Más de 20 horas a la semana. Esa es la cantidad de tiempo que el profesor de educación física Andrés Ried (50) dedica al ocio. Comparte tiempo en familia, se junta con amigos, juega fútbol, asiste a un taller de literatura, jardinea, pasa tiempo al aire libre y es integrante de Clowntrun, un grupo de payasos que hacen espectáculos en hospitales. Su obsesión por el ocio no se limita a practicar muchas y diversas actividades, sino que se dedica a investigar la necesidad del ser humano por hacerlas. Andrés Ried, además de ser un ocioso, es doctor en ocio.
Su interés por este tema lo ha acompañado toda la vida. De niño se pasaba horas jugando a la pelota en la calle, un pasatiempo que mantuvo y al que sumó otras aficiones como el teatro, la literatura, la educación ambiental y la participación política. "Era tanto mi interés que empecé a preguntarme qué hacía que yo me movilizara tanto por estas cosas. A qué se debía mi compromiso", explica. Fue así como llegó a ahondar en el ocio y se dio cuenta de que no había estudios sobre él en Chile. Para profundizar al respecto, en 2009 partió su doctorado en ocio y potencial humano en la universidad de Deusto en Bilbao, España, que se dedica al tema hace 25 años. Ahí, cuenta, que descubrió que el ocio puede y debe ser integrado a la vida de todas las personas.
Actualmente, está terminando una investigación sobre percepción del ocio en áreas silvestres protegidas y es docente de la sede de Villarrica de la Universidad Católica, donde dicta cursos de juego y vida al aire libre a futuros profesores de educación básica y parvularia.
¿Cómo definirías el ocio?
Es hacer lo que uno ama. Es una acción que se elige desarrollar libremente y que es libertaria, en el sentido de que a través de ella uno se permite ser quien realmente es. Es una experiencia satisfactoria que no busca un resultado, a diferencia del trabajo. Por eso se tiene la idea de que el ocio no es productivo, pero en realidad es muy productivo. Por ejemplo, si me junto con un amigo a tomar café es porque quiero disfrutar del rato, no tiene por propósito establecer relaciones sociales fidedignas ni ser parte de un colectivo. Sin embargo, eso ocurre. Además, está comprobado que la gente es más productiva en su trabajo cuando tiene instancias de ocio.
¿Hay ocio bueno y ocio malo?
Sí. Hay ocios más virtuosos y algunos más nocivos. A mi juicio los ocios digitales, virtuales, cuando hacen que las personas se encierren y no tengan relaciones fructíferas, son nocivos. Mientras que hay otros ocios que aportan a tu desarrollo, te hacen conocerte, te desafían, ayudan al bienestar corporal y al desarrollo colectivo.
¿Qué opinas del foco de la sociedad actual sobre el ocio?
En Chile no existen políticas públicas de ocio y en los servicios públicos están omitidas las palabras "ocio" y "recreación". Eso permite que el ocio quede absolutamente en manos del mercado, y pase a ser un ocio hedónico. Si bien el ocio tiene que ser satisfactorio, se trata de una mirada más profunda de la felicidad que se relaciona con el sentido de vida, mientras que el ocio hedónico se relaciona mucho con el consumo y es individual, no desarrolla el encuentro humano. Lo que quiere el mercado es vender ocios desechables para volver a vender, no que te busques a ti mismo. A eso se suma que es inequitativo: limita el ocio al acceso económico. Algunas aficiones reflejan distinciones de clase. Por ejemplo, los deportes de montaña son de elite, porque hay que pagar un ticket irrisorio. Y eso es brutal.
Sin embargo, según la última Encuesta de Utilización del Tiempo Libre del INE, de 2015, mientras más alto es el nivel socioeconómico, menor satisfacción se tiene sobre el uso del tiempo libre. ¿Por qué pasa esto?
Cuando tú tienes más acceso, lo que haces es comprar tus servicios de ocio, pero el mercado es inagotable: si me compro un celular, ocho meses más tarde tengo que comprarme el otro. Entonces se entra a una rueda constante de insatisfacción. La gente quiere plata para consumir más cosas, más que tiempo para poder hacerlas. Uno puede tener experiencias maravillosas sin la necesidad de consumir lo que ofrece el mercado. No necesitamos al mercado para nuestra felicidad; necesitamos de otros y de la naturaleza. En ese sentido, el ocio es contra cultura, es revolucionario. Hay un montón de experiencias populares de ocio maravillosas que escapan del mercado; fiestas de barrio, carnavales como el de La Tirana. También la ocupación de espacios al aire libre, como los parques.
La misma encuesta indica que la mayor parte del tiempo de ocio, después de compartir en familia, la gente lo ocupa en ver televisión.
Sí. La gente se queda encerrada en la casa viendo series y pide comida por aplicaciones. Y eso tiene que ver con las condiciones de las personas que viven sobre todo en ciudades. En Santiago un ciudadano medio ocupa dos horas de ida y dos de vuelta del trabajo, entonces no tiene energía suficiente para activarse después de eso. Lo mismo ocurre con los niños: quedan agotados de la jornada escolar y más encima llegan a hacer tareas, no les queda tiempo para explorar. Y así termina la familia entera comiendo mientras ve tele. El tiempo libre, que alguna vez los griegos consideraron sagrado para el ocio, ahora se ocupa para descansar y recuperarse. Los países con más recursos lo han resuelto con menos horas de trabajo, con instalaciones de ocio con mejor acceso. Ponen la infraestructura social al servicio de facilitar experiencias de ocio, no de dificultarlas.
¿Esto se relaciona con que existe una percepción negativa del ocio en Chile?
De alguna forma. El origen del ocio viene de los griegos, que lo relacionaban a procesos formativos para el desarrollo de todas las capacidades del ser humano y el encuentro con uno mismo. Eso se fue distorsionando, sobre todo con la revolución industrial y la contrarreforma, que entendieron el trabajo como la vía principal para el desarrollo del ser humano y por lo tanto lo contrario al trabajo era negativo. Los ociosos pasaron a ser los perezosos. El que más trabaja, el que se queda hasta más tarde, es más valorado. Pero de a poco se ha ido descubriendo que eso genera consecuencias negativas, como enfermedades. Debería entenderse la importancia del fenómeno del ocio con una mirada más global.
¿Sería bueno tener un Servicio Nacional de Recreación?
Exacto, como hay en otros países de Latinoamérica. Porque es fundamental democratizar el ocio, en particular en las áreas naturales protegidas, ya que el ocio al aire libre tiene muchísimos beneficios: restaura la fatiga mental, reduce el estrés, genera conciencia ambiental, te conecta con el mundo natural, rompe con jerarquías sociales y minimiza factores de riesgo social, como el consumo de drogas. Y eso debería estar al alcance de todos.