Un diputado (o varios) del Frente Amplio dijo que se trata de "transparentar al país que no hay una mayoría de oposición en la Cámara de Diputados". Es algo que se sabe desde el día mismo de las elecciones parlamentarias, pero quizás haya una buena razón para repetirlo, hasta que el país termine de comprenderlo.
El instrumento para esta acción de transparencia es la ruptura del acuerdo de "gobernabilidad parlamentaria" firmado en marzo pasado. Tal ruptura haría que en marzo próximo no consiguiera asumir la presidencia de la Cámara el diputado de la DC Gabriel Silber. Resultaría visiblemente injusto acusar a Silber de derechista, pero sería la primera víctima de la necesidad de transparentar el estado de la oposición. Otras víctimas serían diputados de otros partidos, y del mismo FA, que perderían cargos en las comisiones.
¿De qué sirven estos cargos? Las presidencias de las comisiones tienen cierta capacidad para maniobrar con los proyectos de ley, dilatarlos, postergarlos, manosearlos. Hasta hubo una parlamentaria que creyó que también se puede convertir a un proyecto en su contrario. Eso está vedado, pero todo lo otro, todo lo que hace que un presidente de comisión sea importante para el ministro secretario general de la Presidencia, está allí, a la mano. Los mismos legisladores que discuten si la selección escolar debe ser por mérito o por logaritmo, arreglan la suya con un acuerdo al inicio de cada legislatura.
El acuerdo es, en la última línea, una manera de repartirse los cargos dejando fuera al adversario. Por tanto, romperlo equivale a dejar el campo abierto. Para un sector importante del FA, este costo no resulta tan alto si con ello se castiga a los diputados de la DC y el PR que votaron en contra de sus indicaciones en el proyecto de ley migratoria.
El FA decide mañana esta tensión entre principios y conveniencias que acechan en cada rincón de la política. Pero su anuncio ya ha logrado el primer objetivo: transparentar que no hay una, sino dos, o quizás cuatro, oposiciones dentro del Congreso. ¿Cuatro? Sí: el FA, la ex Nueva Mayoría, la DC y la Coalición Regionalista Verde, ese desgarro de la DC que se fue con Adolfo Zaldívar y que tras su muerte quedó un poco a la deriva, pero aún a flote. Ninguno de esos cuatro grupos -80 escaños- piensa lo mismo respecto del gobierno; y entre los que piensan lo mismo, ninguno cree en la misma táctica; y entre los que coinciden entre pensamiento y táctica, ninguno cree en los mismos resultados; y así.
La DC está en un proceso de reconstrucción que, entre otras cosas, implica diferenciarse de sus aliados, seleccionarlos de nuevo y afirmarse en su autonomía; los proyectos que vienen, como la educación y los impuestos, importan mucho a sus militantes, hasta el punto de que algunas de sus más graves pérdidas durante el gobierno de Bachelet se produjeron por ellos.
Un desafío del FA hasta le puede venir bien, tal como al FA le viene bien alejarse del centrismo para configurar su modelo de izquierda. Junto con transparentarse, la oposición se polariza y se desgarra. Pero si esto ocurre, no es solo por cumplir con la virtud de la transparencia, sino porque la oposición se ha mostrado ineficaz, inconducente y hasta excéntrica, como en el caso del "proyecto Machuca", que resucita un experimento de hace medio siglo solo para hacer frente al proyecto de admisión escolar del gobierno. El acuerdo no es, ni nunca fue, la expresión de una oposición unida, sino una mera transacción que alguien se ha tomado en plan grave. ¿Esto es lo que el país por fin tendría que saber?