Eduardo Silva, rector de la UAH: “No me atrevería a decir tan claramente que el mundo conservador ha vencido”

13 Noviembre 2023 Entrevista a Eduardo Silva, Rector de la Universidad Alberto Hurtado. Foto: Andres Perez

“Vergüenza”, eso es lo que expresa el sacerdote jesuita al responder por los abusos sexuales de la Iglesia. Aquí, el rector de la Universidad Alberto Hurtado también analiza la cultura de la cancelación y las funas. A su juicio, esas maneras están gatilladas por la intolerancia de una nueva generación que no acepta la disidencia.


Durante ocho años ha ejercido como rector de la Universidad Alberto Hurtado. Desde allí ha visto los múltiples cambios que se han sucedido en la sociedad chilena y la irrupción de un movimiento estudiantil que se tomó las calles. Él explica que en el mundo universitario “vivimos una suerte de laboratorio de lo que fue el estallido o la revuelta de 2019″.

Pero al sacerdote jesuita Eduardo Silva también le tocó el estallido que detonó al interior de la Iglesia Católica por los casos de abuso sexual y que también tocaron a su congregación, la Compañía de Jesús.

Bachiller en Filosofía y doctor en Teología de la UC, Eduardo Silva es de esa camada de curas más bien intelectuales. Fue investigador del Centro Teológico Manuel Larraín, miembro del equipo jesuita latinoamericano de reflexión filosófica y del consejo ampliado de Revista Mensaje.

Aquí ahonda en ese Chile que ha ido apareciendo en la última década, en el ímpetu de esa generación frenteamplista que llegó al poder y la disyuntiva que se aproxima frente al nuevo proceso constitucional.

En los últimos años, especialmente desde el mundo universitario, se ha desplegado una cultura de la cancelación, de las funas. ¿Qué explica esa forma de actuar?

Lo primero que habría que subrayar es que las universidades son espacios de reflexión, de crítica, de argumentación, de libertad. No cabe el pensamiento único. Eso denota intolerancia. Por lo tanto, la vida universitaria debe ser enemiga de la funa y la cancelación. Es lo que pasó con Sergio Micco en la Universidad de Chile, o con Patricio Fernández, con los 50 años. Todo eso es inaceptable. El pensamiento único dice que sólo funcionamos con lo que yo creo. No soportan una disidencia.

Pero sucede…

Sí, pero el problema es que está sucediendo en muchos ámbitos. Es el mismo pensamiento único que se impuso en el primer proyecto constitucional que fue rechazado y que ahora se asoma también. La mayoría republicana no resistió a la tentación de hacer un programa de gobierno. Pudo hacerlo porque partimos con un texto que nos unía gracias a la Comisión de Expertos. Nos la farreamos.

¿Lo da por hecho?

No. Es un proceso en curso. Lo que digo es que se perdió la oportunidad de tener una propuesta constitucional que fuera aceptable por toda la ciudadanía. Ese es un fracaso para el país. No sólo para el gobierno. Se repite el fracaso de no tener “una que nos una”, porque, al igual que el proceso anterior, una mayoría circunstancial puso sus ideales identitarios por delante.

¿Diría que está en curso una regresión conservadora?

Me parece que lo que ha imperado en esta última etapa es el tema de la seguridad. Eso siempre trae una respuesta más conservadora. Hay pánico por la delincuencia. ¡Y cómo no! Vemos con horror que hay asesinatos, secuestros, una serie de delitos que no conocíamos. Pero perdemos de vista que todavía somos el país más seguro de América Latina.

¿Y qué quiere decir con eso?

Que el triunfo de una mayoría circunstancial en este segundo proceso constitucional fue más que nada por los temas de la seguridad. Nadie votó a favor de eliminar el aborto por las tres causales…

Pero claramente triunfó la derecha…

Sí, pero el triunfo de la derecha es una reacción a los errores de la izquierda. Y es una reacción por no haber no condenado suficientemente la violencia. Esa es la verdad.

¿No hay una derrota cultural del mundo progresista?

Creo que no. Con todas las dificultades que tuvo el primer proceso constituyente, aquí se corrió el cerco. Tomamos conciencia ecológica, más conciencia de la necesidad de tener derechos sociales, del feminismo. Evidentemente, el arco se corrió. Por lo tanto, no me atrevería a decir tan claramente que el mundo conservador ha vencido. Hoy es muy difícil ir en contra de las demandas de las mujeres. Ya se instaló la exigencia por la igualdad de sus derechos en todos los planos: sueldos, paridad… Se corrieron los límites.

“Vergüenza”

Los últimos años han sido revueltos: una nueva generación se tomó las calles y se instaló un duro cuestionamiento a la autoridad. ¿Cómo ha sido sortear esos cambios desde aquí?

Todas las universidades padecimos el movimiento estudiantil y fue en sucesivas cuotas anuales. En el 2006, el 2011, 2016 y luego el 2018. O sea, la demanda por una educación de calidad significó movilizaciones, paros y tomas. De alguna manera ahí se comenzó a manifestar el mismo malestar que recorrió todo Chile por los abusos, las desigualdades, las bajas pensiones, la salud y la mala educación. En ese sentido, vivimos una suerte de laboratorio de lo que fue el estallido o la revuelta del 2019.

Entonces, ¿no le sorprendió tanto?

Nadie lo imaginó, pero el diagnóstico del malestar en Chile ya estaba muy evidenciado. Las causas eran bastante evidentes: el país dejó de crecer; la economía se estancó; las pensiones no alcanzaban; la mala educación; los problemas de la salud; la desigualdad. Esa sensación de que todas las instituciones abusan, de que los empresarios se coluden, de que la Iglesia abusa ya venía incubándose.

Habla de los abusos y cómo eso alimentó el malestar. La Iglesia también abusó…

Así es.

¿No es más inaceptable? La caída de la Iglesia, como referente moral, es una confianza traicionada. Además, muchos abusos sexuales fueron cometidos por sacerdotes relevantes…

Nos afecta muchísimo. Sobre todo, si uno mira el rol que tuvo la Iglesia chilena en los duros años de la dictadura. La Iglesia fue un refugio, fue el espacio donde llegaron las víctimas a buscar apoyo ante las violaciones a los derechos humanos. Fuimos un lugar de acogida…

¿Y cómo ha sido liderar una universidad jesuita en que figuras emblemáticas, como Renato Poblete, estaban en la lista de los abusadores sexuales? ¿Vergüenza?

Absoluta vergüenza. El caso de Poblete es tan brutal como el de un cura que está en un colegio abusando de niños. Todo es imperdonable. Yo fui superior de Renato Poblete.

¿Y nunca se dio cuenta?

Nunca. De verdad que a los primeros que nos sorprendió fue a nosotros…

¿No había ni un indicio, algo inusual en su comportamiento?

No. Y yo viví con Renato Poblete. Claro, él era cercano a los ricos, había cosas que no nos gustaban, con las que no estábamos de acuerdo…

¿Como qué…?

…Era el capellán del Hogar de Cristo y uno no veía demasiados vínculos con la pobreza… Todo lo que supimos después fue horroroso. Son situaciones muy dolorosas para las víctimas. Es evidente que nos produce mucha vergüenza.

Todavía hay quienes consideran que muchos encubrieron al cura Poblete…

Todo el mundo tiene derecho a sospechar. Yo sólo puedo dar razón de mi verdad. Me pueden creer o no. Pero le insisto: jamás sospeché de esos abusos, de esos horrores. En estos años hemos tenido muchos aprendizajes. Se han tomado una serie de medidas, de protocolos y reglas en materia de prevención.

¿No hay un costo social frente a la gente? ¿Le ha tocado sentir rechazo?

La verdad es que todos los domingos voy a Cerro Navia a celebrar la eucaristía y allí la gente no me reprocha. No vivo ni desconfianza ni falta de cariño.

La frágil autoridad

Junto con la caída de la Iglesia, también ha habido un debilitamiento de la autoridad en general…

Así es. Estamos frente a la caída de todas las autoridades, de todas las instituciones. Y eso es grave. No hay sociedad sin distribución del poder, sin jerarquías, sin reglas.

En ese sentido, ¿la nueva generación vino a refrescar esas estructuras o han aportado a debilitar a la autoridad?

Creo que aportaron a visibilizar una demanda que me parece justa: modificar estructuras de desigualdad muy notables. Porque en Chile hay muchísima desigualdad. Entonces, diría que fue una generación muy lúcida para oponerse a todo eso, pero lamentablemente llegaron muy rápido al poder. No tuvieron tiempo de macerar sus posturas.

¿Han tenido que madurar estando en el poder?

Absolutamente.

¿Qué ha implicado eso?

Que como toda nueva generación, se creen iluminados, que la historia comienza con ellos, denuostan a sus padres (la vieja Concertación) y son muy narcisos y puritanos. Viven del ideal de la autenticidad. Son fieles a sí mismos, pero olvidan los legados, la pertenencia a las comunidades que los han constituido, a los vínculos, el aprecio por lo colectivo y el bien común. Es un individualismo propio de los llaneros solitarios.

¿Eso afecta la capacidad de gobernar?

Bueno, ellos pretendieron refundar la República y se encontraron con las dificultades de lo que significa gobernar. Pero, además, es justo decir que les ha tocado una fragilidad económica que los tiene de cabeza tratando de hacer crecer la economía, lo que no es tan propio de un gobierno de izquierda. Creo, con suerte, que van a poder sacar una reforma previsional y quizá una tributaria. Eso es todo lo que va a hacer este ímpetu. No mucho más.

¿Tendrán que asumir que no podrán hacer las grandes reformas prometidas?

Sí, pero son jóvenes. Podrán volver a gobernar en el futuro… Lo que pasa es que ahora les tocó un momento muy, muy complejo. Y corresponde decir que tenemos un buen Presidente. Logró sumar al Socialismo Democrático y armar un equipo de gobierno de gran calidad. Estamos cruzando un mal momento, hay muchas dificultades, pero no estamos al borde del abismo ni nada parecido.

¿No cree que en este proceso se esté jugando la estabilidad del país en los próximos años?

Para nada. Me hubiera gustado que el proceso constituyente se cerrara a la primera. Pero si ahora tampoco se cierra, no es grave. No se cae el país. No soy agorero del desastre. No veo un Chile destruido. A pesar de todos los problemas que tenemos, el país mantiene una sólida institucionalidad. No estoy para nada de acuerdo con quienes declaman que estamos al borde del abismo.

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