11 camino a Farellones. Allí, a 1.200 metros de altura, entre litres y quillayes, justo donde nace el río Mapocho, los 16 internos van pasando por diferentes pruebas dignas de un reality, desde tablas de equilibrio hasta muros para escalar.

Felipe Howard, director de Latitud 90, cuenta que "ha sido un desafío súper positivo, pues ellos responden muy bien a los aprendizajes outdoors. Trabajan en equipo y las rutinas que reciben son las mismas que realizan los gerentes de un banco o los alumnos de un colegio británico".

La actitud del grupo cambia durante la jornada. Muy temprano, un bus los recoge en el penal y los traslada al centro de eventos. No hay gendarmes. Tras el desayuno vienen dinámicas de juegos y autoconocimiento. Hasta ahí, abundan las miradas desafiantes mascando chicle y los audífonos puestos. Pero después de las actividades comienzan a aparecer las risas. "Los monreros primero" (como se les llama a los asaltantes de casas), bromean en la fila para trepar al poste. "¡Rápido, que viene seguridad ciudadana!", gritan otros.

María Verónica Keim, dueña del recinto, cuenta que "se portan mejor que nadie. Después del almuerzo hay que pedirles por favor que no lleven sus platos a la cocina".

Pasadas las 17.00 se reúnen para las reflexiones finales. José Antonio Arnello, su monitor durante todo el día, destaca que "trabajar con ellos es muy agradable; cuesta quebrar su coraza, pero, después de eso, procesan rápido todas las vivencias".

A esa altura, ya no hay chicles ni audífonos. "Ante las experiencias límites ellos no anhelan alcohol, dinero, mujeres ni cosas hedonistas, sino a sus familias y sus casas", cuenta la sicóloga Soledad Ilabaca, de la Fundación Paternitas, que trabaja con población carcelaria.

Pasadas las 18.30 horas el bus regresa a la ex Penitenciaría. Todos van en silencio. El coronel de Gendarmería Ricardo Quintana, alcaide del penal, valora la iniciativa: "Los programas de reinserción conllevan un riesgo. Si alguno quiere arrancarse por los cerros lo puede hacer, pero esto les abre muchas puertas y es evidente que los motiva. Siguen hablando todo el mes de lo que vivieron y aprenden a hacer las cosas de otra manera".

"Ojalá que esto nos sirva", dice Claudio Espinoza, ya de vuelta en lo que por ahora sigue siendo su realidad.