Desde la Laguna Carén de la Región Metropolitana, Mónica Hernández (57) se ve alegre, rodeada de lo que más le gusta: el agua. Siempre había tenido una especial fascinación por este elemento, sin embargo, en los últimos años se ha convertido en su aliado, cambiando la vida de muchas mujeres mediante el canotaje.

Mónica nació en San Antonio, Región de Valparaíso, y tuvo una infancia que, según sus palabras, fue un poema. Continuamente en contacto con la naturaleza, creció entre bicicletas, patines y el mar.

El deporte náutico siempre fue parte de su vida. Cuando aprendió a nadar, surgió en ella una adicción por el agua y hoy en día lo que más la calma es estar en un bote en el medio del mar: “Ahí, yo me siento plena, realizada y completamente oxigenada. Mis mejores proyectos han nacido mientras voy en mi canoa polinésica”.

Estudió la enseñanza media en su lugar de nacimiento y emigró a Santiago para estudiar Pedagogía en Educación Física. Nunca dejó de lado el deporte del canotaje, logrando representar a Chile, por más de 10 años, en campeonatos panamericanos e iberoamericanos. Incluso, llegó a las Olimpiadas de Río de Janeiro en 2016 como voluntaria, experiencia que le abrió muchas puertas y cambió el rumbo de sus proyectos.

Otra perspectiva de la enfermedad

Fue en esa oportunidad que escuchó sobre el estudio científico del doctor canadiense Don Mackenzie, quien descubrió que la práctica del canotaje rehabilita a quienes han vencido el cáncer de mama. Esto, gracias al movimiento de empuje y tracción del agua, que evita la acumulación de líquido linfático en la zona de las mamas.

La deportista también se enteró que existía un evento internacional en donde competían equipos de mujeres vencedoras del cáncer de mama, llamadas Remadoras Rosas de países como Brasil, Canadá, Argentina y Colombia. Esto llevó a Mónica a decir: “En Chile no hay nada, vamos a hacer algo. Vamos a armar grupos a lo largo del país, para que todas tengan los beneficios físicos, emocionales y psicológicos de esta terapia y lo que significa estar en contacto con la naturaleza”.

Durante 2017 comenzó a trabajar para ayudar a aquellas sobrevivientes del cáncer de mamá y un año después formó el primer equipo en Santiago de Remadoras Rosas, llamado Fortale Senos Chile. “De ahí en adelante no hemos parado”, dice.

Actualmente, cuentan con más de 12 equipos a lo largo del país, en lugares como Temuco, Santo Domingo, Villa Rica, Concepción, San Pedro de la Paz, Calama, Laja, Talca, Quillota, entre otros. “Esto no para, porque hay muchas mujeres que están con ansias de rehabilitarse. Estamos tirando por tierra el paradigma de que una mujer diagnosticada con cáncer de mama y realizando su tratamiento, no tiene que hacer nada”, y enfatiza, “¡No es así! Se tienen que mover, tienen que hacer actividad física”.

Mónica Hernández explica que en Fortale Senos Chile están “capacitando a entrenadores, capacitándolas a ellas para demostrar que sí tienen que hacer ejercicio antes y después de una quimio o radioterapia (...) Mientras más se muevan, más rápido se sanan y también amortiguan los dolores de los tratamientos”.

Una rehabilitación del alma

Para ella, Remadoras Rosas Chile es un voluntariado de puro amor: “Cuando reman con nosotras y comparten con gente que pasó por lo mismo, algo cambia. Con una sola mirada se entienden. Cuando a una le cuesta ponerse de pie, van todas a apoyarla y a levantarla. Están todas pasando por lo mismo y remando en la misma dirección”.

Además, esta práctica del canotaje también es una ayuda psicológica para estas mujeres: “Muchas de las remadoras se ven afectadas porque las mamas son un elemento fundamental de la femineidad, pero también el nexo de ser una madre. Una mama es vida, y verse mastectomizada es un daño psicológico”.

El canotaje es para las Remadoras Rosas un espacio de rehabilitación en donde, según Mónica: “Mejoran la autoestima, el amor propio les aumenta, se vuelven más empoderadas y toman su propio rumbo. Ellas celebran la vida y van haciendo un canto de alegría por la segunda oportunidad que tienen”.

Palear como una Remadora Rosa

El bote de dragón es una embarcación tradicional alargada y estrecha que mide de 12 a 20 metros, y puede ser construida a base de madera, fibra de vidrio o de carbono. Este le permite a las Remadoras Rosas palear, es decir, empujar el agua con el remo, con un solo brazo, porque van sentadas en parejas.

Por lo tanto, si una mujer tiene una mastectomía en su mama izquierda, puede ubicarse en el lado derecho de la embarcación y así aplicar la fuerza con su lado sano. Mientras tanto, el otro brazo va en alto, por lo que gana elongación, resistencia, fuerza y movilidad articular. Con este tipo de embarcación se trabaja el lado sano y suavemente se rehabilita el que está más deteriorado.

Soñando en grande

Mónica fue ganadora del Premio Mujer Impacta 2022, donde pasó a formar parte de la red de emprendedoras sociales que apoya la fundación Mujer Impacta. “Vinieron a coronar o poner el sello importante de que lo estamos haciendo bien. Están visibilizando todo lo que estamos haciendo y que hay vida después del cáncer. La Fundación nos está abriendo ventanas, puertas, corazones y oportunidades a todas nosotras”, concluye.

Sobre su futuro, agrega: “Estamos armando un imperio y una flota de barcos maravillosa, con la que vamos a poder hacer eventos nacionales. Pero, lo que más esperamos es hacer un evento internacional de Remadoras Rosas. Estamos soñando en grande”.

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