Andro Montoya, es ingeniero en biotecnología molecular y doctor en biología molecular, celular y neurociencias. Pero también artista visual de graffiti y muralismo. Desde pequeño le gustó dibujar y el arte. "Siempre me pedían los dibujos para concursos, y mis padres siempre tuvieron una cosa más artística con sus amigos y su entorno, era algo normal para mí", comenta.

Más que una simple afición, el dibujar era parte de su vida. "Tenía el apoyo de mis padres, me iba bien en el colegio y siempre era el primero de curso", recuerda.

Vivía en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. A fines de los 80, y coincidiendo con el termino de la dictadura, los murales comenzaron a ser frecuentes en su barrio. Eran políticos. Pero más artísticos. Como lo que se veían en la película The Wall, cuenta Montoya. "Se veían en las casas, en paredes, pero no en formatos altos. Yo miraba cómo los amigos de mis papás pintaban esos murales", indica.

Pero esos murales luego fueron borrados. En su reemplazo se verían los nombres de candidatos de campañas políticas. "Habían muros lindos", dice Montoya, quien además es docente de la Universidad de las Américas, y parte de la Fundación Arte + Ciencia.

Pero junto con ese encanto con los murales, crecía su fascinación por la ciencia. "De pequeño siempre me interesó cómo funcionaban las cosas", asegura. Exploraba cómo funcionan las cosas y a su vez, preguntaba en qué consistían. Fue así como preguntó -recuerda- qué era la presión sanguínea, y luego al saber su relevancia, cuándo tenía una herida, no le gustaba perder sangre, "porque me habían enseñado que era importante".

Biotecnología

Al salir del colegio su familia le sugería que estudiara medicina. Pero Montoya optó por biotecnología. "La palabra me sedujo y me imaginaba las películas Aliens y Depredador".

Después en una charla en el Liceo de Aplicación, dice, "quedé alucinado, era casi como ser un dios, e ingrese a biotecnología, igual pensé en estudiar arte, pero pensé que ser científico me satisfacía más".

En pregrado, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, mientras realizaba su tesis, en el laboratorio empezaron a aparecer sus primeras criaturas.

Inspirado por las formas celulares, fueron emergiendo figuras con cuerpos esféricos y redondos, con tentáculos. Luego se sumaron insectos y aparecieron las primeras fórmulas, como tentáculos mecánicos biotecnológicos o neurobots, como les llama Montoya.

"Mis referentes son súper claros, los dibujos como los Transformers, Robotec, las películas como Aliens y Matrics, esa es mi fuente estética", dice Montoya.

Al terminar los ramos, Montoya empezó con la idea de hacer murales. Se reunió con vecinos, amigos de infancia y con ellos se juntaron a dibujar. "Los convoqué para que pintáramos, e hicimos un grupo Kadabra", cuenta.

Después organizaron un evento cultural en la población e invitaron a pintar a unos raperos. Fue ahí cuando le gustó la técnica del graffitti. "Ahí decidí aprender", dice.

Los lienzos comenzaron a ser las paredes de sitios vacíos. "Yo venía del muralismo por mis padres, y empezamos hacer cosas conceptuales y surrealismo. Pero el grafitti es diferente, es mucho más libre y visceral, te puedes expresar estéticamente sin tener una cosa racional, porque permite una expresión directa de cosas no tan mentales, eso fue en fines de 2005", dice.

Comenzó a diseñar cosas sencillas, como gusanos pequeños con poco volumen para hacerlo de manera fácil. Lo sedujo mucho el spray, que no es fácil de manejar, aclara, "pero se aprenden nuevos efectos".

Desarrollo integral

Desde 2005 a la fecha, Montoya encontró su estilo. Son criaturas, los neuroroboc. Somos diversos. Y ciencia con arte, es parte de un desarrollo integral, dice Montoya. "Para algunos si eres científico tienes que dedicarte 24/7, y esto lo ven como un hobby. Pero los científicos son bien curiosos. Para mí no es un hobby es exploración. El arte es para explorarme a mi mismo, y las ciencias para explorar mi entorno, antes no lo entendía bien, pero ahora lo entiendo mucho más".

Incorporar el pensamiento artístico al ámbito científico, debería considerarse. El beneficio, dice, es adquirir un pensamiento divergente, "para que los investigadores exploren nuevas vías, no solo el paper, el arte y la ciencia pueden potenciar esos quehaceres".

Se dedicó mucho al grafitti. Y en sus padres había temor de que no terminara la tesis pregrado. Pero sí terminó. "Cuando postule al doctorado la gente de la comisión me preguntó que había pasado en esos dos años, no es sencillo salirse del camino, vas derecho a ser un buen científico y salirse de eso nadie lo comprende muy bien. Pero en dos años aprendí grafitti y soy bueno", comenta.

Su respuesta fue vista con buenos ojos. La unión entre ciencia y arte es posible. Montoya lo sabe.