Marcelo Schilling: "No hay nada más inmundo que la lucha clandestina"

<P>El diputado Marcelo Schilling (PS) encabezó "La Oficina", el organismo de inteligencia que antecedió a la ANI. Tras combatir al FPMR y el Lautaro, entre 1991 y 1992, compara su experiencia con el panorama que enfrenta el gobierno de Michelle Bachelet y adelanta las dificultades de hacer el "trabajo sucio".</P>




Hemos echado un velo institucional sobre el origen de nuestra paz, que no es otro que la violencia ejercida contra los que la ponen en peligro: los locos, los criminales, los disidentes. ¿Dónde se administran esas segregaciones? En los sótanos. ¿Me comprende usted?".

Héctor Aguilar Camín

La Guerra de Galio

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A unos pasos de la entrada del edificio donde vive Marcelo Schilling (65), ubicado entre Plaza Baquedano y el Parque Forestal, mataron a un hombre hace algunos días. Unos delincuentes trataron de quitarle el celular. El incidente no es el primero en el barrio y el diputado socialista cree que tampoco será el último. "Todo hecho delictivo produce miedo. Aunque yo esté aterrorizado, nadie va a decir que es terrorista", comenta.

Hasta ahora, desde La Moneda nadie le ha consultado su opinión acerca de cómo encarar los desafíos de seguridad que aparecieron luego del bombazo del 8 de septiembre, en la galería comercial SubCentro, a pasos de la estación de Metro Escuela Militar. Esa omisión no le molesta, porque desde hace tiempo que quiere desmarcarse de la labor que le tocó cumplir en los primeros años de democracia, como secretario del Consejo Coordinador de Seguridad Pública, más conocido como "La Oficina", el ente de inteligencia estatal que sucedió a la Central Nacional de Informaciones (CNI), creado tras el asesinato del senador Jaime Guzmán, en 1991. Su misión fue desmantelar el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y el Movimiento Lautaro. Ambos quedaron inoperantes. Posteriormente, dio paso a la Dispi (Dirección de Seguridad Pública e Informaciones) y la vigente ANI (Agencia Nacional de Inteligencia).

Frente a la agenda de reformas en materia de seguridad y aunque los fenómenos son distintos, Schilling no tiene más opción que revivir esos días, para compararlos con los de la actualidad.

¿Cuán complejo es para la Nueva Mayoría hacerse cargo de un tema que no estaba en la agenda, como estos grupos antisistema o terroristas?

Igual de complejo que fue para la Concertación cuando partió el gobierno de Patricio Aylwin. Todo el mundo dio por hecho que con el retorno a la democracia, los grupos armados iban a desaparecer solos porque su leitmotiv dejaba de existir. Tal como lo resolvimos entonces, confío en la capacidad de reacción de la NM.

En ese entonces se decidieron cambios institucionales y hoy también se ha optado por esa vía. ¿Ve bien aspectado ese camino de reformas para la Ley Antiterrorista y de Inteligencia?

No es suficiente. Tienes que tomar medidas legislativas, modificaciones institucionales, pero también aprender en qué consiste el fenómeno de la colocación de bombas, que es el tipo de atentado del cual hablamos hoy día. No hay secuestros, asesinatos selectivos, sino que hablamos de otro método. Si no descubres su razón de ser, se hace más difícil aislarlos política y socialmente, que es la medida fundamental. El establishment somos todos: gobierno y oposición. Ahora que el PC está dentro del gobierno hay un rechazo más radical.

El subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, decía la semana pasada que el bombazo era un hecho previsible, porque había pistas de hechos similares aquí y en otras partes del mundo. ¿Estaba esto realmente en los cálculos?

Que se haya ido al grado de ir y poner un artefacto que va a producir un hecho catastrófico no estaba en las proyecciones. Pero yo creo que también, aunque suene impopular, porque lo que está de moda es declararse escandalizado por lo que ocurrió, creo que hay que analizar bien la naturaleza de la cosa. Esta era una bomba casera, de pólvora negra, que es de lo más rasca que se puede utilizar, que se usa para meter ruido, más que para provocar daño. Producido este hecho nefasto, ¿hacia dónde mira la sociedad? Al gobierno y a la Presidenta de la República. De ahí se deriva una parte de la respuesta al problema, en cambios institucionales: fortalezcamos a la ANI, démosle capacidad de infiltración, agentes encubiertos, permitámosle reclutar entre los miembros de los grupos para ponerlos a su servicio. Y si el gobierno es responsable, debe tener el derecho de poner en el cargo de director a alguien de su confianza. ¿Por qué va a responder la Presidenta por un ente que tiene autonomía, como Carabineros, cuando no tiene mando real sobre él?

¿La ANI nació mal concebida o se fue debilitando con el tiempo?

Nació del mal recuerdo que hay. Que nadie se ofenda, ni mi amigo Gustavo Villalobos (director de la ANI) ni Ricardo Lagos, pero la ANI es un lugar para leer diarios. No digo que la información abierta no sea importante, sólo que no es suficiente.

¿"La Oficina" sería un modelo de agencia al que se debiera aspirar?

No sé si el ideal, porque fue una respuesta de emergencia a una situación extraordinaria. El tema de la violencia política se había convertido en una amenaza para la transición democrática.

¿Cuando el ministro Peñailillo habla de las experiencias traumáticas del pasado, siente que además de aludidos la Dina y CNI también está "La Oficina"?

¿Qué eran la CNI y la Dina? Eran unos matoncitos, no comparemos la verdadera inteligencia con esos huevones. A mí me detuvieron en 1985. Me hicieron contarles toda mi vida hasta el 73. Yo había estado en el GAP (Grupo de Amigos del Presidente) y me lo callé. No pasó nada, los huevones no tenían idea. Eran brutos. De inteligencia, nada. Hay un libro llamado La inteligencia militar. ¿Lo han leído? Está en blanco.

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La "Fase D". Así le llamaba el general Augusto Pinochet al momento que vivía Chile luego de la muerte de Jaime Guzmán. Hacía referencia a que el terrorismo se escapaba de control y la intervención militar se hacía necesaria. "La Oficina" fue la respuesta. Mario Fernández, subsecretario de Aviación, y Jorge Burgos, jefe de gabinete del ministro del Interior, Enrique Krauss, representarían al gobierno, pero Schilling sería el único con dedicación exclusiva, como secretario. "Nosotros explicamos que todo debía hacerse con estricto apego a las libertades y garantías individuales. Investigaciones aceptó, pero Carabineros mandó una carta, firmada por el general Rodolfo Stange, pidiendo mi renuncia", recuerda.

Schilling recuerda que junto a él trabajaron entre ocho o nueve personas, entre ellas, Oscar Carpenter y Antonio Ramos. Su principal informante fue Agdalín Valenzuela, llamado "F1", un frentista arrepentido que sería asesinado por su traición en 1995. En paralelo, el subsecretario del Interior, Belisario Velasco, y las unidades de la inteligencia de las FF.AA. hacían su propia labor.

¿Cómo se monta un organismo de inteligencia?

Siempre se puede pedir ayuda a países con que tengas afinidad, pero la formación básica la haces tú. Hablamos con gente de España y la CIA mandaba recados. Yo decidí que mejor que no. No se puede ser tan fresco.

¿Tenían real capacidad operativa?

No teníamos agentes encubiertos. De intervenir teléfonos y esas cosas, olvídate. Ni siquiera había muchos celulares. Dependíamos de la policía y de nuestros informantes. Teníamos muchas limitaciones. Eramos el eslabón más débil en todo ese enredo, porque todos tenían más experiencia: los militares y el Frente.

¿Cuál fue el momento más complicado?

El secuestro de Cristián Edwards, en septiembre de 1991. Todos vivimos en peligro. El talón de Aquiles del gobierno era la seguridad y si moría hubiese sido muy difícil para el gobierno. No sé qué hubiera ocurrido. Nos enteramos el 11 de septiembre, justo cuando Krauss nos había invitado a tomar un trago porque había pasado ese día en calma. Me tocó reunirme todos los viernes con la familia. Cierto día nos enteramos que estaban operando sin nosotros. El hermano de Edwards se apersonó en la sede del FBI para pedir que le hicieran la prueba grafológica a una nota. Luego, en diciembre, nos dicen que llevan un tiempo negociando, que Carabineros está al tanto y nos piden que no castiguemos a sus oficiales. Suena el teléfono y es Agustín Edwards, quien me dice que vendrá de rodillas a La Moneda si es necesario. Entonces nos hicimos cargo de la investigación.

¿No había confianza en ustedes?

Nada, pero al final sólo confiaban en mí. Era complicado. Edwards me dijo: "En usted tenemos esperanza". Sonaba súper halagador, pero era mucha responsabilidad si llegaban a matar al cabro. Al final, lo resolvieron pagando, en enero de 1992. El FPMR no necesitaba más muertos. Tal como con Guzmán, no reivindicaron la acción. Ahora los del bombazo tampoco lo hacen, que no es lo que pregonan. Bueno, todos son sospechosos.

Hubo extremistas que luego hablaron de montajes, como en el traslado de armas del FPMR al MIR "Pueblo en Armas". A usted se le procesó por ese caso.

Nos pidieron un vehículo para este traslado, que lo conseguimos con Investigaciones. El prefecto Guillermo Mora me dice "nosotros nos hacemos cargo". Una vez que se hizo el traslado, detrás llegaron los tiras y se los llevaron a todos presos. Todo fue como se los estoy relatando. No éramos tan poderosos.

Pero a usted le tocó hacer el trabajo sucio en ese momento de la historia.

Si usted lo quiere llamar así, bueno. Yo creo que fue un trabajo limpio, impecable. Ni la mejor lavandería lo hubiera dejado mejor que nosotros. No hubo más violencia (...). ¿Leyeron La Guerra de Galio? Háganlo. Es la historia de la lucha clandestina en el México de los 70. Yo lo viví porque estuve exiliado allá. No hay nada más inmundo que la lucha clandestina y anticlandestina. Si tú quieres sostener la superioridad moral de la democracia sobre los que la agreden, tienes que hacerlo con métodos distintos. Si no, te vuelves igual a ellos.

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Justo antes del atentado explosivo del 8 de septiembre, Schilling presentó un proyecto para derogar la Ley Antiterrorista y reemplazarla por modificaciones al Código Penal. "Se ha vuelto una norma ineficaz y antimapuche", explica. Su postura no ha cambiado, pese a que está dispuesto a retirar la propuesta si la derecha se abre a negociar una alternativa consensuada. Esta se suma a la que el gobierno espera presentar durante este mes.

La postura del gobierno es de reformar la Ley Antiterrorista en vez de mantenerla. ¿Le parece legislar así "en caliente"?

Sigo creyendo que el camino más corto y eficaz es derogarla. Eso no deja inerme a la sociedad contra estos grupos. La ley busca sancionar una intención; nosotros tipificamos un hecho terrorista a través de agravantes contra grupos que recurren a la violencia en espacios públicos con medios catastróficos, sistemáticos y permanentes. A mi modo de ver, la comisión presidencial está en esta misma línea.

¿La realidad chilena no necesita de una ley de este tipo?

Hay que ser cuidadoso. La "Patriot Act" que se aprobó en Estados Unidos después del 11-S redundó en una capacidad inmensa del Estado en inmiscuirse en la vida privada de las personas. Jurídicamente, la Ley Antiterrorista no sirve. Si a (Luciano) Pitronello lo pillaron con la bomba estallándole en las manos y no pudieron condenarlo por terrorismo.

Volviendo a la inteligencia, la fiscalía propone que los agentes encubiertos sean policías. ¿Qué le parece?

No estoy de acuerdo. Uno se debe a quien le paga el sueldo. Aunque sean carabineros o detectives se van a topar con sus colegas. Siempre hay competencia, es una dinámica perversa.

¿Es más complejo este fenómeno al lado del que enfrentaron ustedes?

Este es menos organizado, lo que conlleva también una dificultad. La hipótesis que ha circulado sobre grupos de extrema derecha tampoco se puede descartar, pero yo creo que deben ser estos grupos anarquistas.

Si existe tanta discusión sobre qué es terrorismo, ¿se puede desprender que no hay terrorismo real en Chile?

Yo creo que no hay. Esto no es comparable a lo que era el FPMR o el Lautaro.

¿El atentado del Subcentro es lo más grave que ha ocurrido en Chile desde el retorno a la democracia?

El asesinato de Guzmán y el secuestro de Edwards pusieron en jaque la transición. Qué más grave que perder la democracia. Nadie ha tenido ese miedo ahora.

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