El trikini de lentejuelas que luce esta noche resplandece.

-Tú eres la chilena, ¿verdad?-, dice en perfecto español una mujer de medias caladas y pezones cubiertos de cristales que centellean como luciérnagas en la oscuridad.

Es medianoche en París y también en Manko, el restorán-cabaret que hace casi tres años levantó uno de los mejores chefs de América Latina, el peruano Gastón Acurio, en un subterráneo de la elegante Avenida Montaigne. Carolina Ramírez, la showoman chilena que hace de anfitriona, sonríe junto a la barra donde preparan cortos de tequila de bienvenida.

Una vez que ya probaste la deliciosa y costosa carta de Manko y te topas con la sonrisa de Carolina, es porque llegaste al final del laberinto.

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Hasta la lluvia copiosa que cae afuera se olvida. En el subsuelo donde está Manko siempre es verano, y las luces que envuelven al restorán son tan tenues que lo que vendrá de ahora en adelante es siempre una sorpresa.

Ubicado en pleno triángulo de oro gastronómico, muy cerquita de Campos Elíseos y donde la señal de celular apenas llega, la propuesta de Acurio descoloca al 95% de los parisinos que llegan aquí para encontrarse con los sabores tradicionales de Perú.

Una cocina de pecho abierto trabajando bajo la atenta mirada del español Rubén Escudero es el telón de fondo de una experiencia sensorial que comienza cuando un camarero es elegido para atenderte exclusivamente a ti durante la noche, en medio de este restorán demandadísimo y con capacidad para 100 comensales.

-Pasa primero por el bar-, sugiere Escudero, conduciéndote a un salón contiguo decorado con motivos andinos y art decó, donde hay una infinita carta con preparaciones de pisco puro, mosto verde o acholado especiados con cardamomo, manzana verde o albahaca, además de tequilas, cachaças y mezcales.

-Estamos en el sector donde se reúnen los restoranes de más alta gama de París, éste te invita a saborear los platos de una manera más familiar e informal-, explica Escudero, mientras trae un chilcano: un pisco sour con lemon grass muy refrescante.

Al pasar a comer -el segundo escalafón del laberinto- entiendes mejor aún el espíritu del lugar. En el restorán de Acurio, los comensales pagan por un menú que sobrepasa los 35 euros por persona, pero los platos llegan todos al mismo tiempo y al centro de la mesa.

-Los primeros meses teníamos que explicarlo una y otra vez. Es que los franceses venían y pedían un ceviche o un lomo salteado para ellos solos, pero nosotros les decíamos que nuestra carta está hecha para picotear entre todos. No fue fácil que entendieran el concepto. La idea es que cuando entren aquí salgan de París y entren en el Perú -, agrega Escudero.

Manko no está hecho para comer a la rápida. Es para que permanezcas la noche entera.

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La chilena Carolina Ramírez, estrella de Manko. | Foto: Bruno Gasperini[/caption]

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Después de comer, hay que atravesar una puerta extra para entrar al cabaret de Acurio, que Vogue eligió dentro de los cinco mejores de París.

Una recepcionista con ojos de rayos equis te mira de pies a cabeza. Y si no hablas en francés y encima vas de jeans y zapatillas, ese examen toma tiempo. Finalmente es Rubén Escudero, el jefe de cocina, quien le explica y me deja pasar.

Ahí está ella. Tiene 34 años y es la reina indiscutida del cabaret.

-¡Ese es mi Chile!-, dice Carolina, soltando una risa de Marilyn Monroe, al verme tomar el vaso de tequila y tragarlo de un sorbo.

Carolina se mueve con soltura sobre unos tacos aguja antes de abrir el show.

El salón es pequeño y caluroso y hay mesas redondas con baldes de champaña reposadas en hielo que se mezclan, y hombres y mujeres que parecen desfilar entre el vapor y la oscuridad. El glamour de Louis Vuitton, Chanel y Dior, entre otras marcas de alta costura que tienen sus grandes vitrinas en este barrio, cobran vida aquí en cuerpos estilizados y pelos de peluquería.

-Excuse moi-, digo recordando antiguas lecciones de francés, cuando mi copa de champagne se acaba y la dejo en una de las mesas donde los contertulios que llevan camisas con gemelos de oro esperan expectantes el show. Recibo de inmediato un grito:

-Sácala. Tu copa de plástico no es bienvenida.

Poner la copa de plástico sobre la mesa donde una botella de champagne parte en 800 euros es una afrenta.

-Si lo haces quedan en shock, es un insulto para ellos-, resumirá Carolina cuando le cuente.

Antes de llegar a París, ella fue una chica Mekano que suspiraba viendo la torre Eiffel en postales ajenas. Nació en La Serena y ganó varios concursos de baile en su escuela al ritmo de "La sopa de caracol". Su sueño siempre fue estar en el Moulin Rouge. Pero luego de casarse con un fotógrafo francés con el que tiene un hijo, terminó en Manko. Dice que no hay mejor lugar que éste.

A Carolina la van a ver diseñadores de alta costura como Jean-Paul Gaultier, pero también transformistas, cantantes, modelos y artistas como Leonardo DiCaprio o Celine Dion.

-Cuando Johnny Deep o Mick Jagger me tomaron la mano para felicitarme por mi show me volví loca de felicidad-, dice con orgullo, mientras los DJs que mezclan electrónica con ritmos latinos y el rock de Rage Against The Machine's se quedan en mute: es hora de que Carolina arranque el espectáculo.

El telón de terciopelo rojo se abre para dar luz a un cabaret que recuerda en look a los de los años 20, pero con un humor contemporáneo y desprejuiciado. Aquí se hace burlesque. No dejan títere con cabeza.

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FOTO: MAXWELL AURELIEN JAMES[/caption]

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Lleva unas plumas negras y escarcha en los ojos, pero luego aparecerá como una faraona o bailando cubierta en crema y con una serpiente a lo Salma Hayek. Carolina es versátil en el escenario y también lo es una ex bailarina del Crazy Horse que se contornea con una cruz de fondo.

Es de madrugada en el cabaret de Acurio en París y los artistas -algunos provenientes del Cirque du Soleil- mezclan el teatro, la danza y la performance. Hombres vistiendo de mujeres y viceversa hacen reír al público. Cuando aparece Carolina, la gente la aplaude de pie.

-Mi jefa dice que es muy difícil encontrar a alguien como yo. Pienso que es la 'chispeza' latina-, dirá ella después que el espectáculo termine y se pasee por las mesas haciendo reverencias y tomando los baldes de hielo donde reposaban las champañas caras para vertirlas en su cuerpo.

-El nivel profesional que he alcanzado aquí no podría haberlo alcanzado en Chile-, agrega con un corsé que deja ver su cintura talla 52 y unos tacos que agrandan su metro 60.

-Si allá cuando digo que estoy bailando en un cabaret se imaginan que ando de striptease y tomando copas, aquí en Francia esto es arte puro. El bajativo de una experiencia que empieza con los sabores peruanos de Acurio y que termina con una fiesta extravagante donde hasta Dior pierde la compostura-, dice. Afuera, la lluvia sigue cayendo y refresca a la multitud que sale del subterráneo, sudando y con el estómago feliz.