La expresión es peyorativa pero gráfica: en francés les llaman perros atropelladoschiens écrasés— a las noticias impactantes o raras que aparecen en la sección de crónica de los diarios, esas notas llenas de sangre o extrañeza que suelen olvidarse al día siguiente. Comparar el asesinato de una persona con la muerte de un animal suena cruel, pero la imagen es poderosa si se piensa en el flujo noticioso de hoy, un torrente informativo en el que los crímenes se diluyen y las víctimas se hunden en el anonimato; en el que las historias se leen con distancia, casi como si fueran la sinopsis de una película. Difícil saber por qué algunos de esos casos —y no otros— dejan de ser anécdotas macabras y se convierten en temas-país, en causas para denunciar tal o cual falla del sistema. En Chile pasó en el último tiempo con Lissette, la niña muerta en el Sename, y también con Nabila Rifo, dos símbolos involuntarios de problemas sociales de fondo.

En Francia, el 20 de enero de 2011, la prensa anunció la desaparición de Laëtitia Perrais, de 18 años, como un hecho policial banal. El suceso ocurrió en Pornic, una ciudad pequeña cerca de Nantes, al suroeste de París, y a simple vista era uno más de esos casos de gente perdida que se leen a diario. Laëtitia era una adolescente como cualquier otra, adicta a las redes sociales, amante de las selfies, siempre rodeada de amigos y pololos. Vivía con sus padres adoptivos y con su hermana melliza, Jessica; y desde hacía un tiempo trabajaba de mesera. El asesino, un tipo que se jactó del crimen, fue encontrado dos días después, y el cuerpo, masacrado, apuñalado, estrangulado y desmembrado, apareció doce semanas más tarde. Podría haber sido el fin de una historia atroz, pero fue el comienzo de un caos político y mediático.

"Los hombres que Laëtitia, su hermana y su madre conocieron encarnan una masculinidad pervertida. Con "el fin de los hombres" me refiero al fin de un patriarcado condenado a desaparecer"

Detrás de su imagen angelical, Laëtitia escondía un pasado terrible. Su madre, depresiva y con problemas psiquiátricos, fue víctima de violencia sexual y de maltrato físico por parte de su esposo, Franck Perrais, un hombre irascible de poca educación e ingresos precarios. A falta de un hogar estable, fue asignada por los servicios sociales a una familia de acogida en la que el padre adoptivo violaba a su hermana, y así, mientras más detalles macabros se descubrían, más cobertura se le daba a la noticia. El asesino, en tanto, era un delincuente reincidente, un tipo violento que entraba y salía de la cárcel, dato que sirvió al ex presidente Nicolas Sarkozy, famoso por su sed mediática, para torcer la historia a su favor. Usando el criminopopulismo como estrategia, se adueñó del caso para alzarse como el gran defensor de la ley y el orden:

—En enero de 2011 hubo una ráfaga de locura en Francia. Los medios titulaban sin descanso sobre la desaparición de Laëtitia; Sarkozy intervino para reclamar un endurecimiento de la legislación penal y reprochar a los jueces por su laxitud, lo que detonó una enorme huelga de la magistratura en febrero de ese año. Su muerte expuso el funcionamiento de los tres pilares de la democracia: los medios, el Ejecutivo y la justicia —explica el escritor e historiador francés Ivan Jablonka (París, 1973), quien vio en el caso lo que los antropólogos llaman un "hecho social total", es decir, uno a través del cual se puede observar una suerte de miniatura de la sociedad. La idea lo obsesionó: se lanzó a investigar la vida de la joven durante años, entrevistó a todos los involucrados y escribió el libro de no ficción Laëtitia o el fin de los hombres, publicado por Anagrama en 2016.

—Como historiador del siglo XX, estoy acostumbrado a trabajar el tema de las violencias extremas, guerras mundiales y genocidios. Desde un punto de vista criminológico, un hecho de crónica policial es insignificante al lado de eso, pero como un prisma, la historia de Laëtitia lanza su luz en todas las direcciones: ilumina el problema de los niños acogidos en centros comunitarios, el de los desfavorecidos del "cuarto mundo" (como se llama a la población en riesgo social), el de los jóvenes de origen popular, el de la violencia de género, el del poder. Detrás de Laëtitia se dibujan las grandes cuestiones de nuestro tiempo —afirma el autor, que por este libro recibió el Premio Médicis y el

Premio Le Monde, dos galardones literarios de peso en Francia.

Laëtitia o el fin de los hombres fue un shock en un país desacostumbrado a leer sobre la miseria de la Francia blanca, pobre y periférica; un universo marginal y violento que en la literatura local comenzó a aparecer hace poco en novelas como Regreso a Reims, de Didier Eribon, o Para acabar con Eddy Bellegueule, de Édouard Louis. Al ser un relato de no ficción, el libro fue comparado con A sangre fría, de Truman Capote, y El adversario, de Emmanuel Carrère, pero la diferencia principal, dice Jablonka, es que su foco no está en el victimario, sino en la víctima; de la misma forma en que su interés en Laëtitia no está en su muerte, sino en su vida:

—Los escritores que han trabajado sobre un caso así se han centrado generalmente en el crimen y el criminal; es decir, la heroína de la historia es la muerte. Yo quería hacer lo contrario. Me interesé en Laëtitia no tanto como la víctima, sino como la desaparecida, la ausente —dice el escritor. Ella, dice, era su única heroína.

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Como escritor, no es primera vez que Ivan Jablonka trabaja con hechos reales. En 2012 publicó Historia de los abuelos que no tuve, texto en el que narró la tragedia de sus abuelos paternos, judíos polacos asesinados por los nazis. En ese caso, como en el de Laëtitia, lo que hizo fue reconstruir la biografía de las víctimas para que sus vidas no se redujeran a sus asesinatos, para que la violencia no borrara el recuerdo de sus existencias. Bebé maltratado, niña olvidada y dada en acogida, adolescente tímida, joven a punto de alcanzar la autonomía, Laëtitia Perrais no vivió para convertirse en una peripecia en la vida de su asesino ni en un discurso en la era Sarkozy, se lee en el libro de Jablonka, en el que traza los 18 años de la joven como lo haría un investigador en ciencias sociales, es decir, entrevistando en profundidad a los involucrados, citando datos históricos y explicando el contexto sociocultural en el que emerge la violencia.

—Conocí a todos los cercanos de Laëtitia: padres, tíos, novios, amigos y a su hermana melliza. Esa gente no sólo perdió a un ser querido, sino que sus vidas y sus sufrimientos se volvieron públicos. Aceptaron hablarme porque pensábamos lo mismo: Laëtitia no es un hecho de crónica policial. Los alivió ver que no la consideraba como un cadáver mutilado, sino como una persona viva, con sus cualidades, defectos, ambiciones y proyectos —dice el autor, de quien se ha destacado su talento para hilar un relato híbrido. Según el influyente crítico francés Jérôme Garcin, una mezcla de "ensayo histórico, indagación sociológica, estudio político, alegato feminista, panfleto contra el patriarcado, novela de no ficción y relato autobiográfico".

En días en que las mujeres toman la palabra para denunciar acosos y abusos sexuales, el libro ha cobrado una actualidad poderosa: al tratarse de un femicidio de la peor calaña, el caso sirve a Jablonka para cuestionar el papel de los hombres en la sociedad:

Laëtitia... es una reflexión sobre la violencia de género y, por lo tanto, sobre la masculinidad. Cualquier imbécil hará teorías sobre lo que es la feminidad: maquillarse así, llevar ropas asá. Por el contrario, son muy pocos los hombres que se interrogan sobre la masculinidad: ¿qué es lo masculino?, ¿qué es ser un hombre? Lo que hago es trazar una galería de retratos: el padre de Laëtitia, el padre de acogida, el asesino, el presidente Sarkozy; es decir, cuatro formas de violencia, cuatro formas de concebir la masculinidad como poder, como una violencia viril —afirma el escritor—. Los hombres que Laëtitia, su hermana y su madre conocieron encarnan una masculinidad pervertida. Con "el fin de los hombres" me refiero al fin de un patriarcado condenado a desaparecer. El futuro de los hombres es una masculinidad de la no-dominación.

Después de publicar la investigación en 2016, Ivan Jablonka comenzó a recibir cartas, mails y mensajes en Facebook de mujeres víctimas de violencia sexual que querían contarle sus experiencias. Todas ellas, cuenta el autor, tenían una gran necesidad de hablar y de ser escuchadas. El fenómeno estallaría más tarde con el caso de Harvey Weinstein, el que, en su opinión, marcó un giro al develar distintas prácticas de depredación sexual, liberar la palabra de las víctimas y permitir una toma general de conciencia.

—Escribí Laëtitia... como historiador, pero también como hombre. Es rarísimo que los hombres se interesen en la historia de las mujeres o en la sociología de las violencias sufridas por ellas. Sería muy simple decir que la violencia masculina es un problema de alcohólicos y de matones o delincuentes. Pero son problemas colectivos. La violencia sufrida por las mujeres es plurisecular. Nos hace remontar siglos atrás, porque involucra la religión, la familia, la sociedad, el derecho, el Estado. Esa es la profundidad del problema —dice Jablonka.

Laëtitia, su heroína, es un recordatorio triste de esa tragedia.

Lo que hizo Jablonka con Laëtitia o el fin de los hombres fue reconstruir la biografía de la víctima para que su vida no se redujera a su asesinato, para que la violencia no borrara el recuerdo de su existencia.