Un Final Incompleto

New York's Met Museum

La Teaching Company se creó en 1990 bajo un supuesto simple: los buenos profesores siempre atraen alumnos. Su fundador, Tom Rollins, identificó los cursos mejores evaluados en las universidades norteamericanas, y decidió ofrecerlos en discos compactos (hoy se bajan de la web) por un precio razonable.

A pesar de haber sido un entusiasta cliente inicial, hacía años que no tomaba ningún curso. Decidí entonces aprovechar la pandemia para retomar este hábito y seleccioné el curso de Richard Brettell sobre el museo Metropolitano de Nueva York.

Si bien he visitado muchas veces el MET, mi preferencia ha sido siempre por las pinturas, y hay sectores del museo que desconozco (arte coreano) o que he visto muy a la rápida (armaduras y textiles). Richard sin embargo no me defraudó y cautivó mi atención con comentarios incisivos incluso sobre colecciones del MET que me parecían aburridas (muebles norteamericanos del siglo diecisiete). Y gracias a él descubrí un objeto que me resultó muy simpático: una pequeña estatua precolombina del sector de Veracruz, que muestra a un niño sonriendo con una alegría contagiosa, como invitando a ser feliz.

Después de semanas de encierro, en que mi interacción con el resto del mundo se redujo a reuniones vía zoom, era esperable que el “Profesor Brettell” se convirtiera simplemente en “Richard.” Su presencia diaria en la pantalla de mi computador aparecía tan real como la de cualquiera de mis interlocutores habituales.

En la sesión dedicada a la fotografía Richard recomendó un libro (Prints and Visual Communication de William Ivins), y fue enfático: “uno de los cinco libros más importantes sobre arte de los últimos cien años.” Evidentemente, al terminar la sesión lo encargué por Amazon. Pero al terminar el curso me di cuenta que Richard nunca mencionó los otros cuatro libros fundamentales.

En vista de esto le mandé un mail preguntándole. Pero no recibí respuesta. A los pocos días le reenvié mi mail, y tampoco tuve respuesta, pero sí un mal presentimiento que una búsqueda en Google me confirmó: Richard había muerto el 24 de Julio, el mismo día que terminé el curso, según un comunicado de la Universidad de Texas.

Hoy en la mañana fui el MET y busqué la estatua del niño sonriente. Y cuando la encontré, a pesar de los 1.200 años que nos separaban (es del siglo 8 DC) sentí que ambos habíamos perdido a un amigo, al amigo que nos había presentado. Ahora voy a tener que identificar, sin la ayuda de Richard, los cuatro libros restantes.

*El autor es investigador asociado en Clapes UC

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