La campaña ya empezó

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Lo único que podría detener a Michelle Obama en su camino de convertirse en la primera presidenta afroamericana de Estados Unidos es Michelle Obama.




Cuando Michelle Obama bajó del escenario que ocupó en la Convención Nacional Demócrata, en Philadelphia, debe haberlo sabido. Debe haberlo sentido. Y si no fue así, las comparaciones obvias se lo terminaron de hacer evidente: la comparación con el inicio de la carrera política nacional de Barack Obama era inevitable. Con todas las diferencias del caso, fue en un discurso de una convención del partido donde los demócratas identificaron en él a un potencial candidato.

Por supuesto, Michelle Obama no tenía que presentarse: su exposición pública comenzó casi a la par con la de su marido, cuando después de asombrar al mundo en la Convención Nacional de 2004 eclipsó al pusilánime candidato John Kerry y se ganó algo más que un lugar en el Senado. Michelle siempre estuvo ahí (Barack insistió en que lo acompañara en el último minuto del backstage) y participó de todos los ensayos del discurso histórico.

En la convención de Philadelphia el equipo de Michelle Obama sabía lo que estaba haciendo. En escena estaba la primera mujer afroamericana que llegó a ser primera dama y habitó la Casa Blanca -"una casa construida por esclavos", dijo ella en su discurso-. Pero ella es mucho más que un logro histórico: es la mujer que representa todo lo que hubo antes: los esclavos, sus padres humildes, los Robinson, trabajando en doble turno para educarla, sus hijas que ahora jugaban en el pasto de la Casa Blanca… Y la mujer que le daba su bendición y le pasaba la posta a Hillary Clinton para que continúe el proceso. De inmediato el testigo de esa carrera pareció más prestado que entregado. La convención estaba nominando a una ex primera dama para que volviera a la Casa Blanca, esta vez como presidenta. Y el discurso de Michelle Obama estaba abriendo la puerta para que la cadena no se rompa ahí.

Días después, los demócratas imprimieron autoadhesivos para autos (bumper stickers) con el rostro de Michelle y una cita de su discurso: "When they go down, we go high". La venta online era para recaudar fondos para la campaña de Clinton, pero sin duda el objetivo es otro. Desde entonces Michelle ha ido recorriendo el país haciendo campaña por Hillary, y sus discursos han terminado resonando mucho más que los de la candidata. Está en una posición cómoda: no está postulando a cargo alguno, y cuando ataca lo hace con categoría moral y elegancia. Va por arriba para desnudar lo burdo del que vive por abajo. Ella habla de respeto a las mujeres, de enseñanza para sus hijas y para todas las niñas. Habla de dar el ejemplo, de valores, de compasión. "Esto no es política", dice ella. Si hacemos un poco de memoria, son las teclas emotivas, familiares y épicas que tocó Barack Obama en su discurso de 2004. Hoy es Michelle Obama quien se puede dar el lujo de ir por arriba, porque Hillary está en el ring y Barack está en su esquina. Hoy es Michelle la que está cultivando, silenciosamente pero a vista y paciencia de cualquier observador atento.

Lo que tiene que pasar ahora es esto: en dos, cuatro o seis años más, Michelle Obama va a ser senadora, probablemente por Illinois. Y luego es cuestión de tiempo, y de momento.

En un país donde los presidentes no pueden reelegirse más de una vez, el futuro político de Barack Obama, quien está dejando la presidencia con una aprobación de 52 por ciento, es materia de especulación constante. Él ha aclarado que no hay libreto, que las reglas las va a escribir él mismo. La enérgica manera en que ha salido a hacer campaña por quien espera que sea su sucesora lo ha demostrado. Aunque Michelle Obama tiene muy cerca el ejemplo de la ex primera dama que construye su prestigio político en el Senado y queda muy cerca de la Casa Blanca, es probable que, como su marido, escriba su propio libreto. En 2004, cuando el nivel de la política norteamericana parecía deprimente, Obama apretó las teclas de la inspiración y la épica para hacer que los votantes se sintieran mejor. En 2016, con la política en un lodazal, Michelle Obama ha empezado a construir un puente similar al de su marido. Ambos llevan a una sola casa.

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