Cama 19, cama 20: un matrimonio conectado al mismo tiempo

Nadie sabe todavía cómo se contagiaron Luz Mendoza y Fernando González. Los pronósticos no eran alentadores: ella es asmática crónica e hipertensa y él sufre de diabetes y de insuficiencia cardíaca. El matrimonio estuvo más de 20 días conectado a ventilación mecánica en el Hospital San José, en piezas contiguas. Aunque la espera fue una agonía para sus hijos, luego de altos y bajos, ambos lograron sobrevivir. Esta es su historia.


La última vez que Fernando González (68) lloró tenía 33 años. Fue mientras veía cómo bajaban el ataúd de su padre, fallecido por un infarto repentino que le vino en la calle.

Desde entonces, cuenta, costaba que lo hicieran llorar.

Pero el 1 de abril, cuando llamaron desde el Hospital San José para avisar que su mujer, Luz Mendoza (57), había tenido una descompensación y tendría que ser intubada, sintió la misma angustia que hace 35 años. “Yo lloraba y le decía a mi hija, no me puedo quedar solo”, recuerda. En ese momento, Fernando no sabía que él también era Covid positivo y que en unos días más viviría la misma experiencia de su mujer, a menos de un metro de distancia.

-Fernando siempre dice que yo fui amor a primera vista, porque me conoció y se enamoró de mí -comenta Luz.

En ese tiempo, hace 34 años, él tenía dos hijos, de 11 y 12 años, y Luz era madre de un hijo de cuatro. “Mi hijo mayor, que ahora tiene 40, me lo crió él, para él es su hijo. Por eso decimos que tenemos cinco”, cuenta Mendoza.

Hoy, ya todos crecieron, y solo Fernanda (20), la menor, vive con ellos. El matrimonio hace rato que mantiene una vida tranquila en su casa en Lampa. Luz trabaja cuidando a un adulto mayor de la comuna, pero tiene problemas de vista, hipertensión y debe tratarse el asma diariamente con remedios y controlarse todas las semanas en el consultorio. Fernando se jubiló hace cinco años, luego de que le encontraran una insuficiencia cardíaca, la misma que le causó la muerte a su padre. Mientras trabajaba en la descarga y traslado de productos de Coca Cola, empezó a notar que tenía menos fuerza y se cansaba más de lo normal. Fue entonces cuando un médico le informó que tenía dos arterias tapadas, pero que por su edad y el avance de la enfermedad, no podría soportar una operación. Hasta hoy, solo se trata con medicamentos.

Apenas llegó el Covid-19 a Chile, Fernanda González entendió que tenía que preocuparse de que sus padres se cuidaran y comenzaran cuanto antes una cuarentena preventiva.

Ese 18 de marzo, cuando se decretó estado de excepción, aprovechó de salir con su mamá al supermercado y al consultorio para ver si podían vacunarla contra la influenza, sin embargo, aún no llegaban las dosis. A pesar de que ambas salieron protegidas, por esos días todavía no era común andar con mascarilla en espacios públicos, pero especialmente en Lampa, cuenta Fernanda, existía nula conciencia del distanciamiento social.

Esa fue su última salida.

Cómo se contagiaron todavía sigue siendo una incógnita para la familia González Mendoza. Esa misma semana que salieron, Fernanda empezó con fiebre y dolores musculares, lo que atribuyó a un resfrío común. Pero bastó con que las noticias revelaran nuevos síntomas como la ausencia de olfato y gusto para que se diera cuenta de que podía ser Covid-19. Cinco días después, el examen PCR de Luz dio positivo, llevaba ya varios días con síntomas leves. “Ese día mi mamá comenzó a sentirse peor de lo que ya estaba, la fiebre no le bajaba. Ya en la tarde le noté los labios morados y decidí llamar a la ambulancia”, recuerda Fernanda González, quien se fue con ella al Hospital San José.

Luz estaba consciente del impacto que podía generar la enfermedad en su estado de salud, pero más le preocupaba Fernando, que hasta ese minuto no había presentado ningún síntoma. “En la ambulancia yo solo pensaba y decía ‘por favor, que no le dé a mi marido, Dios quiera que no le dé”.

Fernando González dice que se agravó de pena. Desde que se llevaron a su mujer, se fue debilitando. No comía y la taquicardia comenzó a ser constante. A pesar de que en el consultorio le dijeron que sus síntomas no correspondían a Covid-19, el examen dio positivo. Ya había empezado con tos, pero dice que mientras peores eran las noticias que tenía de su mujer, peor se sentía.

El momento más crítico ocurrió la primera semana de abril. Unos pocos días después de que Luz había sido intubada, Camilo, uno de sus hijos, recibió un llamado que lo dejó helado. “Nos dijeron que las posibilidades de que mi mamá sobreviviera la noche eran muy bajas, y que estuviéramos preparados para todo”, recuerda.

Apenas se enteró de la noticia, Fernando dice que no dio más.

-Me desesperé, porque me decían que mi señora estaba grave, el corazón me latía muy rápido, me cansaba, y todo eso me afectó más. Yo le dije a mi hija que me dejara aquí, que si me voy a morir que fuera acá en la casa, no quería ir al hospital.

Luz Mendoza permaneció 23 días intubada, y más de un mes y medio hospitalizada en el San José.

A un metro de distancia

El doctor Claudio Pérez Oliva, coordinador de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital San José, no recuerda haber tenido jamás a dos familiares hospitalizados al mismo tiempo y por la misma causa. Luz y Fernando fueron de los primeros pacientes Covid que llegaron a internarse, pero con el paso de los días su situación se repitió en la otra ala de la UCI. Otro matrimonio permanecía también hospitalizado por el virus.

"Aquí uno se da cuenta de la magnitud de lo que estamos viviendo. Estos no son casos aislados, son familias completas golpeadas por la enfermedad”, comenta Pérez Oliva.

Ser testigo de cuán brutal puede ser esta experiencia para las familias, admite que le ha afectado. “El otro día dimos de alta a un muchacho que estaba en cuidados intermedios, no tenía más de 40 años. Le dije ‘te salvaste’, y me respondió ‘sí, pero mi mamá no’. Por segundos, no supe qué decir”, cuenta el doctor.

Luz llevaba hospitalizada desde el 1 de abril en la cama 19. Diez días después, por azar, Fernando llegó a ocupar la cama 20. Separados solo por una pared, ninguno de los dos tenía idea de lo cerca que estaban. Fernando pensaba que a esas alturas Luz estaba a punto de ser dada de alta. Ella, en cambio, permanecía en la incertidumbre de si su marido se había contagiado o no, pero siempre con la confianza de que estaba en su casa.

Los días solo empeoraron para la familia González Mendoza. Los padres estaban graves en el San José y la hija menor cumplía cuarentena sola en la casa, emocionalmente muy afectada. Ya le había venido una crisis de pánico el día después de que dejaron hospitalizada a su mamá.

“Siempre estaba rodeada de gente y de un momento a otro pasé a estar sola. Fue difícil, a veces no comía bien, pasaba todo el día acostada, no hacía nada”, dice Fernanda.

Quienes se comunicaban a diario con los doctores eran sus hermanos mayores. Jacob se encargaba de la madre, y Camilo, del padre. “El miedo estuvo latente todos los días. Era la angustia de sentir el teléfono, de escuchar un llamado y no saber si las noticias iban a ser buenas o malas”, dice Camilo.

Fue Fernando quien estuvo más grave. Cuando llegó, además de requerir de inmediato ventilación mecánica, los médicos notaron que tenía la glicemia demasiado elevada, y ahí mismo le diagnosticaron diabetes tipo dos, algo de lo que ni él ni su familia sabían. Eso sumado a su problema cardíaco hicieron que su estado se complicara mucho más que el de su mujer, quien a pesar de que estaba conectada a ventilación mecánica en la habitación del lado, permanecía estable.

“A Fernando le costó mucho más salir de la UCI, para nosotros estuvo ahí en un terreno medio sombrío, con hartas posibilidades de no resistir la enfermedad y no resistir siquiera los cuidados intensivos”, cuenta el doctor Claudio Pérez.

Fueron 22 días que estuvo intubado. Estos, sumado al mes y medio que Luz estuvo en el hospital, representan los días más oscuros para sus hijos. “Fue como un balde de agua fría, nadie está preparado para perder a sus padres de esa manera”, dice Camilo.

Contra todo pronóstico, las últimas semanas Fernando se fue recuperando más rápido de lo normal. “El momento en que lo extubamos, después de haber pensado que su salida del ventilador iba a ser muy difícil, él estaba con los brazos arriba, como si hubiera hecho un gol Colo Colo, su equipo favorito. Esa foto circuló en nuestro chat de la UCI. Aquí estaba, el mismo Fernando que de pronto lo veíamos perdiendo el partido”, recuerda Pérez.

Fernando González fue dado de alta un día antes que a Luz Mendoza. Hoy permanecen en reposo en su casa en Lampa.

Las secuelas

De su estadía en el hospital, tienen pocos recuerdos. A ratos, ambos confunden la realidad con los sueños que tuvieron mientras estaban conectados. Fernando, por ejemplo, creía que sus hijos lo habían abandonado. No recuerda las veces que se comunicó con ellos, excepto una. “Mis hijos no me quieren, me vinieron a botar aquí, les decía yo a los doctores. Hasta que me pasaron un celular y hablé con ellos. Les pregunté ‘¿y tu mamá está en la casa?’. ‘Está en el hospital también, todavía’, me dijeron. Pero ahí me calmé. Me calmé porque sabía que mi señora estaba al lado mío”.

De ahí en adelante comenzó a pedir hacer cosas solo. Tareas tan simples como salir a caminar o ir al baño sin ayuda fueron actitudes que de a poco aportaban a su recuperación. “Cuando logré caminar cinco veces por la sala, por fin me dejaron ir al baño solo. Ahí fui mejorándome más, estaba contento”, recuerda González.

A Luz le costó más recuperar plena conciencia. Pese a que salió antes de la UCI para pasar a cuidados intermedios, tras sacarla del coma hubo una semana que estuvo dormida; su mente no respondía y los médicos temían que eso pudiera tener consecuencias neurológicas. Pero despertó. El 15 de mayo la dieron de alta, un día después que a su marido, quien la esperaba ansioso en la casa junto a sus hijos.

“Mi papá llegó muy flaco, ese día seguía asustado, porque lo habíamos dejado solo, seguía confundiendo la realidad. Y mi mamá parecía una niña chica, no sabía qué era verdad o qué no. No podía moverse, estaba postrada y le dolía todo el cuerpo”, cuenta Fernanda.

La familia ha tenido que aprender nuevos cuidados. Fernanda, incluso, congeló su carrera de Construcción Civil en Inacap para dedicarse ciento por ciento a ellos este año. Sabe que es una decisión difícil, pero dice que ella pasa a segundo plano, pues la salud de sus padres es lo más importante. “Fue duro al principio, porque mi papá tenía que pincharse la insulina, y yo nunca había hecho eso en mi vida. Tampoco había estado con una persona postrada, nunca había tenido que cambiarle el pañal a alguien y menos a una persona grande”, comenta la joven.

A Fernando costaba que lo hicieran llorar.

Pero desde que llegó del hospital, sus hijos dicen que su corazón se ablandó. Por eso, el día que Luz volvió a la casa, lloró. Ella también. Ambos, tomados de las manos, mientras se pedían perdón por todas las discusiones y momentos en que no valoraron su relación. Ahí, frente a sus hijos, renovaron sus votos de matrimonio y se prometieron aprovechar esta segunda oportunidad que les dio la vida.

Luz Mendoza lo resume así:

“Yo tenía miedo de perderlo a él, y él tenía miedo de perderme a mí, el reencuentro fue emocionante”.

Fernando y Luz junto a sus hijas Camila y Fernanda González.

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